Narra la historia que allá por el siglo XIX, cuando las tropas orientales debieron desocupar la Isla Martín García luego de uno de los tantos enfrentamientos de aquellos tiempos, el comandante de la pequeña guarnición de nombre Timoteo Domínguez se negó a arriar la bandera y en su lugar cortó el mástil que la sostenía para llevársela. A raíz de ello, el pequeño islote aluvional que se ha formado al costado de la isla lleva el nombre de ese último comandante, independientemente de que está bastante abandonado y no hay, al menos que yo sepa, ningún indicio de que es territorio nacional y menos aún un par de marineros que vigilen. Y aclaro que esto no es de ahora, ha sido de casi siempre.
Esta pequeña historia viene a cuento para comparar actitudes. Mientras que el último jefe oriental del ahora islote se negó a arriar el pabellón, en el Palacio Legislativo se realizó un despreciable acto de sumisión a los poderes supranacionales y no hubo ningún Timoteo Domínguez que efectuara algún gesto de protesta. Menos mal que hubo un partido político, Cabildo Abierto, que se negó a ser parte de ese gesto de genuflexión. Felicitaciones a sus integrantes.
Lo abyecto, lo despreciable, al menos para quien esto escribe, no es tanto si un grupo de tres muchachas fueron baleadas o no a mansalva ni si hubo un intercambio de disparos a raíz del cual un oficial del Ejército Nacional resultó muerto y otro (ahora en injusta prisión) fue herido. Sin perder de vista la importancia de lo que se vivió en aquel entonces, lo repulsivo es que fuimos condenados por una corte extranjera que nadie sabe cómo ni quién la integra, que no sabemos cómo fue defendido nuestro país ante ella y que además de la condena nos obligó a ese acto repudiable por donde se lo mire. ¡Y se quería que fuera presidida por el presidente de la República! Que esto último no fuera así no cambia las cosas. Presidió el espectáculo del deshonor la señora presidenta del Senado y hubiese sido lo mismo, que quede bien claro. Lo repudiable fue el propio acto y que alguien no se hubiese negado a encabezarlo.
Cabe señalar que las relaciones de nuestro país con tratados y convenios del exterior son a nivel de ley y por tanto son normas de segundo rango. Por encima de ellas, les guste o no a muchos que la invocan para cualquier cosa, está la Constitución de la República, no hay una norma jurídica más alta. Por lo demás, si nos hubiéramos resistido en nombre de nuestra soberanía, ¿hubieran venido a invadirnos, a cañonearnos? ¿Quiénes? Obviamente que no, la diplomacia de las cañoneras ya pasó. Porque además de los aspectos netamente jurídicos están la soberanía y el honor. Esa soberanía que defendió el Dr. Luis Alberto de Herrera cuando el tema de las bases norteamericanas en Laguna del Sauce y ese honor que defendió Timoteo Domínguez al cortar el mástil de la bandera. Me pregunto qué pensarían ambos si hubieran visto lo del jueves 15. Y en el caso del Dr. Herrera, nacionalista como pocos, viendo que nada menos que el Partido “Nacional” se prestó para ese despropósito.
Pero lamentablemente esto no extraña. ¿Qué se puede esperar de un gobierno que nada ha hecho –ni hará– frente a la grotesca violación de la voluntad popular cuando se dejaron por el camino un referéndum y un plebiscito? Nada, está claro. Triste, muy triste.
¿Volverán a pedir la ayuda de los orientales de ley –entre los que hay sin dudarlo muchos blancos– el próximo año?
E. M. Vidal
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