La expresión «genocidio» es un compuesto entre el término griego genos (raza, pueblo) y el sufijo latino cide (matar). Se trata de un vocablo que, a diferencia de la mayoría, es hidalgo (hijosdalgo, hijo de padre conocido). Fue creado por un abogado internacionalista de familia judía, nacido en el Imperio ruso: Raphael Lemkin (1900-1959).
Si bien el término fue acuñado por el jurista a fines de la Segunda Guerra Mundial, su elaboración fue un proceso que recoge en su autobiografía. Parte de su propia experiencia vital fue sufrir las consecuencias del genocidio conocido como Shoáh. Los judíos han sufrido persecuciones diversas a lo largo de la historia. Los pogroms de Kishinev de 1903, recogidos por el escritor y poeta Jaim Najman Biálik, tuvieron una gran influencia sobre Lemkin.
Como relata en su autobiografía, a la edad en que él tenía 13 años, «un judío llamado Beilis fue acusado de haber asesinado a un niño cristiano para usar su sangre en la Pascua judía». El hecho había causado una gran alarma pública. En la escuela pública a la que asistía la presión era insoportable. «A todos los alumnos judíos se les llamaba por el nombre colectivo de Beilis». Cuando el detenido fue puesto en libertad, porque un jurado lo había declarado inocente, la situación mejoró. Pero: «Vi claramente que la vida de millones de personas dependía de la votación del jurado», dice.
Sin embargo, lo que lo inclinó a abordar la carrera de las leyes fue un hecho de sangre posterior a la Primera Guerra Mundial. Dice que durante el período bélico «en Turquía, más de 1,2 millones de armenios fueron asesinados por la única razón de ser cristianos». El asunto quedó públicamente expuesto y una centena y media de exdirigentes turcos apresados en la isla de Malta fueron sometidos a juicio, y liberados. «¿Por qué se castiga a una persona cuando mata a otra y, sin embargo, el asesinato de un millón es un crimen menor que el asesinato de un solo individuo?», se pregunta Lemkin.
¿Justicia o venganza?
Los armenios no se quedaron quietos y un grupo organizado planeó y ejecutó una operación, que se conoció con el sugestivo nombre de «Némesis», y que incluyó el asesinato de varios integrantes del grupo absuelto entre 1921 y 1922.
En ese contexto, el exministro del Interior turco Mehmet Talaat Pashá fue muerto en Berlín de un disparo por un joven armenio de 24 años llamado Soghomon Tehlirian. El juicio, al que se llamó a declarar a sobrevivientes armenios del holocausto, se transformó en una vidriera de las atrocidades cometidas y obligó al mundo a oír la atroz verdad. Si bien el juicio terminó con la liberación de Teherlian, Lemkin no quedó conforme. El argumento usado por el tribunal fue que Tehrlian había obrado como resultado de una “compulsión psicológica”. En realidad, el «justiciero» se había salvado de la muerte porque el cuerpo de su madre baleada junto a cientos de personas cayó sobre él. Pero la resolución del jurado lo equipara a alguien privado de razón. El reflexivo Lemkin no puede evitar preguntarse, si: «¿puede un hombre designarse a sí mismo para hacer justicia? ¿No hará la pasión tambalear la justicia y hará de ella una farsa?». Esto lo termina de convencer de que «el mundo debía adoptar una ley contra este tipo de asesinatos raciales o religiosos».
En 2017 una pequeña plaza de la ciudad de Marsella es denominada como Soghomon Teherlian, en un acto público presidido por el alcalde de la ciudad y con la asistencia de numeroso público. El Municipio había recogido un planteo del Consejo de Coordinación de Organizaciones Armenias en Francia (CCAF), según informa el medio The Armenian Weekly.
Por cierto, Lemkin que había fallecido en 1959, no se enteró.
Luces y sombras
Los hechos de 1921 lo impulsaron a estudiar derecho en la Universidad donde obtuvo su título de abogado en 1926. Pero a la tragedia armenia sucedió el holocausto judío. Lemkin era fiscal del gobierno polaco en 1933. Envió un documento con sus consideraciones a la Conferencia Internacional para la Unificación del Derecho Penal que se celebraba en Madrid. Entre otras cosas expone el concepto de “peligro interestatal”, en donde no se trata de dañar a un individuo, sino a una colectividad. Los alemanes se retiraron de la conferencia y el gobierno polaco destituyó a Lemkin. De ahí en más los acontecimientos empeoraron y no solo para él, que, afortunadamente pudo escapar, pero una cincuentena de sus parientes, entre otros millones perecieron en los Konzentrationslager nazis.
Después de un largo y penoso viaje arribó a EE.UU. Dio clases en distintas universidades y llegó hasta el presidente Roosevelt. En 1942 le planteó al dignatario condenar los crímenes del nacismo en un documento formal. La respuesta del presidente indicaba que lo comprendía pero que debía ser paciente. Descubrió así que: «Los estadistas están arruinando el mundo, y es sólo cuando parece que se ahogan en el lodo de su propia hechura cuando se apresuran a salir de él».
La declaración sobre «Genocidio» en la versión de Lemkin, fue incluida en el artículo II de la Convención de la ONU de 12 de setiembre de 1948, ratificada por EE.UU. cuarenta años después.
Sus últimos años, enfermo, solo y pobre, agregaron el desencanto de no conseguir un editor para sus memorias. Recién fueron rescatadas hace unos años por la investigadora australiana Donna-Lee Freize que las halló en la Biblioteca pública de Nueva York.
En ese lapso final de su vida, Lemkin escribió unas cuantas poesías. Por su fuerza expresiva, hemos seleccionado la que sigue, que no casualmente lleva el título que ostenta.
Genocidio
Vinieron a matarte, / y no por mera sed de sangre – / Dios les mandó / para gobernar sobre todas las demás naciones. / Tu único pecado, tu mismo nombre. / Ellos borrarán tu semilla / por motivos de raza y religión. / Apretado en el vagón de ganado, / en tu frente la marca / de la bota del policía. / Tus ojos llenos de angustia; / nunca más vas a ver a vuestras familias, / vendido como esclavo, torturado y saqueado. / Todo el trabajo que una vez ejerciste, / trabajando duro para mantener esposa e hijo, / para llenar vuestras almas de orgullo, / para prepararse en la lucha ahora se reducirá, / hasta los jadeos finales y el toque de muerte. / El humo de tus cadáveres quemados, / se elevará más y más alto, / al cielo. / Tus lápidas saqueadas / mientras el perro y el cerdo, / roen los huesos de tus antepasados. / En la casa vacía, / el gato huérfano, / el favorito de tu hija, / solo desde la cuna vacía, / surgirá. / El piano silencioso está de pie, / esperando en vano que la voz acompañe y tu violín, / yace mudo como un trozo de madera seca. / El libro que escribiste, / consumido en llamas. / En la escuela, donde enseñaste, / el estudiante superdotado será castigado, / por alabar tu nombre. / Y esto por señal y por memoria: / tus huérfanos nunca volverán a reír. / En tierras lejanas, / el cartero, con las manos vacías, / visitará a sus parientes, / con una lágrima en la mejilla. / La ciudad de Dios era esta, / y ahora… yace desierta, compadeciéndose de sí misma.
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