Poner el crecimiento en el centro de la política económica es un error. Aunque es importante, el crecimiento en abstracto no es un objetivo o una misión coherente. Antes de comprometerse con objetivos concretos (ya sea el crecimiento del PIB, la producción global, etc.), los gobiernos deberían centrarse en la dirección que toma la economía. Después de todo, ¿de qué sirve una tasa de crecimiento elevada si para alcanzarla se requieren malas condiciones de trabajo o una mayor industria de combustibles fósiles?
Además, los gobiernos han obtenido mejores resultados como catalizadores del crecimiento cuando han buscado otras metas, sin tratar el crecimiento en sí mismo como el objetivo. La misión de la NASA de llevar un hombre a la luna (y traerlo de vuelta) produjo innovaciones en el sector aeroespacial, de materiales, electrónica, nutrición y software que más tarde añadirían un importante valor económico y comercial. Pero la NASA no se propuso crear estas tecnologías con ese fin, y probablemente nunca las habría desarrollado si su misión hubiera sido simplemente aumentar la producción. Del mismo modo, Internet surgió de la necesidad de conseguir que los satélites se comunicaran entre sí. Gracias a su adopción generalizada, el PIB digital ha crecido 2,5 veces más rápido que el PIB físico durante la última década, y ahora la economía digital va camino de alcanzar un valor estimado de US$ 20,8 billones en 2025. Una vez más, estas cifras de crecimiento son el resultado de un compromiso activo con las oportunidades que presenta la digitalización; el crecimiento en sí mismo no era el objetivo.
En lugar de centrarse en acelerar el crecimiento del PIB digital, los gobiernos deberían aspirar a cerrar la brecha digital y garantizar que el crecimiento actual y futuro no se base en el abuso de poder de mercado de las grandes empresas tecnológicas. Dada la rapidez con que avanza la inteligencia artificial, necesitamos de forma urgente gobiernos capaces de dar forma a la próxima revolución tecnológica en interés del público. En términos más generales, impulsar el crecimiento en una dirección más integradora significa abandonar la financiarización de la actividad económica y volver a comprometerse con la inversión en la economía real. En la actualidad, demasiadas empresas no financieras (incluidas las manufactureras) destinan más recursos a la recompra de acciones y el reparto de dividendos que al capital humano, la maquinaria y la investigación y el desarrollo. Aunque estas acciones pueden impulsar el precio de las acciones de las empresas a corto plazo, reducen los recursos disponibles para reinvertir en los trabajadores, ampliando la brecha entre los que controlan el capital y los que no.
Mariana Mazzucato, en Project Syndicate
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