El periódico El Amigo del Obrero, creyó ver en el episodio un enfrentamiento entre batllistas y antibatllistas que encabezaba el jefe político de Montevideo Cnel. Arq. Guillermo West.
El medio católico se refería a la intervención del Juez de Instrucción Dr. Arturo Lapoujade sucedida el 29 de enero de 1910.
Por esos años Montevideo, al decir de Zum Felde, «bañaba aún en el río su honesta monotonía provinciana». Pero el «progreso» golpeaba la puerta con fuerza. Y, entre otras cosas, se expresaba con las grandes construcciones, siguiendo los modelos europeos. Casas de veraneo en Pocitos, como la de Williman todavía en pie en Ellauri y Av. Brasil; el Hotel de los Pocitos, cuya terraza fue referencia ineludible de la sociedad hasta que se la llevó el temporal del 23 hace ya cien años…
¿Y por qué no un hotel con casino incluido? Faltaba que alguien con visión lo propusiera. Pero, además, tenía que tener los medios para llevar a cabo la idea. La empresa de Luis Crodara los tenía, de modo que el 17 de mayo de 1906 se presentó ante la Junta Económica de Montevideo solicitando la concesión para construir «un Casino al estilo europeo, dotado de salas de reunión, de lectura, de recreo, de ejercicios físicos…». El lugar elegido era una de las zonas balnearias del Montevideo de aquellos años: el Parque Urbano frente a la Playa Ramírez. Las condiciones propuestas incluían la entrega de todas las construcciones a los treinta y cinco años y el 10% de las utilidades del casino.
La Junta E. Administrativa llevó el porcentaje al 25% y elevados los antecedentes al Superior Gobierno, este lo remitió al Poder Legislativo que lo aprobó por Ley de 8/04/1907, facultando a la Junta a determinar el porcentaje de utilidades a percibir.
Se nota que en esos tiempos los trámites y las construcciones marchaban más rápido, porque el majestuoso edificio fue inaugurado el 30 de diciembre de 1909.
Tampoco es de desdeñar, que quien tuvo a su cargo la obra fue el Cnel. Arquitecto Guillermo West Gorlero (algunos medios lo mencionan como ingeniero, en una posible confusión con su padre, que sí lo era).
Un visitante inesperado
Todavía no habían aparecido caricaturas del Juez de Instrucción Dr. Arturo Lapoujade en la prensa, porque cuando entró la noche del sábado 29 de enero de 1910 en el casino, nadie pareció haber notado su presencia.
Era una espléndida noche y los asistentes daban a la reunión el brillo personal para el marco adecuado. Damas y caballeros ataviados como era de uso en París se desplazaban en torno a las mesas de ruleta, jugando y flirteando a la par.
El Dr. Lapoujade no había venido solo, sino acompañado por un par de agentes del orden. Observó el movimiento de las personas mientras la rueda de la fortuna giraba distribuyendo algunas alegrías. De pronto se dirigió a la sala del teléfono para comunicarse con la Policía solicitando refuerzos. Al rato se acercaron agentes uniformados. Es así que el Dr. Lapoujade se identificó como Juez y anunció que quedaban todos detenidos. De inmediato se produjo un desbande que superó a los efectivos que solamente pudieron contener a una veintena de personas. El Juez procedió a la incautación de las ruletas por lo que en la Sala de Juegos solo quedaron las sillas y algún otro mueble con presunción de inocencia.
Entre los arrestados estaba el abogado y periodista Leopoldo Thévenin conocido con el seudónimo de Monsieur Perrichon. Ni siquiera estaba en la sala de juegos, sino conversando con amigos, cuando Lapoujade lo mandó detener. Escribió en una de sus picantes crónicas: «El Casino es severo como un templo y si no va provisto de un misal y de un rosario… es muy fácil terminar la noche sobre la silla de una comisaría».
La batalla mediática
La empresa Lasalle y Cía., a la sazón concesionaria de la explotación del Hotel-Teatro-Casino, se esperaba problemas. Pero no la intempestiva acción del Juez, a quien acusaban de haber procedido con una violencia tan extrema como fuera de lugar. Le empresa se agraviaba de que esa situación le había ocasionado daños morales y materiales. Y que «funciona públicamente, al que concurren diariamente legisladores, diplomáticos y personas» que, de haber tenido dudas al respecto, «no hubieran permanecido un solo instante en las salas de juego».
El antecedente inmediato fue una declaración de la Comisión Permanente. El órgano legislativo que actúa durante el receso parlamentario y que, según el Artículo 56 de la Carta de 1830: «velará sobre la observancia de la Constitución y de las leyes, haciendo al Poder Ejecutivo las advertencias convenientes al efecto, bajo de responsabilidad para ante la Asamblea General».
En uso de esas competencias la Comisión había cuestionado la legitimidad del funcionamiento del casino.
La empresa se dirigía al diario El Día para que publicara sus descargos, lo que así sucedió. Dentro de los documentos que adjuntaban había una nota enviada al juez Lapoujade el mismo día del suceso. Suponían que le habría llegado al magistrado con anterioridad a su intervención, lo que hacía incomprensible el procedimiento. Y que, de habérseles notificado, hubieran clausurado las salas de juego y evitado esa enojosa situación que los hacía «víctimas de un verdadero atropello contra todo derecho y consideración».
El 2 de febrero, El Día fijaba posición en su editorial: «…hay un artículo del Código Penal que castiga […] los juegos de azar» y en la Ley que crea el Casino, no hay ninguna disposición que lo derogue. Por lo tanto, entiende totalmente justificado al Juez. Era rigurosamente exacto: la Ley 3153 no incluía siquiera la expresión «modelo europeo».
The end of the affair
Huelga decirlo, pero aquí affair no tiene precisamente el sentido de «amorío», como en el título de la novela de Graham Greene. Por lo menos para la Junta montevideana, que veía mermar sus ingresos en forma alarmante. De modo que rápidamente se comenzaron a buscar las soluciones legislativas adecuadas. El proceso no fue tan rápido como en el caso madre, aunque el presidente Williman estaba de acuerdo. Pero William tenía el inconveniente de no ser batllista. De modo que, cierto sector de la prensa para lo cual ese hecho era anatema, comenzó a atacarlo fuertemente.
La publicación La Semana, por ejemplo, lo caricaturizaba en forma ridícula tanto a él como al entonces coronel West.
El trasfondo eran los disturbios provocados por las huelgas y los agitadores anarquistas.
«Cuando Argentina se resfría, Uruguay estornuda», reza un viejo dicho no exento de realidad.
Los anarquistas habían hecho estallar una bomba en el Teatro Colón el 26 de junio de 1910. Se dictó una ley prohibiendo el funcionamiento de los anarquistas y autorizando su expulsión. Intentaron refugiarse en Montevideo, pero la Policía lo impidió.
De ahí la intervención de Frugoni, porque sin tener nada que ver una cosa con otra, hizo tan hábil mezcla que enturbió la situación política.
La ley remitida durante el Gobierno de Williman derogaba los artículos pertinentes del Código Penal para el caso de «los Casinos o Círculos de estaciones balnearias al solo efecto de la aplicación de esta ley». Además, autorizaba sus funcionamientos por períodos renovables de 10 años y fijaba un porcentaje con destino a la Asistencia Pública.
La ley fue sancionada durante el Gobierno de Batlle. Ahora, el juego de azar era popular y democrático.
Por esa ruleta del destino el austero edificio del diario El Día, un siglo después fue transformado en un Casino.
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