Los conflictos político-religiosos han existido desde los tiempos remotos de la humanidad, no solo entre dos religiones como fue el caso de las Cruzadas en que se enfrentaron musulmanes y cristianos, sino también entre dos ramas de una misma religión, como pasó en el conflicto entre protestantes y católicos. Sin embargo, un encuentro de religiones no siempre ha tenido como resultado un choque y cabe recordar que, en muchas ocasiones de la historia, el contacto entre culturas diferentes produjo intercambios sorprendentes, tal como aconteció en el monasterio de Santa María de Ripoll en Cataluña.
No obstante, los conflictos religiosos en el Occidente europeo terminaron simbólicamente con la paz de Münster que puso fin a la Guerra de los Treinta Años entre protestantes y católicos, y tuvo como una de sus principales consecuencias el limitar el poder de la Iglesia en lo que refería a la política entre Estados. Siendo que desde entonces cada Estado tenía el derecho de elegir su religión de forma libre, dando origen al orden internacional moderno. Sin embargo, el proceso de secularización iniciado inmediatamente después de la Revolución francesa estuvo caracterizado por un fanatismo anticlerical que pretendió igualar a la Razón con Dios. De esa forma se pretendió generar una mística en torno a la revolución liberal, aunque en el fondo se trataba de una verdadera guerra que no solo batalló en las barricadas sino también en los periódicos. Y fue así que se terminó menoscabando la autoridad institucional de la Iglesia.
En definitiva, este contexto asentó las bases del expansionismo europeo del siglo XVIII y XIX, proceso en el cual tanto Francia como Inglaterra fueron indiscutidos protagonistas, y que provocó sin lugar a dudas el cambio geopolítico más importante de la modernidad. Porque no solo tuvo enormes y drásticas consecuencias a nivel humano para Asia, África y Oceanía –como consecuencia de alterar las tradiciones culturales y económicas de los territorios colonizados implantando un comercio y una industria de carácter monopólico y puramente extractivista– sino que, además, y en peor medida, disolvió los equilibrios geopolíticos que habían sido fruto de largos procesos históricos.
De esa forma, varios de los actuales conflictos político religiosos que hay dispersos por el mundo son una secuela de la política internacional llevada adelante por el Imperio británico y el francés.
En esa línea, la descomposición del Imperio otomano al final de la Primera Guerra Mundial, y la repartición de Siria y Palestina entre franceses e ingleses, gestó el preámbulo del actual conflicto que está viviendo Oriente Medio entre palestinos e israelíes. Pero también, las crecientes tensiones en India entre hindúes y la minoría musulmana son un reflejo de la intermediación británica en la separación de India y Pakistán, a la cual tanto se opuso Mahatma Gandhi.
A 106 años de la Declaración Balfour
La escalada en el conflicto entre Israel y Hamás, tras los atentados de este último hace ya un mes, configuran otro episodio más de las secuelas que dejó a su paso el imperialismo, especialmente el británico. Y más allá de las consideraciones que se puedan hacer condenando el hecho, es obvio que ha habido una política internacional fallida en torno al conflicto palestino-israelí, en el que la responsabilidad recae no solo en la ONU sino, y en mayor medida, en las principales potencias del orbe que son –o deberían ser– los verdaderos articuladores del orden global.
Así el 2 de noviembre se cumplieron 106 años de la Declaración Balfour, un documento que dio pie a la creación del Estado de Israel y fue decisivo en la conformación del escenario actual de Medio Oriente.
Hay que tener en cuenta que la región de Palestina formó parte del Imperio otomano hasta 1917, cuando en contexto de la Primera Guerra mundial, Gran Bretaña y Francia derrotaron al Imperio turco y se repartieron su territorio, creando Estados artificiales, como Siria que estuvo bajo el dominio francés y Palestina bajo el dominio británico. Los intereses británicos en la región estaban ligados al petróleo, y controlando los territorios que comprendían el imperio otomano, pudo hacer posible la construcción del oleoducto desde los yacimientos petrolíferos de Mosul hasta el puerto mediterráneo de Haifa. El oleoducto fue construido por la Iraq Petroleum Company entre 1932 y 1934, período durante el cual la mayor parte del área por la que pasaba el oleoducto estaba bajo mandato británico.
No obstante, dentro de esa política de crear Estados artificiales, el 2 de noviembre de 1917, el Gobierno británico respaldó mediante un documento el establecimiento de “un hogar nacional para el pueblo judío” en Palestina. La declaración quedó sellada en una carta enviada por el ministro de Exteriores británico, Arthur Balfour, al barón Lionel Walter Rothschild, un líder de la comunidad judía en Reino Unido.
El texto dice:
Estimado Lord Rothschild
Tengo gran placer en enviarle a usted, en nombre del gobierno de su Majestad, la siguiente declaración de apoyo a las aspiraciones de los judíos sionistas que ha sido remitida al gabinete y aprobada por el mismo.
‘El gobierno de su Majestad ve favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y usará sus mejores esfuerzos para facilitar el logro de este objetivo, quedando claramente entendido que no debe hacerse nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos y el estatus político que disfrutan los judíos en cualquier otro país’.
Estaré agradecido si usted hace esta declaración del conocimiento de la Federación Sionista.
Arthur James Balfour
De esa forma los israelíes consideran que este documento fue la piedra fundacional del Israel moderno, y en cierta medida lo es; sin embargo, también es obvio que todo lo sucedido después, más allá de las responsabilidades de uno y otro bando, no fue en ningún sentido eficaz para consolidar un escenario geopolítico equilibrado y pacífico. Al mismo tiempo, las potencias que estuvieron involucradas en la región parecieron no haber tenido un especial interés en pacificar un territorio donde la escalada era predecible. Por el contrario, el imperio británico se sirvió de estas desestabilizaciones para fortalecer su influencia y su dominio, bajo el conocido lema de “divide y reinarás”. Generando un escenario de frágiles equilibrios geopolíticos, en el que los verdaderos perjudicados fueron y siguen siendo los civiles que padecen la guerra de uno y otro bando.
Conflicto entre el islam y el hinduismo
En las primeras décadas del siglo XX vivían en India alrededor de 400 millones de personas, de las cuales un 75% eran hindúes. Para quienes no lo saben, el hinduismo es una antigua religión politeísta en cuyo panteón podemos reconocer deidades como Brahman, Vishnu y Shiva, entre otros. Y el 15% restante de la población era musulmana. Sin embargo, la colonización británica de la India, entre varias de sus consecuencias, había terminado por privilegiar al hindi como lengua oficial y esa decisión comenzó a gestar un aire resistencia en parte de la comunidad musulmana que se sintió amenazada por la medida.
Con el auge del movimiento independentista liderado por Mahatma Gandhi, también iba consolidándose la idea de un Estado musulmán, especialmente en torno a la figura de Muhammad Ali Jinnah, líder de la Liga Musulmana Pan India, quien en la resolución de Lahore de 1940 había estipulado su objetivo de crear la nación de Pakistán.
Sin embargo, la idea de Nehru y de Gandhi de mantener unida a la India a pesar de sus diferencias religiosas se vio truncada cuando los ingleses, antes de abandonar la colonia, aceptaron la petición musulmana de crear Pakistán.
Con la partición de India y Pakistán, tanto hindúes como musulmanes sufrieron la mayor migración en masa de la que se tenga registro en la historia de la humanidad, con alrededor de 14 millones de personas cruzando de un territorio a otro, a causa de su religión. Además, con la independencia de ambos países también estalló una guerra por el dominio de la región de Cachemira, conflicto que hasta hoy no se ha logrado resolver, y que se cobró entonces la vida de entre 500.000 y 2 millones de personas, siendo considerado uno de los genocidios religiosos más grandes de los que se tenga memoria. Mahatma Gandhi también fue alcanzado por la violencia nacionalista, cuando en enero de 1948 fue asesinado por un extremista indio que rechazaba su política de tolerancia entre credos.
Así, en setiembre del año pasado, la ciudad de Leicester en Inglaterra se vio conmocionada por los enfrentamientos entre indios hindúes e indios musulmanes. Según los analistas internacionales, esta creciente tensión religiosa está relacionada a la política llevada adelante por Narendra Modi en India en torno al “hindutva” que significa algo así como “fuerza que une al pueblo hindú”. Sin embargo, esta política, tiene como contrapartida el seguir acentuando la brecha entre hindúes y musulmanes, y podría verse como una continuidad de la balcanización y las tensiones que dejó a su paso el imperialismo del siglo XIX.
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