“Dante es, por una parte, el hombre que ha mirado mejor las formas de las cosas”
Ortega y Gasset
En la historia de los escritores medievales, Dante Alighieri probablemente haya sido uno de los más originales, no por los temas que escogió, que formaban parte del imaginario medieval, sino por la materia (la lengua) y la forma que escogió para escribir gran parte de su obra. Además, Dante fue un decidido hombre de política, que impugnó, en una Florencia netamente bipartidista, por una tercera vía.
Habiendo nacido en una familia acomodada en la Florencia del siglo XIII, la llamada entonces “bellísima y famosísima hija de Roma”, tuvo una de las mejores educaciones posibles para la Europa de su tiempo, primero en su ciudad natal y luego en Boloña. Su magnífico talento e inclinación natural hacia las letras hicieron de él un pensador particular que supo conjugar lo antiguo y lo nuevo, como ningún otro antes.
La renovación de la Edad Media
Para comprender a Dante hay que tener presente que su vida acontece en un período de cambios, en el que las viejas estructuras de la Alta Edad Media, daban paso a una renovación que iba desde lo espiritual a lo material.
Los siglos XII y XIII transformaron el paisaje de la cristiandad europea, a través del desarrollo del gótico como estilo arquitectónico, a través de las nuevas órdenes religiosas que buscaban rescatar los valores del cristianismo primitivo, el de los padres de la Iglesia, a través de la poesía provenzal que sabía unir el amor sensual y el amor platónico, el humor y la refinada cultura, a través de las cruzadas que acercaron y enfrentaron a Oriente y Occidente.
Por su parte, en aquella época, la península itálica era un mosaico de distintos reinos y estados, que no solo estaban divididos políticamente sino lingüísticamente, con una asombrosa diversidad de dialectos y lenguas. De hecho, Dante llegaría a decir que sólo en la Toscana se hablaban unos catorce dialectos.
De esa forma Dante comenzó a estudiar las diferentes manifestaciones lingüísticas de la península itálica con el fin de desarrollar una síntesis, a la que él mismo terminaría bautizando “toscano”.
Su obra más reconocida “La Comedia” (el epíteto de “Divina” fue añadido por un impresor veneciano Ludovico Dolce en 1555, presumiblemente como estrategia de marketing) fue revolucionaria en su momento, no por la temática y estructura poética, sino por la lengua que escogió para escribirla.
No obstante, Dante escribió varias obras en latín como De Vulgari Eloquentia (Sobre la elocuencia en lengua vulgar) De Monarchia, (Sobre la monarquía) Questió aqua et terra, etc., en las que podemos introducirnos en sus aspectos menos conocidos, pero no por eso menos atractivos. Y surge, a través de ellas, el Dante pensador, el filósofo, el político, el filólogo-lingüista, y también el poeta de tradición latina-medieval.
Un político florentino
En el siglo XIII la política europea vivía años tumultuosos e Italia no era una excepción. Los conflictos entre el papado y los poderes laicos se acentuaban, y se ahondaba cada vez más la brecha entre ambos órdenes, especialmente, desde el año 1125 cuando Enrique V muere sin sucesión. Desde entonces, dos familias germánicas comenzaron a disputarse los derechos de sucesión y, en consecuencia, el dominio sobre algunos territorios, los Welf (de donde se forma el italiano: güelfo) duques de Baviera, y los Hohenstaufen de Weiblingen (de donde se forma el italiano: gibelino), duques de Suabia.
Así, en 1216, surge en Florencia una disputa entre dos casas ilustres de la ciudad: los Amidei y los Buondelmonti. La discordia se inicia a partir del asesinato del patricio Buondelmonte dei Buondelmonti que perpetró Oddo Arrighi, en conspiración con la familia Amidei.
La causa del conflicto tenía que ver con el casamiento pactado entre Buondelmonte y una dama de la casa Amidei, en compensación por una pelea en una fiesta. Pero Buondelmonte faltó a su palabra y termina casándose con otra dama de la aristocracia florentina. Ante tal injuria los Amidei maquinaron su muerte, pero por temor a represalias, estos reclamaron la protección del rey Federico II (Gibelino), a pesar de que Florencia era netamente partidaria de Otón, el Welfo.
Entonces, se inicia la división y radicalización de la ciudad en dos facciones; por un lado, estaba el partido Güelfo, compuesto por las familias Buondelmonti, Donati y Pazzi, y por el otro el gibelino, al que pertenecían las familias Amidei, Ubertis y Lambertis.
En ese contexto y según expresa la biografía escrita por Boccaccio sobre el poeta florentino: “Dante empeñó todo su talento, toda su habilidad, todo su estudio, en promover la unión del cuerpo dividido de su patria, mostrando a los ciudadanos más sabios cómo la discordia, en poco tiempo, reducía las cosas grandes a nada y como la concordia aumentaba las pequeñas al infinito” (Boccaccio, Vida de Dante).
En definitiva, Dante buscaba una tercera vía que fuera capaz, en primer lugar, de darle gobernabilidad a lo que quedaba del Sacro Imperio románico germánico, que estaba totalmente balcanizado, a través de la figura fuerte del emperador, y en segundo lugar, pretendía establecer una clara diferencia entre el orden espiritual y temporal que no se prestarse a manipulaciones políticas y mucho menos económicas.
Hay que tener presente que, desde la caída del Imperio romano en Occidente, el papa había asumido por la vía de los papeles y no de los hechos, el poder temporal al mismo tiempo que el espiritual de Europa occidental. Pero no fue hasta el papado de Gregorio VII que la Iglesia cambia su postura frente a las autoridades del Sacro Imperio romano germánico, fortaleciendo el orden eclesiástico frente al nobiliario y logrando de esta forma darle a la Iglesia la suficiente independencia económica, política y militar para que pueda defender su autonomía.
Para Dante esta situación que había sido necesaria en su momento histórico, había dejado de ser viable y mucho menos deseable. En su libro “Monarquía”, lanza un ataque contra el Derecho Decretal que el papado había puesto como piedra fundamental de sus acciones políticas, que se basaba fundamentalmente en Bulas Papales, impugnando que al orden eclesiástico solo la Sagrada Escritura podía concederle su poder y no los decretos realizados por reyes o emperadores, es decir, escritos históricos, expresando que “ni Constantino podía enajenar la dignidad del Imperio, ni la Iglesia recibirla” (Dante, Monarquía).
Según afirma Boccaccio, cuando Dante vio que no podía hacer nada más para acercar las posiciones de ambos partidos, se unió a los güelfos blancos, considerando que eran la mejor opción. En 1295, tras inscribirse en el gremio de médicos y boticarios, se implicó plenamente en la labor política, pues las leyes de Florencia prohibían la participación en el gobierno municipal a aquellos que no perteneciesen a corporación alguna.
Su dedicación le valió ser nombrado miembro del “Consiglio dei cento”, un órgano de gobierno que cumplía funciones principalmente de carácter económico-financiero. Y pocos años más tarde sería nombrado uno de los nueve priores que gobernaban Florencia a través de la Signoria.
Sin embargo, la polarización con sus adversarios se volvió tan aguda que estos –con el apoyo del papa Bonifacio VIII que quería mantener a Toscana bajo la órbita pontificia– comenzaron a tramar su caída.
A pesar de su capacidad diplomática, Dante no pude eludir el fin que le tenía reservado el destino. Fue juzgado junto a los otros integrantes de la cofradía de Priores por “abuso de funciones”, por oposición al papa y violación de la paz, y como castigo se le confiscó la totalidad de sus bienes y fue exiliado de por vida, bajo la amenaza de que si volvía a Florencia sería prendido en una hoguera.
En búsqueda de una síntesis entre fe y humanismo
En definitiva, Dante no solo buscó una nueva forma de expresar las ideas poéticas sino también de hacer política. Pero a pesar de ser considerado por sus contemporáneos como un hombre sabio, un gran filósofo y poeta, no pudo librarse de las consecuencias que tuvo buscar una tercera vía en un mundo que se siente cómodo en las dicotomías.
De hecho, Dante fue un adelantado que supo unir los misterios de la fe con los principios de la razón, tan propia del humanismo, en un momento en que las oposiciones irreconciliables en política, el bipartidismo, las luchas entre Iglesia e Imperio impedían un verdadero desarrollo.
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