Entre la vasta obra del poeta, escritor e historiador Pedro Leandro Ipuche (1889-1976) se encuentra Hombres y nombres. El trabajo lleva por subtítulo Libro del cincuentenario (1909-1959), Ensayos y entretenimientos. Se trata de una selección que hace el propio autor de sus textos y que organiza sin seguir un criterio cronológico, temático o de fuentes, sino hedonístico. Arropa allí a Artigas, Borges, Figari, Rodó y María Eugenia junto a cómo se hizo peñarolense y a recuerdos de su infancia. El ejemplar que poseo, más allá de su valor literario y documental, tiene un valor sentimental: está dedicado a mi padre «amigo de los tiempos inolvidables de Santa Lucía a 28 de diciembre de 1959», es decir a unos días de su presentación pública. Entre esos personajes que rescata Ipuche se encuentra Juan Rosas, último sobreviviente de los Treinta y Tres.
La historiografía ha discutido ese listado de los libertadores de la Agraciada. Luis Melian Lafinur (1850-1939) en su obra Los Treinta y Tres (1895) empieza diciendo que año tras año se publican listados diferentes en los aniversarios de la Cruzada. Habla de «supresiones arbitrarias y sustituciones injustificadas» y lo peor, dice, es que en los textos escolares ocurre lo mismo.
La nómina verdadera de los Treinta y Tres, según Lafinur, es la publicada oficialmente el año 1888 por la Inspección General de Armas y tomada de los documentos del archivo militar del año 1825: Coronel Comandante en Jefe D. Juan A. Lavalleja, Mayor Manuel Oribe, Pablo Zufriategui, Simón del Pino, Manuel Lavalleja, Manuel Freire, Jacinto Trápani, Gregorio Sanabria, Manuel Meléndez, Atanasio Sierra, Santiago Gadea, Pantaleón Artigas, Andrés Spikerman, Juan Spikerman, Celedonio Rojas, Andrés Cheveste, Juan Ortiz, Ramón Ortiz, Avelino Miranda, Carmelo Colmán, Santiago Nievas, Miguel Martínez, Juan Rosas, Tiburcio Gómez, Ignacio Núñez, Juan Acosta, José Leguizamón, Francisco Romero, Norberto Ortiz, Luciano Romero, Juan Arteaga, Dionisio Oribe, Joaquín Artigas.
Encendiendo la polémica
Esa nómina no coincide con la que actualmente puede leerse en Wikipedia, que obviamente Lafinur no conoció. Pero tampoco es la lista elaborada por Oribe y certificada por Lavalleja el 28 de julio de 1830. Sobre el documento firmado por el líder de los 33, dice Melian Lafinur: «Se equivocaron ambos en nombres y jerarquías militares, al extremo de llegar el error hasta el grado atribuido al señor Oribe, suponiéndosele teniente coronel, cuando no era más que sargento mayor
al pisar el suelo de la patria». ¿Pero cómo es posible que nada menos que ellos dos se equivocaran? Porque el destino de la lista era la «Contaduría, a fin de que los Treinta y Tres personalmente, o los herederos de los fallecidos, recibiesen el premio acordado por la ley, dictada el 14 de julio de 1830», afirma Lafinur. Y abundando sobre el tema, agrega: «[Es] vergonzoso que obtuviesen premios algunos ilegítimos usufructuarios de las glorias de la inmortal cruzada, y le dejasen todavía a sus deudos el provecho de inmerecidas pensiones». Pero peor resulta «que en la actualidad [1895] el monumento que se alza en la plaza principal de la Florida [ostente] seis nombres, nada menos, que no son los de aquellos intrépidos patriotas». Y sobre el cuadro de su amigo Blanes arroja las mismas objeciones a las que tampoco era ajeno su autor.
Pero no es la intención profundizar en esa controversia, porque lo que interesa a esta nota es que Juan Rosas figura en todas las listas.
¿Y cuál es la relación entre Ipuche y Juan Rosas? Cuenta que el padre «que profesaba el culto de las obligaciones amistosas», decidió un día trasladarse a Paso del Dragón, una localidad del departamento de Cerro Largo. El nombre del lugar no tiene que ver con alguna bestia mitológica, sino que, según José Muniz Cuello (El héroe que vivió en tres siglos, 2a. Ed. 2018) alude a un oficial de los dragones de Oribe, apodado Capitán Dragón que se había establecido en la zona con pulpería.
El viejo y el niño
El motivo del viaje paterno era visitar al amigo Plácido Rosas. De modo que don Ipuche hizo subir un par de amigos y familiares al carruaje, se agregó a Pedro Leandro, que era un niño y salieron al camino. Cuando llegaron, encontraron a un anciano sentado en una silla de quebracho, con un perro que yacía a sus pies y le servía de estufa. De pronto el anciano se puso de pie apoyado en su bastón, se acercó a un corderito y le alcanzó un cuenco con leche.
Plácido Rosas tiene con Pedro Leandro el diálogo que este recrea así:
—¿Sabes por qué ese viejito ha hecho eso?
—No, señor.
—Ese corderito no tiene madre. Es guacho. El viejito dice que siempre ha protegido toda criatura guacha. Que él, también, fue un guacho en la vida.
Y luego.
—¿Tú vas a la escuela?
—Todos días, señor.
—Entonces, tú no eres un rabonero.
—Dios me libre, señor.
—Has estudiado Historia Nacional?
—Sí, señor.
—¿Has oído hablar de los treinta y tres orientales?
—Pero, señor…
—Pues ese viejito fue uno de ellos.
Ignoro hasta qué punto este coloquio se dio en esos términos. Ni siquiera, si realmente existió, pero no cabe dudar de la palabra del autor en cuanto a la veracidad de su visita, y en que estuvo en presencia del cruzado. Don Juan Rosas falleció en Paso del Dragón el 30 de marzo de 1902 a los 103 años. No deja de ser admirable que la vida guerrera que llevó se haya prolongado hasta edad tan provecta.
El honor y la afrenta
El 18 de abril de 1956, sus restos fueron colocados en una urna, que los trasladó con custodia militar hasta el tren que los llevó a Treinta y Tres. «Al día siguiente, con el protocolo requerido para la ocasión y ante autoridades nacionales, familiares y numeroso público presente, fue depositada en el monumento que recuerda a los Treinta y Tres Orientales, en la Plaza 19 de Abril», consigna Muniz Cuello en su interesante trabajo. No obstante, W. Laroche dice que la escultura realizada por el Arq. Jorge Geiller fue inaugurada en 1957 (Estatuaria en el Uruguay T II, p.188, Palacio Legislativo, 1980).
El poeta salteño Víctor Lima (1921-1969) lo recuerda en un poemagrabado, según Munizpor primera vez, por Ruben Díaz Castillos, con la guitarra del maestro Hilario Pérez, (Cancionero Nativo para Niños, CD del sello Orfeo) en el mismo año del trágico fin del poeta.
Uno de los 33 (fragmento)
Son Treinta y Tres Orientales,
sobre las aguas sin fin,
más, con perdón, a uno solo
yo me voy a referir.
Por libertad da la vida,
sin el temor de morir,
y junto a ella remando,
don Juan Rosas es feliz.
Si Lavalleja y Oribe
fueron los jefes allí,
Juan Rosas era un valiente,
para vencer o morir.
Cincuenta años después un hecho horrible, explicable solo por un grado estimable de insania, convulsionó la ciudad. Con la obvia nocturnidad se había vandalizado y profanado la tumba de don Juan Rosas. Según informó la prensa en su momento, el túmulo había sido violado y los huesos del héroe esparcidos sobre la losa marmórea.
Para estos desquiciados no rige la exhortación con que Zorrilla culmina su Leyenda Patria. No está de más recordarlo: Pisas tumbas de héroes / ¡Ay del que las profane!
¿Qué pensaría el cantor patrio si supiera que ese mismo suelo ya había sido oficialmente vejado clavándole hoz y martillo en su corazón?
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