Han pasado más de 50 años desde que se produjo una de las historias de supervivencia más asombrosas de todos los tiempos, pero todavía tiene plena vigencia en Uruguay y el mundo. Carlitos Páez es fiel testigo de esa realidad: al haber sido uno de los sobrevivientes, desde hace más de dos décadas se dedica a brindar conferencias en diversos países donde cuenta su experiencia. En entrevista con La Mañana, calificó lo sucedido como “un homenaje a la vida” y confesó que volvería a vivirlo porque implicó una transformación muy positiva para su vida.
El mes pasado se cumplió un nuevo aniversario del accidente de los Andes, que es algo que sigue muy latente al día de hoy en todo el mundo. ¿Por qué cree que despierta tanto interés?
Esa es una de las cosas que más me llama la atención, que esté tan vigente en el mundo entero. Yo doy conferencias en todo el mundo y el año antes de la pandemia di 102 conferencias en total, o sea, es una historia que no ha pasado, si bien han pasado 51 años. Yo creo que es así porque es una historia extraordinaria protagonizada por gente común, ese es el gancho que tiene, que cualquier ser humano pudo haberla vivido, no es patrimonio de uruguayos ni de rugbistas, sino del ser humano común.
¿Qué le genera cada aniversario del accidente?
Yo me la paso hablando de los Andes continuamente, soy un enamorado de la historia porque es maravillosa. Es un homenaje a la vida porque fue una lucha por la vida. Cada 13 de octubre nos juntamos todos con los familiares de los que murieron, pero nada más que eso, los duelos también pasan. El hablar tanto de la historia hace que se me haya hecho una cosa normal, hasta que vi la película de Bayona (“La sociedad de la nieve”, próxima a estrenarse), que es una cosa monumental, porque me llevó a la situación. Uno tiende en la vida a minimizar las historias, de alguna manera, hacerlas más suaves, pero me llevó al momento y a lo que vivimos. Las cuatro veces que vi la película terminé llorando, y mirá que tengo la capacidad de asombro bastante colmada. Es una historia hecha con una rigurosidad y un nivel de detalle tan bestial que no es por casualidad que esté nominada al Óscar como película extranjera.
¿Qué expectativas tiene con la película? ¿Cómo cree que va a ser recibida?
Va a ser espectacularmente recibida, lo viví cuando clausuró el Festival de Cine de Venecia, donde hubo una ovación de 12 minutos de aplausos de pie de gente de distintos lados. La película, si bien es dura, va a marcar. La gente se va a dar cuenta de lo que es vivir una situación límite como vivimos nosotros.
Se ha dicho que eso no estaba tan bien reflejado en la otra película muy conocida que relata la historia, “Viven”. ¿Está de acuerdo?
“Viven” fue una película respetuosa y bien hecha, pero con el estilo más americano, no como esta historia. Es más, inclusive el que narra la película termina muriendo, o sea que le da exactamente el mismo lugar tanto a los sobrevivientes como a los que murieron, eso me parece un trabajo de Bayona excepcional.
Hay quienes definen esta historia como una tragedia y también están los que hablan de milagro. ¿Usted con qué calificación se queda?
Yo no me quedo con ninguna de las dos, porque milagro habría sido que hubiéramos aparecido los 45 vivos después de 70 días, y tragedia tampoco fue, porque al final, si bien tiene muchas cosas trágicas porque murieron 29, también tiene cosas muy lindas: hoy somos más que los que salimos de aquel avión. Cuando celebramos los 50 años había más de 120 descendientes de los sobrevivientes y esa es la parte que yo tengo que mirar, o sea que la parte de la tragedia, si bien es dolorosa y dramática, tiene una contrapartida que fue la vida.
¿Con qué palabra lo definiría usted?
Justo hace unos días Bayona puso un tweet emocionado por palabras mías, yo dije que era una historia de homenaje a la vida, a la amistad y a la solidaridad. Había chicos que no servíamos para nada. Acá en Uruguay no sabemos lo que es la nieve, la montaña, acá la montaña más alta tiene 500 metros, y de pronto te encontrás en una situación como esa por 70 días. Hay que tomar conciencia de lo que es ese tiempo.
¿Cuál diría que fue su aporte en esos días de supervivencia?
Mi rol fue mi propia evolución, yo era un chico malcriado, consentido, que no servía para nada y hasta tenía niñera, que fue la que me hizo la valija. Y de no servir para nada, de que mi palabra no pesara, fui empezando a darme cuenta de que tenía que aportar de alguna forma y de que tenía recursos propios. Me tocó a mí sacar la nieve de la avalancha, me tocó tapiar el avión todo el tiempo, mi título era “tapiador oficial”, o sea, yo tapiaba para que no entrara viento. Hice un bolso de dormir que es el mayor orgullo de todas las cosas que he hecho en mi vida, que fue mi aporte a la expedición final de Parrado y Canessa. Yo me di cuenta de mi propia evolución y transformación como ser humano, para mí fue una historia totalmente positiva. Si vos me preguntás si yo me tomaría el avión de vuelta, me lo tomaría, dejando de lado los que murieron porque no me parece justo, pero a mí como persona me transformó, me di cuenta de lo que podía hacer.
Si Parrado y Canessa no hubieran tenido éxito en esa expedición, ¿qué cree que habría pasado?
Si ellos no hubieran tenido éxito, nosotros teníamos la Navidad como deadline, que era una cosa que nos apretaba, porque nuestra lucha no era por Hollywood, no era para que vos me entrevistaras 50 años después ni por los 26 libros ni por los nueve documentales ni por las cuatro películas ni por el Óscar, nuestra lucha era volver a casa con nuestras familias.
¿Qué se siente volver a la cordillera?
Otra de las cosas que yo más aporté en la historia fue el sentido del humor, sobre todo antes, que era un tipo más divertido. Cuando veo “La vida es bella”, que me parece la película más maravillosa que he visto, me siento reflejado en el personaje porque yo aportaba eso, esa inconsciencia, ese humor en el momento más dramático que fue muy bueno para los demás. La primera vez que volví, lo hice con 11 de los sobrevivientes, y me acuerdo de que estábamos al lado de la tumba y los hice reír toda la noche. Pero la última vez que fui, que lo hice con mi familia, con mis dos hijos y cuatro nietos, no podía ser el humorista, y realmente para mí fue doloroso. En un momento dado me planteé: “¿Qué estoy haciendo acá?”, porque se respira bastante sufrimiento ahí.
¿Cómo es el vínculo entre los sobrevivientes?
Es el mismo vínculo que podés tener con tus compañeros de clase, con algunos sos amigo, con otros no tanto y con otros menos. Nos llamamos “hermanos” entre nosotros, tenemos un chat común, pero también tenemos nuestra interna. No somos 16 apóstoles predicadores de la fe como la gente se cree. Somos 16 seres humanos que cada cual tiene su camino y con algunos soy amigo y con otros no. El otro día fue mi cumpleaños, cumplí 70 e invité a cinco de los sobrevivientes, quiero decir que con algunos soy más amigo que con otros.
¿En qué lo marcó esa experiencia y qué aprendizajes le dejó?
El aprendizaje fue que me di cuenta de que yo tenía recursos. Mi padre me daba todo con tal de poder pintar y que lo dejáramos en paz, entonces éramos unos malcriados. Y de golpe me di cuenta de que podía ser un tipo útil y fue como un renacimiento para mí, empecé a ver la vida desde otro lado.
¿Cómo vivió el haber estado tan cerca de la muerte y haber perdido amigos?
Te voy a ser honesto, cuando vos estás en esa situación, te importa mucho tu propia persona, entonces no fue tan doloroso en aquel momento haber perdido a mis dos mejores amigos, pero sí fue doloroso cuando llegué a Montevideo. Cuando volví y me encontré con la familia de ellos dos, lloré lo que no había llorado en los Andes, porque ahí la pelea era contra la adversidad total, contra la montaña. Alguien compara nuestra historia con los campos de concentración, pero allí, aunque te mataran, estabas en la civilización. Nosotros estábamos en lo desconocido. Imaginate un uruguayo a 4.000 metros de altura y a 25 grados bajo cero. Era la adversidad total, sin recursos y sabiendo que no te buscaban más. Peor que ese escenario no había. Está considerada la historia más increíble de supervivencia de todos los tiempos, así lo dice National Geographic.
¿Qué relación tiene con la fe?
Primero tenía la relación con la fe que me enseñaron en el colegio. Después en los Andes fue importante, porque Dios fue parte, no fue el que resolvió la historia, pero fue el que nos dio las herramientas para resolverla y creeme que estaba presente. A mí me encantó el titular de El Mercurio de Chile cuando aparecimos que decía “Dios era el copiloto”, porque era parte de la historia, pero tengo claro que solamente rezando de la cordillera no se sale.
¿Ha mantenido esa relación con la fe a lo largo de los años?
Más o menos. Yo sé que está, que existe, entonces tengo que encontrarlo, pero a veces las cosas materiales se interponen. Capaz que mi camino es reencontrarlo.
¿Cómo fue tener un padre artista, reconocido?
No es fácil ser el “hijo de”. De hecho, yo soy Carlitos porque papá era Carlos. Es más, en la historia de los Andes papá tuvo un papel mucho más importante que el mío, porque fue el único padre que buscó en la cordillera, que mantuvo la fe durante los 70 días. El que piensa en la historia se acuerda de Canessa, de Parrado y de papá, entonces, en el momento en que yo encontré una historia en la que podía “competir” con mi papá, que era un genio total, él se quedó con la historia, y después tuve años de terapia para dejar de ser el “hijo de”. Y hoy, como el 50% de mis conferencias son en México, tengo que explicar quién era mi papá, que es muy conocido acá en Uruguay, en Argentina, en Chile y en Brasil, pero en México no. Ahora hay tres productoras interesadas en llevar adelante la película de su libro “Entre mi hijo y yo, la luna”.
¿No llegó a desarrollar una veta artística?
No, gracias a Dios, no. Lo que yo heredé de papá fue la capacidad de hablar, lo digo con total humildad.
¿Y nunca le interesó el arte?
Me interesa como espectador, me encantan los cuadros de distintos pintores, no necesariamente de papá, pero yo no sé dibujar ni una casita. Buscando mi camino, me dediqué al campo, a la publicidad y luego a ser conferencista, que es lo que sé hacer, pero me costó encontrarlo.
¿Cómo lo logró?
Fue a raíz de la crisis del 2002, en ese momento yo trabajaba en publicidad, me quedé sin laburo a los 49 años y dije: “Tengo una gran historia y sé contarla”. Y ahí, humildemente, armé la página de los sobrevivientes, recién empezaba el internet, se cumplían 30 años (del accidente) y empecé como conferencista. Me llamaron de México y yo no sabía ni lo que cobrar, no tenía ni idea. Así comencé y no paré nunca más porque me fue estupendamente bien.
En ese rol de conferencista, ¿cómo ayuda a la gente o qué objetivo tiene?
Una conferencia es como un partido de tenis: cuando vos jugás bien y del otro lado juegan bien, cada vez es mejor, se repotencian. Nunca en una conferencia mía se durmió nadie. El día que se duerma uno yo dejo de dar conferencias. Y eso que no es corta, dura una hora y 20, que para los estándares mundiales es larguísima, pero yo logro, que quizás es mi mérito, que mantengan la atención durante todo ese tiempo.
¿Cómo evalúa el legado artístico que dejó su padre para el país?
Más que legado artístico, yo creo que es el legado popular. Papá se movía extraordinariamente bien popularmente, vos caminabas con él por 18 de Julio y no pasaba una cuadra que lo saludaban tres o cuatro personas. Era un tipo que tenía un carisma bestial y además se movía en lo popular y también en el jet set, como cuando presentó su película en el Festival de Cannes. Es decir, él se movía en cualquier ambiente, pero le interesaba mucho la parte popular, al punto que era un gran muralista y le gustaba que el arte fuera para compartir entre todos.
¿Cómo está viviendo esta conmemoración del centenario de su nacimiento? ¿Cómo era su relación?
Tuve un padre extraordinario, difícil, porque no era fácil estar con papá, era un tipo que siempre estaba rodeado de gente. Pero tuve una relación, sobre todo al final, maravillosa, donde yo respetaba lo que él hacía y él respetaba lo que yo hacía. Unos días antes de que muriera yo había dado una conferencia en México para 10.000 personas y alguien la grabó y él andaba con el iPad mostrándola con orgullo. Por lo menos se fue con ese orgullo de que su hijo, que durante mucho tiempo fue un inservible, de golpe se había despertado.
¿Qué actividades se han realizado por esta fecha?
El pasado martes 7 se hizo un homenaje en la Cámara de Diputados. La semana pasada hubo una misa por papá en Punta del Este conmemorando los 100 años de su nacimiento. Se hizo también una exposición en el Museo Fortabat en Buenos Aires y en el Museo de Artes Visuales.
¿Qué representa para usted Casapueblo?
Casapueblo representa un lugar donde me divertí mucho durante una época, pero sin papá le falta el alma. Hay gente que se muere por ir, yo me muero por no ir, porque solamente tendría sentido si papá estuviera. Estando en Casapueblo yo sabía si papá estaba adentro o había salido, era el alma de la casa.
Si le tuviera que dar un consejo a alguien que ha enfrentado una experiencia muy difícil y que busca superarla, ¿qué le diría?
Lo que a mí me costaba más era cumplir el proceso. Hay una frase de San Francisco que aprendí hace poco que dice: “Empieza haciendo lo necesario, luego lo que es posible y te encontrarás haciendo lo imposible”, que fue exactamente lo que hicimos nosotros, hicimos lo necesario, luego lo que era posible y terminamos reapareciendo después de esos 70 largos días. La vida funciona porque cumplís un proceso.
¿Qué proyectos tiene en mente para el futuro?
Tengo siete conferencias en noviembre y seis en diciembre. Y hay tres productoras interesadas en el libro de papá y pretendo asociarme como productor.
La experiencia como actor y un papel muy difícil
Carlitos Páez tiene una hija que tiene cinco hijos y un hijo que hace poco le dio una nieta más. Para él, la familia es algo importantísimo por lo cual lucha cada día.
Un dato curioso es que tuvo una participación en la película “La sociedad de la nieve”, que se estrenará en diciembre. Allí tuvo que hacer de su padre, por lo cual debió adelgazar y teñirse el pelo. “Tuve que dar la lista de sobrevivientes, que fue lo que hizo papá, que fue bastante duro para mí. Aparte, cuando vos actuás, cada escena la tenés que hacer como ocho o nueve veces, y Bayona es un tipo muy estricto y quería que yo realmente me metiera en la historia. Actuar fue lo más difícil que me pasó en la vida, y eso que tengo tablas, conferencias, pero en este caso fue duro para mí”, confesó el entrevistado.
En su tiempo libre disfruta de jugar al golf, aunque ahora se encuentra limitado porque tiene un menisco roto.
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