El feriado nacional del 25 de agosto –que se confunde lamentablemente con la Fiesta de la Nostalgia por un simple hábito cultural que ha hecho de la añoranza un símbolo identitario–celebra sin lugar a dudas el primer pacto pre-partidos políticos que fue capaz de forjar el consenso necesario para impulsar nuestra soberanía.
En un momento en que nuestro país viene enfrentando momentos adversos como la pandemia, la inflación, la sequía, la creciente inseguridad, el desempleo, el atraso cambiario, el endeudamiento privado que es azote para la familia uruguaya, al igual que las adicciones y el narcotráfico, rescatar el valor original del 25 de agosto se vuelve imprescindible. No ya por la significación que tuvo la declaratoria de la independencia en sí, sino porque este evento constituyó el primer pacto que supo diluir las polarizaciones políticas que estaban presentes en nuestro país desde la partida de José Artigas.
Hay que recordar que en el Congreso realizado en la Piedra Alta en San Fernando de Florida se dieron cita Rivera y Lavalleja –que ya se habían dado un poco antes el icónico abrazo a orillas del Monzón–, Manuel Calleros, el presbítero Larrobla, como también los diputados electos de los siguientes pueblos: Guadalupe de Canelones, San José, San Salvador, San Fernando de la Florida, Nuestra Sra. De los Remedios (Rocha), San Pedro de Durazno, San Fernando de Maldonado, San Juan Bautista, San Isidro de la Piedras, Rosario, Vacas, Pando, Minas y Víboras.
Mediante este órgano soberano, el primero tras la Invasión Cisplatina, se declaró independiente a la Provincia Oriental de toda potencia regional y extrarregional, siendo el preámbulo necesario para que se constituyera nuestro país como tal, mediante la convención preliminar de paz de 1828.
De esa forma, la Cruzada Libertadora que se había iniciado con el desembarco de los “Treinta y tres orientales”, fue una campaña que tenía como fin recuperar la patria que Artigas había sembrado en el corazón de los primeros uruguayos, una patria que no era solo un trozo de tierra, sino también una idea que soplaba en el hondo sentir de los orientales.
Sin embargo, hoy, a casi 200 años de estos hechos, tenemos una independencia nominal, pero nos encontramos ante la reválida de enfrentar un mundo en el que la presión que ejercen algunas potencias, como también el flagelo que produce el crimen organizado, constituyen la principal prueba para la eficacia de nuestras instituciones.
Por eso hoy, el desafío de la independencia pasa por otro lado. Ya no estamos hablando de liberarnos del yugo del colonizador español o portugués, hoy el invasor es de otra naturaleza, mucho menos visible, pero al mismo tiempo mucho más dañina. Porque los colonizadores a pesar de todo nos dejaron una cultura, nos dejaron una civilización, nos dejaron instituciones. Pero hoy el invasor nos penetra desde nuestras propias entrañas, contaminando al sistema político, al sistema judicial, como sucede con el narcotráfico; y en muchos casos contaminando también al medio ambiente, como viene sucediendo con las fábricas de pasta de celulosa y su inherente forestación indiscriminada, cuyo daño a futuro todavía no está siquiera calculado.
En ese sentido, el valor del 25 de agosto de 1825 pasa por volver a pensar el Uruguay en clave de país, siendo urgente que todo el espectro político busque la forma de hacer un pacto que mire más allá de los colores partidarios, sobre todo en materia de seguridad y economía.
Quizá sea hora de implementar un Consejo de Economía Nacional como lo había expresado en varias ocasiones a través de este medio Hugo Manini Ríos, que sea capaz de articular recursos, perspectivas y objetivos que en la actualidad no estamos pudiendo enfocar. Porque se hace necesario alcanzar un país donde tengamos metas comunes, y que ello no signifique perder o dejar de lado nuestras enriquecedoras diferencias.
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