Las estadísticas muestran que en los últimos años el problema de las personas en situación de calle ha “evolucionado negativamente”, algo que se agravó aún más luego de la pandemia. Sobre este fenómeno, sus principales causas y su relación con la salud mental y la privación de libertad, dialogó con La Mañana el Dr. en Antropología, profesor de la Universidad de la República e integrante del Sistema Nacional de Investigadores, Marcelo Rossal.
¿Cómo definiría la realidad actual de las personas en situación de calle en nuestro país? ¿Cómo ha evolucionado esta problemática en los últimos años?
Lamentablemente, la situación de calle ha evolucionado negativamente desde el inicio del siglo XXI en lo que respecta a adultos, en particular varones jóvenes —esto muestran los relevamientos del Ministerio de Desarrollo Social (Mides) desde el año 2006—. De todas formas, ha habido aciertos en relación con los niños en situación de calle. Hasta 2010 aún quedaban algunos grupos de niños que vivían de la mendicidad en las zonas del Cordón, Parque Rodó y Ciudad Vieja, además de barrios populares en los que directamente trabajaban. Distintas políticas ayudaron a la casi eliminación de este problema. Las políticas sociales con transferencias económicas a las familias de más bajos recursos parecen haber impactado de forma clara en el cambio en estrategias familiares de provisión económica, en particular las que implicaban a niños y adolescentes, y parece muy claro que los programas de atención a la infancia en calle dieron resultados consistentes. Luego de la pandemia, volvimos a ver adolescentes y jóvenes en la calle, además de adultos. Los datos que traen los relevamientos del Mides son inequívocos en cuanto a un crecimiento del problema.
¿Cuáles son los perfiles más comunes de las personas que viven en la calle?
Las personas en situación de calle tienen heterogeneidad en distintos aspectos como la edad, género –aunque son muy mayoritariamente varones—–, origen en Montevideo o interior, pero lo que tienen en común en su abrumadora mayoría es provenir de los sectores más pobres de nuestro país, tanto en capital cultural como económico. Provienen de hogares pobres en ingresos, así como con breves trayectorias educativas.
¿Cuáles considera que son las principales causas que llevan a las personas a vivir en la calle? ¿Qué papel juegan los factores sociales, económicos y psicológicos?
El factor económico es muy importante y está en la base de todo un continuum de precariedades y violencias sufridas desde la infancia. De todas formas, hay personas que acaban en la calle por precariedades de otra naturaleza, como la salud mental y el abandono afectivo y material. También están los problemas vinculados a adicciones sin tratamiento de personas que muchas veces lo solicitan, aunque sin adecuada respuesta. Llama la atención que se postule como solución la internación involuntaria, cuando en realidad muchas son las personas que piden ayuda y no obtienen respuesta. Cabe aclarar que también hay personas que se inician en un consumo problemático o una adicción estando ya en la calle. Por otra parte, hay mujeres que acaban en la calle por razones de violencia doméstica, solas o con sus hijos.
¿Cómo afecta la experiencia de haber estado en prisión a las personas que terminan viviendo en la calle? ¿Qué se puede hacer para ayudar a quienes salen del sistema penitenciario y evitar que caigan en esa situación?
La privación de libertad es un grave problema que implica un riesgo de pérdida de lazos afectivos y de protección en la familia, razón por la cual la posibilidad de quedar viviendo en la calle y no obtener soluciones para la provisión económica es alta. Hay políticas tanto de refugio como de apoyo a liberados, pero son claramente insuficientes. El crecimiento de la población carcelaria agrava el asunto inequívocamente. Y se puede ver cómo ambos problemas corren en forma tristemente pareja. La respuesta estatal en cuanto al aumento de los cupos en cárceles y en refugios ha existido, pero no parecen ofrecer una solución al problema del desamparo. Tanto en las políticas sociales de atención a los varones jóvenes como en las políticas criminales hay falta de políticas que encaren el problema del empleo juvenil y falta de soluciones de capacitación y empleo a quienes se encuentran privados de libertad. La evolución de las personas viviendo en situación de calle en relación con personas privadas de libertad muestra una asustadora simetría.
¿Qué rol juegan las enfermedades mentales y las adicciones en la problemática de las personas en situación de calle? ¿Existen programas efectivos de tratamiento y rehabilitación actualmente?
La pobreza y la violencia desde la primera infancia aumentan los riesgos de dificultades de todo orden en la vida adolescente y adulta. El Estado uruguayo ha enfocado este problema con alto consenso político y social y se mantienen programas que encaran el problema desde hace décadas. Sin embargo, los datos más duros muestran una reproducción fuerte de la pobreza en los primeros momentos de la vida desde hace mayor tiempo todavía, con lo cual tenemos un problema que, como sociedad, más allá de nuestros consensos, no hemos logrado resolver.
Más allá de este problema básico y conocido, los trastornos de salud mental habrían aumentado en forma notoria en nuestra sociedad, pudiendo apreciarse sus síntomas en distintos sectores sociales que los han abordado con valor, poniéndolos en la discusión pública, como han hecho sindicatos policiales y gremios estudiantiles: suicidios y problemas de salud mental afectan a personas que aparentemente estarían socialmente incluidas como son los liceales y los policías. Más allá de estos sectores sociales de especial sensibilidad en nuestra población, entre las personas más vulnerables económicamente, quedar solas luego de una privación de libertad o cursar un problema de salud mental las pone brutalmente en jaque, siendo la situación de calle una dolorosa posibilidad.
Está claro que los riesgos mayores están entre los que han nacido en los hogares de mayor pobreza, pero la solución no parece ser únicamente de naturaleza económica sino también afectiva. La demanda de las personas que están en la calle pasa por el techo, la adecuada atención a la salud integral y el trabajo, pero también se necesita el abrigo de la vida colectiva, la posibilidad de sentirse parte de una comunidad. Colectivos como “Ni todo está perdido” (Nitep) muestran tanto las demandas como las posibilidades de desarrollar una vida en común entre personas en situación de calle.
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