El pasado 6 de julio, el obispo portugués Américo Aguiar, encargado de organizar la JMJ 2023, dijo en una entrevista para la cadena RTP que para él la JMJ debe ser “un grito de fraternidad universal”. Y que es para “católicos, no católicos, con religión, con fe, sin fe” porque “lo primero es entender que es una riqueza la diversidad”.
“Nosotros no queremos convertir a los jóvenes a Cristo ni a la Iglesia católica ni nada de eso, en lo absoluto”, dijo el futuro cardenal. “Queremos que sea normal que un joven cristiano católico diga y testimonie quién es, que un joven musulmán, judío o de otra religión no tenga problemas en decir quién es, y que todos entendamos que la diferencia es una riqueza y el mundo será objetivamente mejor si somos capaces de colocar en el corazón de todos los jóvenes esta certeza de Fratelli tutti, todos hermanos”.
Días después, Mons. Aguiar aclaró que lo que quiso decir fue que la JMJ es “una invitación a que todos los jóvenes del mundo tengan una experiencia de Dios”, y que allí “todos deben sentirse y ser bienvenidos, y no extraños por pensar de otra manera”, porque “la Iglesia no impone, propone”.
No corresponde juzgar la intencionalidad de los dichos de Mons. Aguiar, pero entendemos necesario aclarar algunas cosas. Porque con intención o sin ella, los dichos del futuro cardenal pueden confundir. Empecemos por aquello en lo que coincidimos con Mons. Aguiar…
Es cierto que el mundo necesita desesperadamente tender puentes de entendimiento y cooperación entre personas que piensan distinto. Es cierto que la Iglesia católica no debe imponer a nadie sus creencias: la fe es un don. Y es cierto que la Iglesia no debe rechazar a nadie, venga de donde venga.
Sin embargo, será necesario aclarar –por ejemplo– que durante la celebración de la Santa Misa, quienes no son católicos –y quienes siéndolo, no estén en gracia de Dios–, no deben acercarse a comulgar. Si esto no queda claro –si jóvenes de otras creencias terminan creyendo que, porque no son distintos de los demás, pueden comulgar–, el remedio puede ser peor que la enfermedad.
Por otra parte, en muchos países europeos, es obvio que los jóvenes ateos o de otras religiones no se sientan menos que los católicos. En el caso de los jóvenes musulmanes, parece más bien lo contrario: tienen mucho más claro cuál es su identidad, que buena parte de los jóvenes católicos…
Por lo demás, la principal misión de la Iglesia católica siempre ha sido la conversión de las almas. De los que vienen de afuera y de los que ya estamos dentro. Basta leer la Sagrada Escritura: “El Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia” (Mc., 1, 15). “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado” (Mt., 28, 19-20).
El Catecismo de la Iglesia católica explica, además, que “el movimiento de retorno a Dios, llamado conversión y arrepentimiento, implica un dolor y una aversión respecto a los pecados cometidos, y el propósito firme de no volver a pecar. La conversión, por tanto, mira al pasado y al futuro; se nutre de la esperanza en la misericordia divina” (CIC, 1490).
Por su parte, el documento final de Aparecida dice que la conversión “es la respuesta inicial de quien ha escuchado al Señor con admiración, cree en Él por la acción del Espíritu, se decide a ser su amigo e ir tras de Él, cambiando su forma de pensar y de vivir, aceptando la cruz de Cristo, consciente de que morir al pecado es alcanzar la vida” (N° 278 b).
Estos documentos, para nada preconciliares, demuestran que convertir –hacer discípulos suyos a todos los pueblos de la tierra–, es un mandato imperativo de nuestro Señor Jesucristo. ¿Cómo se logra esto? ¿Poniendo un revólver en la cabeza de paganos e infieles y ordenando que se conviertan? Nadie en su sano juicio utilizaría semejante estrategia. Se trata, sobre todo, de mostrar la verdad, el bien y la belleza, la alegría y la paz en la que vivimos –a pesar de los pesares–, quienes nos esforzamos por ser fieles al mensaje del Evangelio, al mensaje que nos abre el camino a la vida eterna.
Por eso nuestra respuesta a la pregunta de título es un sí rotundo: ¡nosotros queremos conversiones! ¡Y cuántas más, mejor!
TE PUEDE INTERESAR: