Catherine L´Ecuyer, educadora canadiense radicada en España, ha publicado tres libros de enorme valor pedagógico: “Educar en el asombro”, “Educar en la realidad” y “Conversaciones con mi maestra”. A continuación, intentaremos resumir su pensamiento sobre el uso de las pantallas en la educación.
Hoy nadie duda que muchos niños padecen serios problemas de aprendizaje, de atención y de concentración. De acuerdo con L´Ecuyer, una de las causas principales es la alta exposición a las pantallas: “Todo aquello que entra por los sentidos del niño pequeño configurará su cultura, porque todavía no tiene capacidad de discernimiento, ni la madurez afectiva e intelectual que en un futuro le permitirá filtrar, organizar, escoger, entender toda la información que se le da”. Luego, “es muy difícil desplazar algo que haya entrado en el corazón de un niño de entre cero y cuatro años”. ¿Por qué?
Porque los dispositivos son altamente adictivos e introducen al niño en un círculo de recompensa a través de la producción de la hormona dopamina. Por eso, necesitan una dosis cada vez más alta de estímulos generados por las pantallas, para no aburrirse. En plata: las pantallas los atrapan y los bombardean con estímulos novedosos, frecuentes e intermitentes, que al final los embotan. Quien lleva las riendas frente la pantalla —dice L´Ecuyer— no es el chico, sino la aplicación “inteligente” de la tablet.
No se trata, obviamente, de dejar de lado las nuevas tecnologías, sino de entender que son herramientas para mentes preparadas para usarlas, pero no para mentes inmaduras. Por eso, es una locura pensar que adelantar la edad de uso de las nuevas tecnologías fomenta el uso responsable de las mismas.
En el fondo, la crisis educativa es una crisis de atención. ¿Qué es la atención? Es una actitud de descubrimiento, de apertura a la realidad. Es la actitud activa del que formula preguntas, busca respuestas, está a la expectativa de lo que se encuentra sin filtros ni prejuicios.
Hoy, las principales asociaciones pediátricas de Norteamérica asocian la exposición a las pantallas, con adicciones, déficit atencional, escaso vocabulario e impulsividad. La Asociación Pediátrica Canadiense recomienda no exponer a los niños a las pantallas antes de los dos años. Y menos de una hora al día entre los dos y los cinco años. L´Ecuyer enfatiza que estas no son recomendaciones educativas, sino de salud pública: de salud neurológica. Además, nada justifica el uso de las pantallas en la infancia.
Por su parte, la Academia Americana de Pediatría, sostiene que quienes educan a los niños no son las pantallas, sino personas que los aman y los acompañan en su descubrimiento de la realidad. De ahí que sustituir a las personas por pantallas a edades muy tempranas es deshumanizar el aprendizaje. En realidad, todo tipo de sobreestimulación externa, “artificial”, es perjudicial para los niños. De ahí que la mejor preparación para el mundo online sea el mundo offline: el mundo real.
Encontrarse con una mirada, esconder una piedra bajo tierra, escuchar un secreto de un amigo y guardarlo, planificar y construir un castillo con trozos de cartón, ayuda a desarrollar funciones ejecutivas como la atención, la planificación, la memoria de trabajo. Ello ayuda a desarrollar virtudes como la fortaleza y la templanza, que luego son cualidades que permitirán a los niños usar las tecnologías de manera responsable.
¿En qué consiste entonces el rol del educador? En entender cuando debe poner un filtro a la sobreestimulación externa y artificial, riesgosa para el desarrollo del niño. En ayudar a dar sentido al aprendizaje: “una pantalla no puede asumir ese papel, porque no calibra la información que recibe el niño”, dice la experta.
Lo que mueve a nuestros hijos a aprender —remata L´Ecuyer—, lo que llena su corazón y su cabeza, es su sed de sentido. Necesitamos sentir. Por eso cree que en un mundo con más pantallas que ventanas, mirarse a los ojos va camino de convertirse en un acto revolucionario.
Los nutricionistas saben que los niños que mejor se desarrollan son los que además de recibir el alimento adecuado, reciben una buena dosis de amor. Lo mismo ocurre en la educación: durante los primeros años, lo más importante para el buen desarrollo del niño no es la cantidad de información que reciben, sino el afecto y la atención que se les brinda. Y es que solo cuando hay amor es posible educar: es posible enseñar a desear lo bello.
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