La agenda que el candidato a presidente de Argentina, Javier Milei, ha instalado en el Río de la Plata ha sido “impensada”. Como parte de la estrategia para reducir la inflación ha propuesto una “removedora” iniciativa: eliminar la moneda nacional. En este contexto, La Mañana entrevistó al economista Gustavo Licandro, quien analizó los principales planteos de Milei y opinó que el ajuste de las cuentas públicas es una prioridad en el escenario actual. A su vez, explicó cuáles serían los efectos de dolarizar la economía del país vecino y aseguró que le pondría “un límite al desorden fiscal”.
En Argentina se ha generado un debate sobre dolarización, reducción del Estado, apertura y desregulación de la economía. ¿Cómo ve ese proceso?
Los contenidos de la campaña electoral argentina son notables, envidiables. Milei ha instalado una agenda impensada en el Río de la Plata. Su propuesta principal para eliminar la moneda nacional es muy interesante, removedora a la hora de proponer estrategias para reducir la inflación y “quemar las naves”, como hizo Hernán Cortés. Una discusión interesante.
Pero, ¿le parece correcta una medida tan rupturista con el statu quo y con pocos antecedentes a nivel internacional?
Desde ya que sí. Empecé a poner atención en el discurso de Milei cuando uno de mis sobrinos, y ahijado, además, me hizo notar un discurso liberal casi extremo y con gran capacidad de convicción transversal en la sociedad argentina. De todas las edades y de todas las clases sociales lo escuchan. Para los economistas con pensamiento liberal siempre fue una asignatura pendiente poder trasmitir los beneficios de los planteos liberales para la sociedad, con aceptación y no con desconfianza. Solo recuerdo a Hernán Büchi en Chile, que explicaba con gran sencillez y de manera muy popular las reformas liberales tan profundas que él mismo lideró en su país. Un genio. Y con Milei está pasando algo similar, con un perfil propio sin dudas.
Con la dolarización se termina el impuesto inflacionario, el único impuesto que no es aprobado por los legisladores. Ese impuesto lo pagan los asalariados, jubilados y quienes tienen saldos en la moneda nacional. El curso forzoso es un monopolio en manos de los políticos y decididamente la tentación de usarlo sin aprobación parlamentaria siempre es grande, eliminando la moneda nacional o dolarizando, que es lo que seguramente sucederá por el propio funcionamiento del mercado; la sociedad pagará impuesto inflacionario a la Reserva Federal, pero en un porcentaje increíblemente bajo en comparación a lo que actualmente se paga al Banco Central de la República Argentina (BCRA).
La moneda será una decisión que le corresponderá a cada persona y no será un derecho consagrado a una oficina pública y sus jerarcas. Ese elevado impuesto inflacionario que hoy cobra el BCRA es muy dañino para asalariados y jubilados. Suponiendo una dolarización, en el largo plazo estará en el eje del 2 a 2,5% anual, que es la inflación americana y no la tasa de inflación galopante que tienen hoy. Ese es el resultado de una de las medidas más populares que podamos imaginar y será la propia sociedad la que proteja el nuevo statu quo. Estados Unidos construyó el prestigio de su moneda durante 200 años, primero como medio de pago y luego como reserva de valor y es, por eso, casi la única moneda que circula en todo el mundo. Todos tenemos dólares, compramos y vendemos en dólares, pensamos en dólares para comprar, vender o ahorrar. En Estados Unidos circula aproximadamente un tercio del total de dólares emitido, lo demás circula en el resto del mundo.
¿Y el Banco Central? Pocos países han prescindido de esta institución.
Creo que lo importante del planteo refiere a eliminar la capacidad de emisión de moneda. Seguramente las actividades regulatorias u otras funciones no vinculadas a la política monetaria se mantendrán, con ese u otro nombre. En este caso, hay muchos países que ya no tienen esa función. Algunos países europeos son un ejemplo claro. Ya no existen la peseta, la lira, el franco francés o el marco alemán. Hay una institución supranacional, el Banco Central Europeo, que es responsable del euro. Pero los países renunciaron a las monedas locales y no se escucha ningún clamor popular reivindicando la capacidad de emisión en España, Italia, Francia o Alemania y volver a los desbordes inflacionarios. Así que, con nombre diferente, hay experiencias no idénticas, pero sí primas hermanas en el mundo.
Muchos economistas en Argentina y también en Uruguay han dicho que lo más importante es la política fiscal, antes que dolarizar. Y que ajustando las cuentas fiscales es innecesario dolarizar porque ya se habría logrado estabilizar la economía. ¿Está de acuerdo?
En parte. Sin dudas que el ajuste de las cuentas públicas es prioritario. Milei así lo ha dicho también y propone un conjunto de recortes, cierre de ministerios y oficinas. Guste o no, es concreto. Otros muestran una pila de papeles posiblemente en blanco y te dicen “aquí está mi plan”, pero nadie sabe qué hay escrito y nadie pregunta en qué consiste ese plan misterioso. Un programa bimonetario, con moneda local de curso forzoso, puede ser exitoso en el corto plazo, pero es de alto riesgo para la sociedad. Al menos tan riesgoso como cambios de gobierno se verifiquen. Se anuncia un ajuste fiscal, se define un ancla monetaria o cambiaria para bajar la inflación y, dependiendo de la consistencia de todos los elementos de la estrategia, incluida la política de precios y salarios, la inflación convergerá al objetivo. La velocidad de este resultado depende de la credibilidad y viabilidad del plan propuesto. Pero, utilizando una imagen culinaria como está de moda en Argentina, es un plato con mucho dulce al principio y una dosis de cianuro al final.
¿Por qué?
Porque al principio la inflación baja, los salarios reales aumentan, hay inversión, crece el consumo interno y la recaudación. La moneda local se aprecia al aumentar la demanda de la misma y la sensación de bienestar se incrementa. También crece la recaudación fiscal y, como el Río de la Plata no es Suiza, Inglaterra o Canadá, los gobernantes acompañan con gasto público esa mayor recaudación fiscal. Hacen lo opuesto a lo recomendable, que es, cuando el ciclo económico está en alza, reducir el gasto público siguiendo el consejo de una política contracíclica, bajando deuda pública y preparándose para años de vacas flacas. Lamentablemente, así sucede siempre por aquello de la rana y el escorpión, al final la naturaleza del escorpión mata a los dos.
Volviendo a los riesgos del bimonetarismo, en algún momento el resultado fiscal se deteriora, aumenta la deuda pública para financiar déficit fiscal, se profundiza el atraso cambiario y eso desemboca en recesión, desempleo. Tarde o temprano el mercado de capitales no le presta más al sector público y empieza a crecer la emisión de dinero local. Caen las reservas internacionales y todo termina en una crisis cambiaria e inflación ya que la abundancia de pesos los transformó en una bolsa de papel picado. No vale nada y nadie lo quiere, se derrumba la demanda de dinero. Emitir en exceso cuando el mercado de capitales deja de confiar en el país no es gratis, Argentina es prueba inequívoca de esto. Empieza con mieles empalagosas y luego la inconducta termina destrozando la economía con alta inflación, distorsiones de precios relativos y devaluación: cianuro.
¿Cómo la dolarización evita esas inconductas de la política fiscal?
Porque el déficit fiscal solo podrá financiarse con deuda pública. Y eso depende del mercado de capitales. En primer lugar, para una tasa de crecimiento tendencial de la economía, habrá un determinado nivel de déficit fiscal “tolerable” que básicamente será aquel por el cual el ratio deuda/PIB no crezca o no supere un determinado nivel de endeudamiento sustentable con las cuentas públicas y el crecimiento, que ellos deberán definir. En segundo lugar, si un gobierno de turno decide expandir el gasto público por encima del nivel tolerable, tendrá que incrementar los tributos afectando negativamente a la sociedad o aumentar el endeudamiento hasta que el mercado de capitales deje de prestarle. Cuando eso suceda, simplemente no tendrán los recursos para pagar sueldos públicos u otros compromisos del Estado: crisis. Entonces, la dolarización o como quieran llamarle, pone un límite al desorden fiscal. Como nadie quiere un default porque eso equivale a un empobrecimiento del país y nadie quiere ser responsable de aumentos tributarios, inevitablemente la política fiscal tiende a ordenarse cuando no está la facultad de emitir moneda nacional.
Entonces, ¿no es necesario el equilibrio fiscal?
Digamos que es lo recomendable o la más sana aspiración, pero no es imprescindible. Lo importante es definir cuál es el déficit tolerable para un determinado crecimiento tendencial del país y una estructura tributaria dada. Si uno de los objetivos fuera reducir impuestos, entonces habrá que disminuir gastos para que el mercado de capitales siga financiando el déficit existente. Esto último parece imprescindible en Argentina, cuyo gasto público aumentó entre 15 y 20% del PIB en los últimos 20 años.
Llegar al equilibrio o al superávit fiscal es muy bueno porque permite reducir la deuda pública y libera fondos de la sociedad para políticas sociales o permite reducir impuestos. En Argentina hay mucho espacio para reducir el gasto público dado que muchas estimaciones hablan de ratios en el eje del 40% del PIB.
¿Qué pasa con el poder adquisitivo de los salarios?
Si el punto de partida es la situación actual, entonces lo esperable es que los salarios medidos en dólares vayan subiendo hasta encontrar un equilibrio en función del sistema de precios relativos que, a su vez, se irá aproximando a los precios del resto del mundo. Obviamente, sin inflación desaparecerá la indexación y el mercado laboral dependerá de precios internacionales y productividad de la mano de obra. Pero partiendo de salarios bajos en dólares, el mercado los moverá hacia arriba sí o sí. En caso de que los salarios suban en exceso por alguna razón ajena al mercado, entonces el resultado no deseado será un mayor desempleo. Las empresas serán menos competitivas, sufrirán el impacto y reducirán su nivel de actividad. Y no hay más perro que el chocolate. A su vez, con más inversión y cambio tecnológico habrá crecimiento de la productividad y tarde o temprano eso se reflejará en mejores remuneraciones.
Entonces, ¿quiénes son los beneficiados de la dolarización?
Sin dudas, los trabajadores y los jubilados. Y quienes hoy tengan sus saldos o ingresos en moneda nacional puesto que desaparece el impuesto inflacionario cobrado localmente. Habrá ingreso de capitales con más inversión y puestos de trabajo. También cambiarán las modalidades de crédito bancario, apareciendo fuertemente el crédito hipotecario o el crédito a los consumidores de mediano y largo plazo con tasas más parecidas a las internacionales. Además, los exportadores tendrán un impacto positivo ya que se liberará el mercado de capitales. Cuanto más se exporte, más dólares ingresarán al país. Y ni hablar si se anuncia la desaparición de las retenciones a la exportación –detracciones, como decíamos en Uruguay–, aunque sea un plan preanunciado dentro del período de gobierno, así como otras restricciones cuantitativas, lo que le permitirá al sector agropecuario recibir los mismos precios en dólares que cualquier productor en el resto del mundo. Sería un boom exportador. No habrá inflación que castigue a los asalariados y jubilados ni atraso cambiario que castigue a los empresarios.
¿Y los perjudicados?
Los dirigentes políticos, que no podrán prometer lo que no podrán cumplir. También los bancos tendrán que reinventarse dado que las actividades propias de los valores desarbitrados desaparecerán al no existir la inflación y devaluación ni tasas de interés en moneda nacional. Los bancos tendrán que buscar otros negocios como el hipotecario, por ejemplo. También perderán peso los sindicalistas o los dirigentes empresariales puesto que las distorsiones provocadas por la moneda local no serán motivo de discusión pública, los primeros para lograr aumentos salariales y los otros para convalidar con más tipo de cambio la menor competitividad de decisiones equivocadas.
Analistas económicos, políticos y economistas ponen en duda la viabilidad de este programa. ¿Usted cree que es posible?
Sin dudarlo. El programa de ajuste fiscal es lo más importante y muy parecido, sea cual sea el plan económico de Bullrich o Milei. Si las medidas fiscales no son suficientes, el mercado de capitales no creerá en el país y no proveerán los recursos para eliminar la moneda local y convertir las Leliq (Letras de Liquidez) o, en la estrategia bimonetaria, la inflación no bajará como proponen. Y se generarán tensiones sociales tremendas. Así que el punto de partida es el mismo: un ajuste fiscal en serio. La diferencia está en que eliminando la moneda nacional se “queman las naves”, como hizo Hernán Cortés. Muerto el perro, muerta la rabia. No hay marcha atrás. Si mantienen la moneda local todo este circuito perverso puede empezar de nuevo como sucede cíclicamente en Argentina.
Públicamente Milei acepta tener varias propuestas para la dolarización sobre la mesa. ¿No hay un riesgo allí?
En absoluto. Si alguien se despertó por esto, que duerma tranquilo. Los términos y condiciones de la deuda pública a contratar para comprar otra deuda del BCRA, la dimensión del ajuste fiscal que se proponga, la velocidad de rescate de los pesos y el alcance de la norma de desagio que se apruebe son variantes que seguramente se ajustarán solo luego del cambio de gobierno, con una foto definitiva del país recibido. Es parte del fine-tuning de cualquier política económica. Hay nombres muy importantes como Carlos Rodríguez, Roque Fernández, Benegas Lynch, Martín Krause, Diana Mondino o Emilio Ocampo que jerarquizan cualquier equipo de gobierno. Y les aseguro que en otras tiendas políticas hay más de uno que tiene mucho para aportar cuando se lo soliciten.
¿Y si Milei no puede dolarizar?
No he escuchado nada concreto sobre esta posibilidad, ni de él ni de sus asesores. Pero arriesgo mi opinión, que no vale nada, lógicamente. Con una estrategia en el mismo sentido de eliminar la emisión monetaria como instrumento financiero de los gobernantes, se pueden legalizar todas las transacciones en moneda extranjera, liberar absolutamente el movimiento de capitales y terminar con el curso forzoso de la moneda local. Todo esto basado en un fuerte ajuste del resultado fiscal para ser creíble. En su lugar, permitir una moneda que quede limitada a pagar el boleto del ómnibus, el metro, las propinas y algunas otras chucherías y cosas menores. Una especie de caja de conversión que incluso debería ser manejada por una entidad no estatal. No es la reforma óptima porque el riesgo de reinstalar el curso forzoso existe, pero buena parte de los efectos negativos de la moneda nacional desaparecerían. La clave está en que esa caja de conversión no sea de curso forzoso y jamás actúe como prestamista al gobierno central. Pero, repito, es un segundo óptimo.
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