Unos cuatro siglos antes de Cristo, Aristóteles decía en la Ética a Nicómaco, que “la vida feliz, es la vida conforme a la virtud, y esta vida tiene lugar en el esfuerzo, no en la diversión”. Por su parte, Nuestro Señor Jesucristo dice en el Evangelio de San Mateo: “Entren por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que van por allí. Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que lo encuentran (Mt. 7, 13-14).
Tanto el filósofo, como el Hijo de Dios, dicen que para ser felices, conviene elegir el bien y no el mal, la verdad y no la mentira, el sacrificio y no el placer. Esto se aplica a todos los órdenes de la vida y, en particular, a la educación de los hijos. Es tentador tomar el camino fácil y dejar la educación en manos de la escuela, las pantallas o los cantantes de moda, sin preocuparse de ponerles límites… Así, por ignorancia o por desidia, los padres pueden contribuir a dañar irreparablemente sus cuerpos y sus almas: está probado que el uso de tecnología a edades muy tempranas puede dañar el cerebro de los niños.
Por supuesto que los niños pequeños deben jugar y deleitarse en grande, pero siempre dentro de ciertos límites. De lo contrario adquirirán vicios en lugar de virtudes y perderán la oportunidad –única– de formarse como personas desde su más tierna infancia. El tiempo de formación desperdiciado en la niñez, donde se afirman los grandes ideales que en la vida adulta permitirán ir hacia “la puerta angosta”, difícilmente podrá recuperarse en la adolescencia…
Un niño o un adolescente formado en el hedonismo –para hacer sólo aquello que le da placer– o en el utilitarismo –para hacer sólo aquello que le reporta beneficio–, podrá ser más o menos sensible y “empático” …pero terminará siendo infeliz. Un camino lleno de “placeres” –de pantallas, sexo, drogas o alcohol– parece fácil, pero conduce inexorablemente a un tremendo vacío existencial. El placer siempre es fugaz, y tarde o temprano se acaba… ¿y entonces qué?
Es más probable que encuentre “la puerta angosta” un chico formado para ir “contra corriente”, para elegir la verdad y luchar por ella –aunque la verdad le acarre la muerte–, que uno “formado” para “surfearla”, para pasarla bien sin complicarse la vida. La vida de quien, como el salmón, va contra corriente, sin duda tiene sentido. Pero… ¿qué sentido tiene la vida del que la “surfea”?
Tras enumerar una serie de males que afectan al pueblo de Israel, el profeta Ezequiel pone en boca de Dios las siguientes palabras: “Yo busqué entre ellos un hombre que levantara un cerco y se mantuviera firme sobre la brecha delante mí, pero no lo encontré” (Ez. 22, 30). Mantenerse firme en la brecha, da sentido a la vida; desertar, no.
El camino difícil se atraviesa procurando vivir una serie de virtudes – humanas, cardinales y teologales– que el chico irá adquiriendo gracias al ejemplo de sus padres, a quienes los niños casi siempre tienden a imitar. El camino de la virtud es arduo: exige esfuerzo. Pero lejos de terminar en el vacío, culmina siempre en un nuevo desafío: “Citius, altius, fortius”, dice el lema olímpico, invitándonos a ir siempre a más.
El chico que tome este camino será fuerte y resistente ante las burlas, insultos e incomprensiones de los que van por el camino fácil… Pero en silencio, rezando para que sean muchos los que encuentren el camino correcto, recordará aquello de que “el que ríe último, ríe mejor”.
Además, el camino difícil, no está reñido ni con la diversión –que es cosa seria–, ni con la contemplación de lo bueno, bello y verdadero. El esfuerzo y el sacrificio que conlleva el camino difícil hace que uno disfrute mucho más de los buenos momentos que nos regala la vida. Lo que cuesta, vale, y el premio es un anticipo de la vida eterna.
Un chico bien formado, con buenos modelos o arquetipos, tendrá altos ideales que lo impulsarán a vivir una vida virtuosa. Será capaz de pensar, de trabajar, de amar… Y de dedicar tiempo y dinero a la formación o a la ayuda material de sus amigos, a quienes procurará ayudar a encontrar el camino de la santidad.
Es cierto que, para padres e hijos, el camino hoy hacia la puerta angosta es más difícil que nunca. Pero a los chicos se les facilita mucho si cuentan con buenos baqueanos, capaces de encontrar y desbrozar el sendero para los que vienen detrás…
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