Los fanáticos y los intereses económicos que impulsan un futuro totalmente eléctrico suelen ignorar los retos que conllevan sus planes. A pesar de las promesas de reducir los precios de los vehículos eléctricos, la enorme demanda de componentes esenciales como el litio, el cobre y el aluminio hace improbable que los precios bajen a corto plazo. El precio de las baterías por sí solo mantendrá alto el de los vehículos eléctricos, ya que el costo de los componentes se ha triplicado desde 2021. En pocas palabras, el impulso a favor de los vehículos eléctricos (VE) representa un ataque a la clase trabajadora. Dos tercios de los propietarios de VE tienen ingresos superiores a US$ 100.000. Según United Latinos Vote, un grupo activista con sede en California, las presiones ecologistas para “eliminar progresivamente” los coches asequibles en favor de los “caros VE” podrían hacer que “nuestros vecinos ricos del pueblo de al lado carguen sus Teslas”, pero “harían que fuera impagable utilizar nuestros coches”. También es probable que los mandatos de transformación al VE fuercen un alza de precios en los ahora restringidos autos tradicionales. Mientras tanto, los ecologistas exigirán precios más altos del combustible para forzar a los conductores a reducir el consumo de la endemoniada gasolina. En última instancia, como admitió recientemente hasta el Washington Post, los vehículos eléctricos están acelerando un regreso a condiciones que no se veían desde principios del siglo XX, cuando el automóvil era un artículo de lujo. Entonces, ¿quién gana aquí? Desde luego, no las familias de clase media o trabajadora para las que el cambio climático no constituye una preocupación primordial. Elon Musk, el último gran industrial estadounidense, es sin duda uno de los grandes beneficiados, al igual que sus inversores y los insiders de Wall Street deseosos de sacar tajada de la bonanza de los vehículos eléctricos patrocinada por el Estado.
Pero el gran beneficiado es China. La producción china de coches “ecológicos” está respaldada por su creciente uso de combustibles fósiles baratos y fiables. Mientras tanto, Occidente lucha contra los altos costos y la falta de fiabilidad asociadas a las energías renovables, que han encarecido nuestros procesos de fabricación. Hoy en día, China produce el doble de vehículos eléctricos que Estados Unidos y la UE juntos. China también intenta aprovecharse de su dominio total de la industria de paneles solares, y su capacidad en baterías es ahora aproximadamente cuatro veces superior a la de Estados Unidos. China también ejerce un control efectivo sobre el suministro mundial de minerales de tierras raras, esenciales para fabricar baterías, así como sobre las tecnologías para procesarlos. Pero, trágicamente, todo este dolor y dislocación podría suponer escasos resultados reales. Los beneficios medioambientales que supuestamente impulsan la política de VE no son precisamente estelares. Volvo calcula que la producción de sus vehículos eléctricos requiere un 70% más de emisiones que la de sus modelos convencionales, debido sobre todo a la dificultad de fabricar baterías. El economista Bjorn Lomborg calcula que un cambio generalizado a los vehículos eléctricos supondría una reducción de la temperatura global de 0,0002 grados Fahrenheit en 2100. Además, según el Banco Mundial, la transición a los vehículos eléctricos requerirá unos 3.000 millones de toneladas de minerales y metales, como níquel, litio, cobalto y grafito. Estos minerales serán extraídos principalmente de países como la República Democrática del Congo, donde las condiciones de trabajo son brutales.
Joel Kotkin, director ejecutivo del Urban Reform Institute (Houston, TX) y profesor de la Universidad de Chapman (Orange, CA). Publicado en Spiked.
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