Nació en una pequeña localidad del interior y su infancia transcurrió en un contexto “muy aldeano”. Ya desde la niñez se interesó por la guitarra, la música y la poesía, y la nostalgia de haber abandonado sus pagos en la adolescencia lo impulsó a incursionar en el mundo del payador. Con los años de práctica se fue perfeccionando, hasta que este antiguo arte se convirtió en su profesión. Con más de 50 años de experiencia, Juan Carlos López, uno de los grandes exponentes del canto improvisado, conversó con La Mañana sobre su carrera, sus mayores desafíos y los objetivos que le quedan por cumplir.
Es oriundo de Treinta y Tres. ¿Cómo recuerda su infancia y cómo era la vida allí?
Yo nací en Isla Patrulla, una localidad pequeña del departamento. A los seis años nos fuimos para la ciudad de Treinta y Tres, donde hice la primaria, y a los 12 nos vinimos a Montevideo, al Cerro. En el pago era muy elemental todo, desde los juegos hasta las posibilidades de salidas, era todo muy aldeano. Ese lazo que te une con la infancia, las primeras cosas que aprendiste a querer, no se te van más, forman parte de tu ser, son los cimientos y las raíces por los cuales uno camina. En mi caso fue el despertar del interés por la guitarra, la música, la poesía. Tal vez la nostalgia de haberme desarraigado de ese mundo siendo tan frágil para enfrentar una ciudad de la magnitud de Montevideo en los años 60, me fortalecía, es decir, los recuerdos, la evocación, la nostalgia de las cosas perdidas. Con esa edad desprenderte de tu barrio, de parte de tu gente, de tu escuela, de tus vecinos, de tu paisaje, te abruma mucho, pero yo no lo podía razonar. Eso me acompañaba y me dio fuerzas, y desembocó en el canto del payador.
¿Cómo se inició como payador? ¿Hubo alguien que lo inspirara para seguir ese camino?
Nosotros nos fuimos a vivir al Cerro, a una casa de inquilinato que antiguamente se le llamaba conventillo, y los vecinos a veces ponían una radio donde había programas en los que actuaban los payadores y me empezó a entusiasmar mucho el tema de la guitarra, de la milonga. Averigüé dónde se podía ver o escuchar a esa gente, y con 14 o 15 años empecé a ir. Al ver cómo elaboraban sus improvisaciones, eso me fue dando una especie de escuela sin saberlo, y practicaba mucho, improvisaba cantos a la vereda, a un pájaro, a una hoja que caía, a una nube, muy malamente, pero después el payador Aramís Arellano me aconsejó que tenía que leer, que necesitaba mucho conocimiento de literatura, de poesía. Luego comencé a acercarme más al ambiente, a ir a las peñas, a medirme con otros payadores que indudablemente eran superiores, y a leer poesía y literatura. Leía lo que caía en mis manos muy desordenadamente, hasta que yo mismo me fui encaminando a lo que podía digerir intelectualmente y fui haciendo una selección de lo que me podía servir. Continué por ese camino, porque lo tradicional, lo nativo, lo criollo, ya lo tenía incorporado desde la infancia. Todo eso forma parte de una mínima cultura que te sirve para enfrentarte a lo desconocido de la improvisación. El payador tiene mucho de ingenio, de picardía, de sagacidad. Con la experiencia lográs subir a un escenario y expresarte de manera más fluida, más clara.
¿En qué momento tomó conciencia de que esto se había convertido en su profesión?
Yo siempre trabajé. De muy jovencito me di cuenta de que para sostener la idea que yo tenía de la improvisación tenía que tener otro apoyo económico, que yo no lo tenía, entonces el recurso tenía que salir de mi propio trabajo, de mi propio esfuerzo, y lo fui haciendo paralelamente. Tomé conciencia de que se podía ser profesional a partir del año 73, en el primer festival de Durazno donde obtuve el primer premio. Lo vi con más compromiso, seriedad, un canto comprometido con nuestra historia, con nuestra identidad como nación. Es uno de los cantos más antiguos del Río de la Plata junto con el candombe, fueron las primeras manifestaciones del arte nacidas en estas tierras. Acá es muy difícil vivir de la música, sobre todo para los payadores, cuyo arte no es muy requerido. Es algo que la gente escucha, aprecia, quiere, se emociona, cree que es imposible improvisar, pero son contados los festivales que te dan preferencia. Yo, con tantos años de andar, he logrado determinados lugares importantes en los festivales, pero cuesta mucho, es muy sacrificado, y cuando recién empezás no te conoce nadie, no te contrata nadie y menos te van a pagar, entonces es todo un esfuerzo denodado de años de perseverancia, de tenacidad, de preparación, de esa incertidumbre de pensar: “¿Lo que yo hago servirá para algo? ¿A alguien le interesa?”. Pero eso se vence cuando entendés que este es el camino y que hay que seguir.
¿Cómo describiría su estilo particular como payador?
Yo soy un tipo muy espontáneo, me gusta improvisar sobre lo que veo, sobre circunstancias del momento, cosas que te surgen del espíritu, fechas históricas. Cada motivo de la vida te da posibilidades para improvisar, pero cuando vas a subir al escenario nunca sabés si la payada va a ir por el lado de la alegría, del contrapunto, de la broma, de la historia. Los payadores son como dos gallitos de riña que quieren probar hasta dónde van, cuál es el mejor, y a veces el ego y la vanidad también suben con nosotros al escenario. Al público le gusta mucho el contrapunto, es como una esgrima intelectual, pero yo siempre digo que la música, la palabra, el canto, la poesía, no pueden ser armas para humillar al otro, tienen que ser una mano tendida para que el trabajo sea fluido y que la gente disfrute.
¿Cuáles han sido los mayores desafíos que ha enfrentado a lo largo de su carrera?
Los desafíos son permanentes, incluso hoy, que ya tengo más de 50 años de escenario. Algunos de ellos son que la gente pueda disfrutar, sonreír, que pueda hacer pensar a alguien. Cuando comencé tenía miedos que aún no los he vencido, le tenía miedo al público y no había otra alternativa que subir y medirme con el contrincante que me pusieran para poder hacer mis armas de payador. Eso se va venciendo, pero en el fuero íntimo te queda esa incertidumbre sobre si la gente aplaudirá, si le gustará, y eso es permanente.
¿De dónde obtiene la inspiración para crear esas improvisaciones? ¿Hay temas o experiencias personales que lo influencien?
La inspiración es un duende muy esquivo y a veces uno puede tener la posibilidad de convocarlo también a través de la sensibilidad, o sea, uno es un ser humano y se nutre de cosas que le pasaron, buenas o malas, de amistades. Hay cosas que te pegan en la vida, de pronto ver gente que anda revolviendo para vivir, gente tirada en la calle, esas historias de vida, de lucha, de sacrificio. Uno no puede ser indiferente. Este es un canto muy comprometido con la sociedad, no podemos estar cantando cosas jocosas mientras a tu lado hay gente que está sufriendo, que no tiene qué ponerse o qué comer.
¿Cómo ha evolucionado desde sus comienzos hasta ahora el trabajo del payador? ¿Se ha visto afectado por los avances a nivel tecnológico o se mantiene al margen y es más tradicionalista?
Toda la tecnología tiene que ser aprovechada para nutrirte de conocimiento. Hoy, cualquier dato que necesitás, entrás a internet y lo tenés enseguida, la biografía de un escritor, de un pintor, de un músico, todo está al alcance de la mano. Eso antes no lo tenías y a veces era difícil adquirir algún libro o tener información. La tecnología le ha hecho mucho bien a nuestro trabajo, es como un renacimiento, lo nutre y no le hace desvirtuar el tema tradicional.
¿Cómo percibe la importancia del payador en la cultura uruguaya?
Yo creo que el arte de la improvisación tendría que darse hasta en las escuelas o en los liceos, porque eso te acercaría al libro, a la parte musical y a una antiquísima técnica de vocalización. Yo no tuve posibilidades de contar con profesionales que me ayudaran, que me indicaran cuáles eran los caminos, los fui descubriendo. De esa manera, además, protegerías un arte que tiene mucho que ver con nuestra tierra, con nuestra identidad.
¿Cuesta conservar ese arte en Uruguay con las nuevas tendencias que están surgiendo?
Cuesta, sí, porque los grandes festivales dan poca posibilidad a que el canto del payador esté presente. Ahora hay propuestas de otro tipo de música, el bailar, el hacer palmas, está manejado hacia otro espacio musical. La gente paga la entrada de un espectáculo para divertirse, para disfrutar, entonces se contrata otro tipo de música que yo no digo que sea mejor ni peor, simplemente que ganó más espacio que el canto del payador, que somos más para adentro, no es un canto de tanta festividad, palmas, bullicio, no podés escuchar una payada y estar bailando. Y los festivales a veces no te dan espacio. Los grandes referentes que hemos tenido como Pelegrino Torres, Carlos Molina, Aramís Arellano, Abel Soria, Gabino Sosa, Julio Gallego, por un tema generacional se han ido, y con ellos se llevaron el arte tan significativo. Ahora hay algunos muchachos jóvenes, Emanuel Calero, Leonardo Silva, Wilmonte Borlinquez, Luis Cabrera, Alejandro Rodríguez. Hay payadores jóvenes con ganas de hacer cosas y hay más medios también.
Hoy se ve mucho en los jóvenes el freestyle, el rap. ¿Esto guarda relación con los payadores o no tanto?
Es como un camino paralelo, ellos improvisan más libremente que nosotros, que hacemos la famosa décima que son 10 renglones de ocho sílabas cada uno, donde el primero rima con el cuarto y el quinto, el segundo con el tercero, el sexto y el séptimo con el décimo y el octavo con el noveno. En tanto, ellos, con la pista que ya tienen grabada, van armando cosas. Yo he improvisado con algunos. Es una buena propuesta del repentismo ciudadano que tiene razón de ser, que tiene sentido, y hay muchos que lo hacen bien, con criterio. Hay otros a los que se les va un poquito la mano en el lenguaje, que dicen cualquier cosa, pero es cuestión de ir tomando conciencia, de corregir determinadas líneas de expresión.
La semana pasada, en una entrevista con La Mañana, “Lopecito” afirmó que el agro ha avanzado notoriamente en los últimos 50 años. Usted, sobre todo teniendo allí su origen, y también por su experiencia en todos estos años, ¿lo percibe de la misma forma? ¿Cómo ve la realidad actual del campo?
Evoluciona según los medios económicos que tengas. Con la sequía y la falta de agua, si no fuiste previsor de hacer un pozo o una laguna que te pudiera retener el agua, si no tenías un poder adquisitivo importante, te viste afectado. Sí veo que hay mucha más tecnología para mejorar la genética, el cruzamiento de las razas, la lana, los cerdos. Muchísimos temas rurales han evolucionado porque la tecnología apunta a eso, pero el sacrificio viene del que no tiene otro recurso que sus brazos. El que tiene una espalda económica más sólida no deja de hacer ese sacrificio, pero tiene otra respuesta frente a los avatares de la naturaleza. Yo estuve en la última Expo Prado y es maravilloso lo que se ve, los animales, la preocupación por la mejora de todo tipo de razas, es una belleza. Es increíble cómo se ha mejorado de aquella época de los ganados salvajes hasta los que se crían hoy en las cabañas, y la gente que trabaja, los peones, que tienen cerca a los veterinarios, mientras que antes era todo intuitivo.
¿En qué está trabajando ahora? ¿Tiene proyectos en carpeta?
Estamos trabajando en algunas ideas para llevar a todo el país la experiencia de nuestra vida como payadores, tener la posibilidad de hacer charlas con la gente e ir transmitiendo lo que hemos hecho o dar algunos lineamientos para quienes tengan interés en aprender. Eso lo estamos ordenando un poquito junto con alguna gente de Tacuarembó que tiene la responsabilidad de hacer la Patria Gaucha. Nos están ayudando en planificar a qué lugares del interior podemos ir con nuestro canto, con nuestra guitarra, pero también con charlas didácticas, una especie de intercambio de docencia sobre el canto del payador.
¿Le queda algún objetivo pendiente o sueño por cumplir?
Siempre hay cosas para hacer. Tengo material para publicar un libro. En la pandemia estuve incursionando en la pintura, en el óleo, en el dibujo. Y sigo aprendiendo alguna cosa en la guitarra y escribiendo también. Los sábados y domingos estamos haciendo un programa en Canal 10 y A+V que se llama “De pago en pago”, que va de 09:00 a 10:30. Y después van surgiendo cosas, por ejemplo, estuvimos por España en el Corral de Comedias de Almagro, que es un festival muy grande, donde compartimos con Jorge Drexler, con José Sacristán. Hace poco fuimos a La Rioja, cerca de Cantabria, donde tuve la posibilidad de improvisar con un trovador que era rabelista –el rabel es igual que el violín, pero un poquito más grande y se apoya en la rodilla, lo tocan con el arco e improvisan–, y les llamó muchísimo la atención lo que hacíamos nosotros tocando la guitarra, cantando, improvisando. Este es un arte que viene de esas tierras, pero que ha desaparecido. Y quedaron proyectos de ir a otros lugares de España con el canto del payador y tal vez llevar algún otro compañero. Yo le agradezco a la vida por haber podido agarrar una guitarra, tomar la palabra y darle forma de verso, representando un arte tan antiquísimo que viene con el nacimiento de nuestra tierra y tenerlo vivo hasta hoy, en una época en la que la tecnología es abrumadora.
Un homenaje al primer poeta de la patria
El pasado 24 de agosto se realizó el Encuentro Internacional de Payadores en Sala Zitarrosa. Juan Carlos López es uno de sus impulsores, y de hecho ha estado en la organización desde sus comienzos, hace ya 27 años. El primer evento de este tipo se desarrolló con la Agrupación de Bartolomé Hidalgo en 1996, y en los años posteriores continuó organizándolo el payador. Ha tenido lugar en el Teatro Solís, en el Teatro del Círculo y en el Auditorio del Sodre, y hace muchos años que se lleva a cabo en la Sala Zitarrosa.
En muchas de sus ediciones han participado payadores chilenos, brasileños y argentinos. “Eso nos da la posibilidad de confrontar espiritualmente el arte del payador, de unificarnos, de hacer planteamientos”, expresó el entrevistado. Dijo también que este encuentro internacional les da posibilidades a los jóvenes que tengan aptitudes, de ir “mezclándose” con los mayores.
El objetivo del evento de este año fue hacerle un homenaje al primer poeta de la patria, Bartolomé Hidalgo, cuyo nacimiento fue el 24 de agosto. “Él fue el primero que utilizó el lenguaje nativo o que se despegó un poco de lo europeo para utilizar el lenguaje más criollo, más nuestro”, puntualizó.
Por otra parte, recordó que la figura del payador fue nombrada patrimonio intangible del Mercosur. A lo largo de su carrera, el artista ha ido a Argentina, Paraguay y otras partes del mundo en representación de Uruguay.
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