Despertaron la curiosidad de Galileo Galilei y fueron tomadas a préstamo por Antonio Gaudí: las catenarias forman parte de la geometría de la naturaleza y de la reciente obra del escultor y economista Ricardo Pascale inaugurada en el MNAV el pasado 15 de noviembre.
Una cadena flexible sostenida por sus dos extremos dibuja una forma perfecta en el espacio: una catenaria. Se trata de una curva fruto de la ley de gravedad que tiene detrás una matemática exacta. Este fenómeno fue estudiado en un primer momento por Galileo Galilei, aunque quien dio con su fórmula fue Gottfried Leibniz. Mientras que el primero lo confundió con una parábola, el lógico alemán logró resolver el problema fortuitamente.
La catenaria se deja ver en la delicada caída que dibuja un collar, por ejemplo, y hasta en el recorrido que plasma en el espacio una cuerda. Es una forma suave, una curva delicada, una fórmula matemática elegida por el economista, profesor y escultor uruguayo Ricardo Pascale para intervenir un espacio en el Museo Nacional de Artes Visuales (MNVA).
Hay aquí dos cosas. Por un lado, esta, la más reciente obra de Pascale, se enmarca en una sala de líneas rígidas, rectas, una habitación de treinta metros de largo por quince de ancho con tres de alto, que estructura un prisma rectangular de lados iguales. En ese espacio, Pascale ha alojado sus catenarias, curvas perfectas logradas a través de cuerdas que cuelgan del techo, que constituyen una expresión de arte a la que ha bautizado Leibniz saltando a la cuerda.
Curvas y ortogonalidad
Esta obra podría interpretarse como la conjunción de las dos pasiones de Pascale: el arte y la ciencia. “He dedicado toda mi vida a la academia, la economía y la matemática, y también toda la vida al mundo del arte”, comparte el artista en entrevista con La Mañana. Es cierto: se trata de una propuesta cuya relación entre espacio e intervención resulta equilibrada y cuidada: sin invadir demasiado, sin cargar mucho material. De esta forma, se deja ver la huella del arte de Pascale.
El equilibrio en la obra no solo destaca en lo tangible, claro está. Se encuentra en las formas, en los colores, en la técnica que normalmente utiliza este creador. Consultado al respecto, Pascale indica: “En un mundo complejo, en donde las emociones presentes muchas veces pueden ser convulsionadas, me resulta importante ir hacia lo cálido, intentando que la gente tenga un momento para escudriñar su propio ser y sacar la creatividad que todos tenemos”.
Pero hay un tramo de silencio en donde el artífice prefiere no revelar lo que quiso transmitir con su obra para que esta pueda existir. Saber cuál es el mensaje detrás es un secreto que el artista prefiere no revelar. Es entonces cuando viene el siguiente punto. No, no es un homenaje a Leibniz ni un homenaje a la catenaria. No es un homenaje siquiera, es una intervención en el espacio, resalta el escultor.
“En el momento en el que el artista dice el mensaje que tiene, está encorsetando la obra y subestimando al espectador. Hay que darle libertad al observador para que vea y opine. Yo ya hice mi trabajo, a partir de ahora, se lo dejo a la gente”, dice Pascale, y al escucharlo se puede pensar que la obra es entonces un ser viviente que late con cada mirada que se posa en él.
Una vivencia en 360 grados
No es la primera vez que Pascale trabaja con catenarias. En 2021 el artista tuvo una obra antecedente a esta en el Museo de Bellas Artes Juan Manuel Blanes, aunque el espacio difería de este y, por lo tanto, el resultado fue distinto. Ante esto el escultor subraya la importancia de adaptarse siempre al espacio, no ignorarlo. “Si se puede, tratar de intervenirlo. Y si se logra, es importante agregarle interés a la visión que se tiene”, menciona.
Leibniz saltando a la cuerda contó con la curaduría de Enrique Aguerre, director del MNAV. Este “excelente proceso”, como lo define Pascale, llevó dos años. “Una cosa es el dibujo que uno realiza previamente y otra cosa es cuando se materializa, donde hay que ver si produce el efecto cognitivo o emotivo que quise entregar”, describe el autor. Y sobre el resultado final dice con sinceridad: “La obra me emocionó bastante cuando la vi, sobre todo también con la música. Es una intervención para verla con paz, recorrerla”.
Es que la experiencia de visitar Leibniz saltando a la cuerda invita a la utilización de, también, el sentido auditivo. La obra cuenta con una banda sonora compuesta por Silvia Meyer, música que Pascale definió como “maravillosa, que solo habla del talento de su compositora”, y que se puede escuchar permanentemente en el museo. De esta forma, cuando el espectador la recorre, se producen al mismo tiempo infinitas obras. Las cuerdas de atrás se entrelazan con las de delante y a medida en la que el observador camina, surgen nuevas figuras en la perspectiva.
El juego en la ciencia
Habiendo usado para su obra la función matemática que obtuvo Leibniz, nobleza obliga nombrar al lógico. Sin embargo, este acercamiento al alemán sucede de una forma lúdica. Su apellido destaca en el título de la intervención, pero lleva también un chascarrillo: invita a imaginarse a ese hombre barroco, de amplia y espesa peluca, como un infante que salta la cuerda. Y, sin embargo, todo esto guarda una argumentación clara.
“Leibniz también fue un niño y cuando saltaba la cuerda estaba haciendo una catenaria”, reconoce Pascale. Justamente la niñez es la etapa en la que expresamos nuestra creatividad con mayor libertad. Creatividad que el artista busca, de alguna forma, rascar en el mundo interno de los espectadores con esta intervención. Creatividad cálida, de formas redondeadas. Creatividad curva, como una catenaria.
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