En la última reunión del Foro Político de Alto Nivel sobre Desarrollo Sostenible recientemente celebrando en la sede de la ONU, el Arzobispo Paul Gallagher (Secretario de la Santa Sede para las Relaciones con los Estados y las Organizaciones Internacionales) dijo que «la cumbre sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) «debe utilizarse para intensificar los esfuerzos y acelerar los progresos para llevar al mundo por una senda sostenible y resiliente». Ello implica «tomar medidas concretas para hacer frente a los grandes desafíos de nuestro tiempo, en particular la guerra y los conflictos, la pobreza y el hambre, la violencia, la exclusión social, el cambio climático y la degradación del medio ambiente, y la omnipresente cultura del descarte», donde «las personas dejan de ser consideradas un valor primario que hay que cuidar y respetar, especialmente si son pobres o discapacitadas», «no útiles» como los niños, o «no necesarias, como los ancianos».
En relación a la Agenda 2030, Gallagher dijo que no se trata de «movilizar más recursos y diseñar herramientas más eficaces para superar los numerosos retos técnicos que plantea la consecución de los ODS», sino de «comprometerse y aplicar un nuevo modelo de desarrollo que tenga a la persona humana en el centro, se oriente hacia el bien común y se fundamente en principios éticos de justicia, solidaridad y responsabilidad compartida». Y agregó que la Agenda 2030 puede ser «un importante signo de esperanza», que ameritaría un «compromiso genuino con el multilateralismo como expresión de un renovado sentido de corresponsabilidad global con la contribución de toda la familia humana».
Es cierto lo que dice Gallagher sobre la cultura del descarte, y entendemos que es un gran desafío para las naciones, solucionar algunos de los problemas que menciona. Sin embargo, esos problemas son consecuencia de otro mucho más grave, no mencionado por el prelado: nos referimos al impresionante desconocimiento, olvido y rechazo de Dios en la sociedad moderna. De eso, no dice nada la Agenda 2030. Y Gallagher tampoco.
Hace poco, en una conferencia, decía el Dr. Higinio Marín -actual Rector de la Universidad CEU Cardenal Herrera de Valencia- que no entendida el apoyo que instituciones declaradamente católicas, militantes, le vienen prestado a la Agenda 2030 en España. Y se preguntaba cómo estas instituciones pueden apoyar sin reservas ni aclaraciones de ningún tipo, una agenda de carácter mesiánico, estatista, secularista, permeada de ideología de género y moralmente “neutra”.
A nosotros, que rechazamos de plano la Agenda 2030, también nos deja perplejos esta actitud por dos motivos:
El primero es que el fin no justifica los medios. La Agenda 2030 puede tener objetivos compartibles, pero el problema no son los objetivos, sino los medios para alcanzarlos. En Uruguay, por ejemplo, un funcionario del Fondo de Naciones Unidas para Actividades de Población, dijo estar muy contento con la baja de la natalidad, porque según él, se explica por una baja del embarazo adolescente. ¿Quién podría estar a favor del embarazo adolescente? El problema es cómo alcanzar el resultado. Se les puede poner implantes anticonceptivos a las adolescentes –como se hizo aquí-; o se puede evitar la erotización temprana de los niños, respetar su derecho a la inocencia, promover la virtud de la castidad, y/o recordar a los jóvenes que estamos llamados a la santidad…
La segunda razón, es que de acuerdo con San Agustín, “donde falta el conocimiento de la eterna e inmutable verdad, falsa es la virtud, aún con las mejores costumbres”. Ningún problema social se puede arreglar si el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios para conocerlo, amarlo y servirlo en esta vida y en la vida eterna, no procura amar a su prójimo como Dios lo amó a él. Por eso, lo mejor que puede hacer la Iglesia para solucionar los problemas del mundo, es guardar y transmitir–¡íntegro!- el depósito de la fe, administrar los sacramentos, y guiarnos a la santidad.
Como fruto del amor que predica la Iglesia Católica, hace veinte siglos vienen naciendo en su seno, instituciones dedicadas a prestar servicios invaluables a la sociedad en las más diversas áreas. Ellas son testigo de que sólo si el amor de Cristo impregna las almas de todos y cada uno de los habitantes del planeta, es posible superar los problemas que nos agobian. No necesitamos otra agenda. Con el Evangelio, alcanza y sobra.
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