El 29 de junio de 1900 nacía en Lyon uno de los más polifacéticos escritores franceses, cuya vida breve e intensa estuvo signada por su cumplida vocación de aviador. Aventurero incansable, es autor de “El Principito”, el libro traducido al mayor número de idiomas después de los textos sagrados. Periodista, pero sobre todo piloto, muchas de sus vivencias inspiraron su rica producción literaria.
La infancia
En una carta dirigida a su madre, escrita a la edad de 33 años, Antoine de Saint- Exupéry, afirmaba: “No estoy seguro de haber vivido después de la infancia”. Con esto tal vez quisiera significar que ninguna de sus experiencias posteriores dejaría en él tanta huella como esa infancia feliz e idealizada.
Pertenecía a una familia aristocrática, aunque de pocos recursos. Huérfano de padre desde la edad de cuatro años, vivía con su madre y cuatro hermanos, primero en el castillo de su abuelo en el Sur de Francia, y años después en el castillo de Saint Maurice de Rémens, en los alrededores de Lyon.
Su madre, muy aficionada a las artes, enseñaba a sus hijos música y pintura, y solía leerles los cuentos de Andersen. El pequeño Antoine tenía el vuelo como centro de sus juegos. Solía escribir pequeños textos en verso y era muy ingenioso. Llegó hasta construir una bicicleta munida de una vela y un mástil, con la que, llevándola a mucha velocidad, soñaba con poder volar.
A los nueve años Antoine ingresó como internado en un colegio de Le Mans, donde destacaba por su buena redacción. Durante las vacaciones seguía alojándose en el castillo familiar, muy próximo al campo de aviación en donde constructores de Lyon ensayaban sus aeroplanos. Los motores y las aeronaves que ocupaban los hangares fascinaban al niño, quien logró, a la edad de 12 años, que uno de esos aviadores le diese su bautismo de vuelo. Esa misma tarde escribió un “poema aeronáutico”, primer signo de la doble vocación que marcaría su futuro.
Escribir y volar
Su estancia en París fue importante, ya que una prima de su madre lo vinculó a círculos literarios. Conoce, entre otros, a Gastón Gallimard y a André Gide, quien años más tarde prologaría su novela “Vuelo nocturno”, premiada en Francia.
En abril de 1921, en el marco del servicio militar, se incorporó al Segundo Regimiento Militar de Estrasburgo. Para acelerar su aprendizaje pidió a su madre el dinero necesario para obtener la licencia civil de aviación, que desde luego era muy costosa. Su madre lo consiguió solicitando un préstamo y el joven Antoine logró concretar su más amado sueño. A partir de entonces, solo interrumpida durante unos años en que su primera novia le prohibió volar, tuvo una sostenida carrera de piloto. Volaría por el norte de África, cruzaría el Atlántico, y fue de los primeros pilotos que surcaron el cielo nocturno solo guiados por las estrellas.
Su carrera literaria se fue desarrollando en forma paralela a la aeronáutica guardando ambas una gran relación. Desde su primera novela “Correo del Sur”, publicada en 1929, las memorias del piloto están presentes. Instancias de vuelo, muchas de las cuales significaron accidentes, sirvieron de inspiración para historias que no consistían en el mero relato de los hechos, sino que eran trasmutadas en textos poéticos y sugerentes.
En “Tierra de hombres” (1939) novela por la que recibió el premio de la Academia Francesa, aparece el accidente que le deja, junto con otro compañero, por varios días casi sin agua en el Sahara. También “El Principito” se inicia con la necesaria reparación del motor de una avioneta en el desierto.
“Piloto de guerra” (1942) es un libro totalmente testimonial en el que Saint- Exupéry relata sus propias experiencias vividas como piloto de la Fuerza Aérea francesa durante la Segunda Guerra Mundial. A pesar de que se trata de una crónica de los hechos, llama la atención cómo su autor, aun en momentos de gran peligro, no deja de ser sensible a la belleza. Al relatar un ataque de baterías antiaéreas, describe magistralmente cómo las trazas color fuego de los proyectiles que suben desde tierra van formando sobre el negro del cielo figuras que asemejan candelabros.
La experiencia argentina
Antoine de Saint- Exupéry vivió poco más de año y medio en la Argentina, con la misión de organizar, para una compañía francesa que ya operaba en la zona, una nueva línea hacia el sur que ligara la capital con Río Gallegos. Allí conoció a su mujer, la salvadoreña Consuelo Suncin, con quien tuvo una relación tormentosa, pero en cierto modo perdurable.
Menos conocida internacionalmente es su profunda relación con la ciudad de Concordia, en cuyas inmediaciones se vio obligado a hacer un aterrizaje forzoso. Si bien su famoso Principito fue escrito en los Estados Unidos en el año 1943, muchos de los elementos que intervienen en la historia pueden haber sido inspirados por sus hallazgos en el campo entrerriano, donde una familia francesa que habitaba una lujosa mansión le auxilió cuando tuvo el percance. Allí conoció a las niñas francesas que él llamaba “princesitas argentinas”, que tenían zorros y serpientes en la finca familiar conocida como castillo San Carlos.
Un incierto final
A pesar de no haber sido convocado para combatir en la Segunda Guerra Mundial, Saint Ex, como le llamaban sus compañeros, insistió en que le permitieran participar con cinco misiones de reconocimiento del frente enemigo. En la mañana del 31 de julio de 1944, despegó de la base de Córcega, iniciando un vuelo del que nunca regresó. Durante años su desaparición estuvo envuelta en el misterio, inevitablemente asociada con la de su personaje el Principito, que cae blandamente sobre la arena tras un relámpago que brilla un instante en su tobillo. Esa historia, que, con el formato de un cuento para niños, contiene toda la filosofía que puede entender un adulto, tiene un gran paralelismo con la vida de su autor.
El escritor había tenido inconvenientes en su segunda misión, que derivaron en la inutilización del aparato asignado. Sus desavenencias con el general De Gaulle habían motivado la prohibición de su libro “Piloto de guerra”.
En el año 1998, un pescador rescata de las aguas del Mediterráneo en las cercanías de Marsella, un brazalete de plata con los nombres de Antoine de Saint-Exupéry y de su esposa. Dos años después, un buzo encontró restos de un avión, que una vez recuperados, en el 2003, pudo confirmarse pertenecían al aparato que el escritor piloteaba. Años más tarde, un excombatiente alemán declaró en una entrevista haber derribado un avión de esas características en una zona del Mediterráneo coincidente con el lugar de los hallazgos. Pero esto no ha podido probarse, y el fin de la vida terrenal de Antoine de Saint- Exupéry aún sigue envuelto en cierto velo de misterio.
*Columnista especial para La Mañana desde Madrid.
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