Discutir qué es hoy el “modelo de Emilia” entraña al menos dos dificultades. La primera estriba en definir cuáles son las características básicas del modelo que siguen presentes hoy en la realidad de la región emiliana, que se encuentra en una fase económica aún marcada por una gran inestabilidad. La segunda dificultad estriba en definir un marco eficaz para debatir las características esenciales de un modelo: ¿qué entidades son relevantes en dicho modelo? ¿Qué relaciones entre las entidades decidimos considerar en el modelo? (Una ontología cuya definición se convierte en preliminar a la discusión de un modelo). El modelo emiliano entró en el léxico habitual no solo entre los responsables políticos regionales, sino también entre los académicos de todo el mundo, con un ensayo publicado originalmente por Sebastiano Brusco hace treinta años.
El libro “Modello Emilia: disintegrazione produttiva e integrazione sociale” (Modelo Emilia: desintegración productiva e integración social), publicado en 1980 por Problemi della transizione, una revista boloñesa dedicada a la cultura y la política de aquellos años, había sido concebido como guion para un programa de la RAI titulado “l’Italia che tiene”. Sebastiano Brusco había trabajado en ello con el objetivo de mostrar cómo “frente a la situación de crisis de finales de los 70, algunas economías locales consiguieron salir adelante. Y Emilia era una de estas zonas”. La transmisión no se concretó, pero Brusco prosiguió con la revisión del guion, el que fue publicado más tarde. Ese ensayo –que se volvió a publicar en la primera colección de ensayos de Brusco en 1989– nos ofrece una lectura de las condiciones económicas y sociales que caracterizaban a la región de Emilia Romaña. Una concepción que viene de lejos, enraizada en la tradición de Karl Polanyi, y que en Italia había marcado el pensamiento de sociólogos como Arnaldo Bagnasco y Carlo Trigilia, o del economista Giacomo Becattini, que a finales de los años setenta llamó la atención de los economistas italianos sobre el concepto de los distritos industriales.
El ensayo de Brusco cosechó un gran éxito. Y esto ocurrió tras su publicación en el Cambridge Journal of Economics: fue con esa traducción de 1982 cuando el término “modelo emiliano” entró en el debate internacional sobre modelos alternativos a la producción en masa. Sebastiano Brusco propuso una interpretación del complejo entrelazamiento de trayectorias profesionales, movilidad social y estructura productiva, instituciones locales y asociaciones representativas, relaciones entre empresas y relaciones dentro de las empresas. Dibujó el panorama de una región que aparecía caracterizada por zonas distritales monoculturales con una fuerte apertura a las exportaciones, una buena capacidad de innovación en la producción, pero también en las acciones políticas a escala local. Esta visión se apoyaba en un vasto aparato teórico, un gran número de estudios empíricos y el análisis comparativo de la estructura productiva de la región con otras regiones italianas. La teoría de la producción allí utilizada analizaba de forma original las economías de escala y las economías de integración vertical, no ya en la empresa individual, sino en una interpretación global de la fase individual de transformación y del sistema empresarial en su conjunto.
Margherita Russo, en “Il modello emiliano” (2011). Russo es profesora de economía en la Universidad de Modena y Reggio Emilia.
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