Hace unas semanas, un querido amigo al que aprecio mucho, aunque veo poco, publicó en Facebook el siguiente post: “¿Cómo le hago entender al censo, que casado es unión libre?”. Es una muy buena pregunta, llena de sentido común y de incorrección política. Algo muy de agradecer en estos tiempos…
Y es que el matrimonio de hecho es una unión libre. Hoy día, uno no se casa –o no permanece casado– porque alguien le ponga un revólver en la cabeza, sino por decisión libre: porque le da la gana entregar su vida entera a su cónyuge y a sus hijos. La unidad entre los esposos, fundada en el amor –entre ellos y, si son creyentes, en el amor a Dios–, es crucial para el crecimiento, el desarrollo y el fortalecimiento de la familia, que sigue siendo, por mucho que se quiera negar, la célula básica de la sociedad.
Cuando empieza a faltar esa unidad en el matrimonio y en la familia, se empieza a romper el tejido social. Y tras muchos años de ruptura familiar –de incremento en el número de divorcios, en el porcentaje de uniones irregulares y en el número de niños nacidos fuera del matrimonio–, se termina rompiendo el tejido social. Los hijos de familias rotas o irregulares son los que terminan pagando el pato, pues suelen tener, estadísticamente, más problemas de rendimiento escolar, de repetición de cursos, de adicción a las drogas, de violencia y hasta de suicidio.
Ahora bien… quienes estamos permanentemente arengando a dar la “batalla espiritual y cultural” en defensa de los principios y los valores fundamentales del “Occidente cristiano”, ¿no estaremos contribuyendo al enfrentamiento social al oponernos firmemente al Nuevo Orden Mundial y la siniestra Agenda 2030?
Pensamos que no, porque quienes promueven la división –inspirados por “el que divide”, el diablo–, no somos los que creemos en una sociedad fundada en el orden natural, en la que reinen la unidad, el bien, la verdad y la belleza. En una sociedad que defienda la vida desde la concepción hasta la muerte natural y la versión clásica de la familia. En una sociedad en la que exista la libertad necesaria para practicar la religión católica y donde los padres puedan educar a sus hijos según sus propias convicciones.
Quienes se han encargado de dividir, son los que vienen sembrando desde la Reforma, y en particular desde la Ilustración, gravísimos errores filosóficos, metafísicos y antropológicos que han desembocado en la patética cultura de la cancelación.
Para evitar que nuestras vidas sean dirigidas por gobiernos u organismos mundiales no electos por nadie, necesitamos unirnos con quienes pensamos parecido. Digo “parecido” y no “igual”, porque el purismo –la exclusiva unión con quienes piensan en todo como nosotros– es fuente de ineficacia y de fracaso. Por eso, hoy más que nunca es necesario unir fuerzas con quienes compartimos ciertos principios y/o valores esenciales, en un marco de respeto a la ley natural. Ya lo decía San Agustín: “En lo necesario, unidad; en lo opinable, libertad; en todo, caridad”. Y el cardenal Merry Del Val al arzobispo de Toledo en 1911: “La abstención y oposición a priori son inconciliables con el amor a la Religión y a la Patria”.
¿Dónde necesitamos unidad? Ante todo, hay que tener unidad de vida: coherencia entre lo que somos –hijos de Dios–, lo que pensamos y lo que hacemos. Luego, unidad en el matrimonio y unidad en la familia: familias fuertes contribuyen a la unidad de la comunidad. Y comunidades fuertes y unidas pueden contribuir al bien común de las naciones. En nuestro caso, las naciones de Iberoamérica…
¿Por qué es tan necesaria esta unidad? Porque es la única forma de resistir al totalitario “Nuevo Orden Mundial” que se nos quiere imponer: si triunfa, aplastará buena parte de las libertades, identidades, tradiciones y religiones que dan sentido a nuestras vidas.
Durante la Segunda Guerra Mundial, pueblos y gobiernos tan distintos como los estadounidenses y los soviéticos se aliaron para combatir al nazismo. Es evidente que hoy, para salvaguardar la independencia y la soberanía de las naciones occidentales del globalismo, es necesario aunar esfuerzos con quienes coincidimos en cuestiones esenciales, aunque discrepemos en lo opinable. Esas diferencias ya se podrán resolver más adelante. Lo primero es lo primero: necesitamos unirnos con todos aquellos dispuestos a defender la libertad, la familia clásica, la “Patria Grande”, nuestras tradiciones y nuestra fe.
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