La semana comenzó con la terrible noticia del asesinato del joven Lucas Langhain, artiguense, de 24 años, ex soldado y trabajador en una empresa de servicios forestales de la capital, que además era hincha de Nacional y festejaba junto a su novia la obtención del campeonato uruguayo de fútbol.
Mientras acompañaban la caravana por la avenida 8 de octubre, fueron alcanzados por una ráfaga de balas disparada por un individuo desde una esquina, que apuntó contra la multitud de manera indiscriminada.
Transcurridas 48 horas del hecho no se ha dado captura al homicida a pesar de las distintas tomas de video, desde diferentes ángulos, que registraron el momento. Las investigaciones buscan dilucidar si existió premeditación y si participaron más personas. Para el fiscal Juan Gómez, de acuerdo a los primeros indicios, el ataque fue premeditado y el agresor estaba acompañado por una mujer.
Cabe preguntarse qué hubiera sucedido si los disparos solamente impactaban contra una pared o se perdían en el aire. De seguro la noticia tenía menor repercusión o incluso ninguna. ¿Qué hubiera sucedido si una de las piedras lanzadas brutalmente contra el personal femenino de la Armada el día de las elecciones terminaba con la vida de alguna de ellas? Nuestra sociedad se conmueve ante la consumación del absurdo, como es esperable, pero está aceptando paulatinamente una degradación de los códigos de convivencia.
El relato de los vecinos de La Blanqueada (y podría ser casi cualquier otro barrio de Montevideo) acerca de los desmanes y enfrentamientos que soportan cotidianamente es ilustrativo del contexto en que luego suceden episodios trágicos y lamentables. Si no sale en las noticias es porque no se dio la suficiente cantidad de patadas al agredido o no se le infligió una puñalada certera, que convirtiera el suceso en un hecho de muerte. No es ninguna novedad a esta altura que la delincuencia aprovecha las barras bravas para blindar o apoyar sus actividades delictivas, sobre todo el robo y el narco, utilizando el tráfico de influencias y estableciendo unidades de negocio a distintas escalas.
Hay por lo menos tres debates que se insinuaron en estos días en torno al asesinato del joven hincha. Que el fútbol es el culpable de fomentar estas situaciones y por ende debería suspenderse. Que el problema tiene que ver con la tenencia de armas de fuego y la solución tendría que orientarse al desarme civil. Y que por sus características el ataque fue una acción que podría ser considerara como terrorista.
Para los cientos de miles de hinchas de fútbol, especialmente, pero también para los que no lo son, ver un “pulmón” de seguridad cada vez más grande en la Tribuna Olímpica es realmente triste. La copiosa lluvia que cayó durante el partido generó una catarata que partió a las hinchadas de Nacional y Peñarol. En las gradas, niños, jóvenes, adultos y ancianos desafiando el clima se mantuvieron durante más de dos horas en sus lugares arengando a su equipo. El fútbol genera pasiones, pero también una enorme cantidad de empleos de manera directa e indirecta. Fomenta la actividad física, la competencia en equipo y la alimentación saludable día a día en decenas de miles de uruguayos, muchos de los cuales viven en contextos críticos.
El fútbol hoy es rehén de la violencia que está instalada en la sociedad. Además, nuestro profesionalismo está acorralado por los problemas económicos y varios clubes se ven amenazados por la inviabilidad. La desigualdad también impacta a este deporte, que termina siendo negocio de unos pocos. Aun cuando se hacen grandes esfuerzos por sacarlo adelante y se ha incluido a las mujeres en la práctica y en las tribunas, la crisis es evidente y no parece haberse tocado fondo. Nuestro país no puede darse el lujo de suspender el fútbol, por la importantísima función social que éste cumple a diario, no solo los fines de semana. En cambio, para liberar al fútbol hay que hacer más escuelitas y campitos en todo el país, recuperar las canchas chicas, devolver la fiesta a los barrios e integrar el interior y la capital. La respuesta de fondo no es solo una mayor inversión en seguridad sino potenciar la cualidad integradora del fútbol.
Un segundo tema que se ha planteado a raíz del ataque del domingo tiene que ver con la tenencia de armas de fuego, una discusión que por supuesto excede al fútbol. Aquí hay por lo menos dos puntualizaciones que es importante hacer. Sabido es que gran parte de las armas utilizadas en crímenes son robadas y en muchos casos pertenecían a la propia policía. Un planteo riguroso de desarme civil difícilmente alcance a los delincuentes en la medida que no haya una acción decidida contra la corrupción. Por el contrario, deja a la mayor parte de la población indefensa. Además, si el problema es la violencia instalada en la sociedad, quitar hipotéticamente las armas de fuego no haría más que provocar mayor cantidad de agresiones con cuchillo y similares. Por puñaladas fallecieron Rodrigo Barrios, Héctor Da Cunha y Diego Posadas, algunos de los casos de hinchas asesinados más terribles de los últimos años.
En tercer lugar, ¿se podría decir que el homicidio del domingo fue un acto terrorista? La dificultad para definir objetivamente el terrorismo complica la respuesta. Más allá del grado de premeditación de la acción y de la intención de infundir temor, no aparece en el marco de una serie de acciones sistemáticas que apunten a ese fin. El uso político que se la ha dado a este término en este siglo hace todavía más complejo un análisis que vaya en este sentido.
Sin embargo, aun cuando no se trate de una acción terrorista, basta con mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta que la sociedad uruguaya está mostrando algunos signos preocupantes. El caso del “Pachuli”, enviado a prisión por secuestro y narcotráfico, que filmaba las torturas de sus víctimas, o el hecho que se mencione la posible existencia de una célula del Primer Comando Capital en nuestro país, una organización que nació en una cárcel de Brasil, al igual que varios grupos terroristas lo hicieron en prisiones del Medio Oriente. La situación catastrófica de las cárceles uruguayas es, en este sentido, un caldo de cultivo de lo peor imaginable.
Hacer la vista gorda al lavado de activos también contribuye al enquistamiento del delito trasnacional. Y no frenar la fragmentación socio-territorial facilitará el reclutamiento de milicias para grupos del crimen organizado.
Uruguay está en un momento bisagra y los desafíos que enfrenta son muy pesados y reales. Contribuir a frenar la crispación social es un primer paso para apuntar a los verdaderos problemas que nos golpean cotidianamente y se llevan la vida de compatriotas a diario.