El 18 de julio de 2023 se cumplieron setecientos años exactos desde la canonización de Santo Tomás de Aquino, quien, en palabras del Cardenal Bessarión (1403 – 1472), fue “el más sabio entre los santos y el más santo entre los sabios”.
Santo Tomás –olvidado y rechazado por muchos, pero más necesario que nunca en estos tiempos– es famoso por sus escritos, que van desde la Suma teológica y la Suma contra gentiles, hasta el Adoro te devote y el Pange lingua.
En una síntesis titánica, logró conciliar los estudios bíblicos –bastante olvidados en su tiempo– con lo mejor de la antigua filosofía aristotélica, de la cual supo extraer todo lo que en ella había de verdadero.
Su apasionado amor a Cristo fue la causa de su apasionado amor a la verdad, una verdad que expuso desapasionadamente para que brillara por sí misma. Así, demostró racionalmente desde la inmortalidad del alma humana, hasta la existencia de Dios por sus famosas “cinco vías”.
Ante todo, Santo Tomás estableció la distinción de diversos órdenes de verdades, según la capacidad cognoscitiva de los seres vivos: observó que el animal conoce por los sentidos el mundo de las cosas concretas –este ratón, aquel árbol–, mientras que el ser humano, mediante su intelecto, es capaz de adquirir ideas y conceptos universales: v.g., el hombre considerado en general.
También existe, según Santo Tomás, un medio de conocimiento superior, desconocido para el hombre –la luz de la gloria– que permitiría conocer a Dios en su propio ser y comprender los misterios divinos. Esta verdad, que para nosotros es un misterio, no es irracional, sino suprarracional. Y por tanto no es objeto de la filosofía sino de la teología revelada.
Santo Tomás afirma que no existe contradicción entre fe y razón, ya que Dios es uno y no puede contradecirse. La razón, incluso, llega a conocer los límites del orden natural y sobrenatural, en los que se encuentran ciertas verdades básicas para la fe –que Dios ha revelado para nuestra salvación–, pero que son accesibles a la razón. Entre estas verdades está, por supuesto, la existencia de un Dios diferente del mundo, causa y principio de todo lo que existe, que él demuestra a través de sus famosas cinco vías.
El Prof. Rafael Gambra, en Historia Sencilla de la Filosofía, comentando las cinco vías, dice: “las cuatro primeras tienen un fondo común (…): es evidente que algo existe; pero todo lo que existe requiere una causa, porque nada es causa de sí mismo. Podría pensarse en una cadena infinita de causas, pero esto es insostenible, porque si la serie es infinita quiere decirse que no hay primera causa, y no habiendo primera causa, no hay ni segunda ni tercera, ni esta que está aquí actuando. Luego, si algo existe debe haber una causa primera, ser necesario, que es lo que llamamos Dios”.
“La quinta vía —sigue Gambra— (…) es quizá la que más convence al hombre en general (…): imaginemos que, andando por la calle, encontramos en la acera un bloque de letras de imprenta en que se halla compuesta una página de la Biblia. Supondremos, por ejemplo, que han sido sacadas de una imprenta cercana o que alguien las ordenó allí mismo. Lo que no podríamos jamás pensar es que esos tipos de imprenta fueron arrojados por la ventana de un alto piso y que casualmente cayeron en este orden. Pues bien, el mundo en que habitamos es una estructura infinitamente más compleja y bien dispuesta que esa composición tipográfica; el más diminuto ser vivo contiene una perfección tal que no puede el hombre soñar con construir organismo semejante. Es, pues, preciso admitir una inteligencia soberana que dio el ser y el orden a todo este inmenso Universo.”
Es imposible resumir la obra de Santo Tomás en esta columna. Si esperamos, sin embargo, despertar el interés de algunos por profundizar sus enseñanzas. Hay mucho para aprender de la vida y de la obra, de la humildad, de la pobreza y del profundo amor a la verdad, a Nuestro Señor Jesucristo y a la Sagrada Eucaristía, de este gran santo.
El momento no podría ser más oportuno: en un mundo donde las verdades más elementales se ponen en tela de juicio en los lugares más insospechados, la necesidad de volver piadosa y filialmente a la doctrina del Aquinate, es análoga a la necesidad del hijo pródigo de volver a su casa…: no podemos ni queremos seguir alimentándonos de las bellotas del error, cuando en la obra del Doctor Angélico tenemos el pan de la verdad: el “pan vivo que da la vida al hombre”.
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