En “Riesgo, incertidumbre y beneficio”, Frank Knight distinguió los conceptos de riesgo e incertidumbre. Para el economista estadounidense el riesgo “es una cantidad susceptible de ser medible”; si bien no se puede conocer con certeza un resultado futuro, en las situaciones de riesgo sí se pueden calcular las probabilidades de ocurrencia de los diferentes sucesos, como ocurre con la tirada de una moneda o la caída de una aeronave. Por el contrario, a todo aquello que no revistiera la capacidad de ser medible mediante probabilidades, Knight le asignaba la categoría de incertidumbre. Por naturaleza el riesgo es susceptible de ser asegurado, mientras que la incertidumbre no es asegurable, por lo que no queda más remedio que convivir con ella y administrarla adecuadamente.
Cuando en marzo de 2020 sobrevino la pandemia, el país claramente se enfrentaba a una situación de incertidumbre. Nadie hubiera podido calcular las probabilidades de una pandemia, mucho menos estimar sus múltiples y variados efectos. No quedaba más que hacer frente al problema de la mejor manera posible con la escasa información disponible y los recursos y herramientas existentes. Algunos hablaban de “cisne negro”, término más moderno y poético para referirse una incertidumbre knightiana de gran impacto.
Lamentablemente no podemos decir lo mismo de la sequía que afecta al país, con la consecuente escasez de agua potable que afecta a casi dos millones de personas. Si bien por un tiempo nos entretuvimos con la distinción entre agua “potable” y “bebible”, el hecho que el Estado anuncie una baja de impuestos para el agua embotellada es prueba cabal de que el líquido que OSE distribuye en Montevideo y Canelones no es agua potable. Lo podrá ser en algún país asiático o africano, pero no en ese Uruguay “natural” que alardeamos. Lo cierto es que la sequía que nos viene afectando desde fines del año pasado no puede caracterizarse como un fenómeno de incertidumbre, ya que hace ya varios años que venimos experimentando falta de agua en el verano, motivo por el que nadie se sorprendió de la sequía. En efecto, se trata de un fenómeno de riesgo, no solo por ser anticipable, sino también por ser asegurable. ¿Pero cómo es que nos podríamos haber asegurado?
La respuesta es sencilla: planificando con tiempo y realizando las obras adecuadas. Por el contrario, hoy el gobierno se ve presionado para anunciar acciones y obras a las apuradas. Primero fue una planta potabilizadora que nadie vio y como no entraba en el Hércules, rápidamente olvidamos, ocupados tratando de seguir la vorágine de noticias con que los titiriteros publicitarios intentan ocupar nuestra atención todos los días. Luego vinieron las plegarias por la lluvia del presidente de OSE, un ingeniero graduado en la UDELAR. De él se esperaba algo más que resignarse a alimentar la incertidumbre sobre un tema que, si bien era complejo hace unos meses, hoy se ha vuelto muy difícil de gestionar. La inacción, por no decir desidia, hace que lo único absolutamente cierto es que terminamos reaccionando a las apuradas y gastando mucho más de lo necesario, realizando obras que son más que nada remiendos en un intento de demostrar a la población que algo se está haciendo finalmente.
En todo este tiempo, la única resolución y firmeza que se observó por parte de OSE fue en la defensa del fuertemente cuestionado proyecto Arazatí. Paradojalmente, este se ha visto beneficiado por la situación actual, ya que resulta muy difícil para el sistema político oponerse a un proyecto que promete agua potable en abundancia a una población metropolitana que se viene acostumbrando a beber agua salada, mientras se van arruinando las cañerías y los calefones de los hogares, afectando asimétricamente como siempre a aquellos segmentos de la ciudadanía de menores recursos. La teoría del derrame la vienen experimentando literalmente un número creciente de hogares cuando observan sus calefones…Toda una maravilla de esos ahorros pírricos de Colonia y Paraguay, que en el afán de demostrar a las calificadoras un efímero mejor balance fiscal del Estado, ahorra en obras necesarias de infraestructura, imponiendo costos innecesarios a cientos de miles de hogares y centenares de pymes que observan con pesar el deterioro de sus preciadas infraestructuras.
Cada vez se observa con mayor nitidez el carácter ideológico del problema. Mientras OSE no tiene ninguna autonomía presupuestal para resolver un problema que recae en la esencia de su mandato constitucional, a un consorcio privado se le pone alfombra roja para que presente una iniciativa privada, que luego de la habitual pantomima, casi con seguridad le garantizará la obtención del contrato PPP para construir la planta de Arazatí. De esa manera privatizaremos el control del manejo del agua sin tener que privatizar OSE, que sencillamente quedará emasculada de su mandato sancionado por nuestra Carta Magna. Al menos en una privatización existiría un privado que pagaría un precio, por más bajo que fuera. Pero bajo el formato PPP diseñado por el astoribergarismo y continuado por sus sucesores, lejos de cobrar, el Estado paga por perder el control de un bien tan preciado como el agua. Y como seguramente la obra se financie con recursos de los uruguayos –las AFAP y los bancos públicos mediante-, si algo anda mal es el Estado el que termina pagando los sobrecostos, como viene pasando con el Ferrocarril Central bajo el radar de los medios dominantes.
Para los arquitectos de este modelo que se ha impuesto al mundo occidental durante las últimas tres décadas, nada de esto es accidente. Si los pueblos soberanos no se resignan a aceptar la “modernidad” que se les impone desde los centros de poder, es necesario hacerles sufrir las consecuencias de no claudicar de sus convicciones. Es en esto que vienen degradando las democracias occidentales y que aprovechan aquellos que, si bien no creen en la democracia, sí defienden aún la soberanía de sus propios pueblos.
Artigas nos enseñó que democracia y soberanía de los pueblos son dos caras de la misma moneda. La historia demuestra que aquellos que piensan que se puede tener una sin la otra terminan chamuscados, o bien sufriendo la dominación extranjera o la dictadura. Estamos jugando con dos valores artiguistas fundamentales.
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