Huérfano. Esa es la palabra. El litoral uruguayo se siente huérfano de ayuda en su momento más crítico de las últimas décadas.
Desde los despachos de Montevideo las autoridades nacionales no llegan a comprender el drama que se está viviendo en esa región, que afecta a cientos de miles de uruguayos y a miles de empresas establecidas en la zona. La diferencia cambiaria que desde hace varios meses afecta la vida de esos compatriotas no encuentra en nuestras autoridades ningún atenuante, ningún paliativo, y se sigue presenciando con indiferencia una situación para la que las fuerzas vivas de la zona han propuesto variadas soluciones.
Desde hace ya muchos meses, cada semana cruzan la frontera decenas de miles de personas. Algunos buscan en las ciudades cercanas de Argentina el aprovisionamiento que les es inalcanzable en Uruguay, pero otros lo hacen para adquirir artículos que no son de primera necesidad. Hay familias que han redecorado sus casas aprovechando la diferencia de precios; algunos han puesto sus autos a nuevo, otros van a atenderse en consultorios odontológicos y hay ya varios casos de vecinas que han cruzado el puente para hacerse la anhelada cirugía estética que nunca podrían pagar en nuestro país.
Felices de ellos, dicen algunos. Y sí, seguramente están felices con la facilidad que les ofrece el vecino país para mejorar su nivel de vida. Pero resulta que como consecuencia de esta situación el comercio y los servicios de los departamentos litoraleños han caído en una debacle muy difícil de sostener. Ya se nota la reducción de horarios y de días de trabajo, el desempleo trepa aceleradamente, aumenta la informalidad, el desaliento de la población y la desolación de los empresarios que gastan los lápices rojos en sus balances sin ver siquiera la luz de una vela al final del túnel.
¿Falta de lobby? Quizás. Los departamentos del litoral miran pasmados cómo Argentina, pese a su situación económica, o quizás debido a su situación económica, facilita cada día más la invasión de viajeros del exterior que llegan a comprar y a seguir comprando lo que muchos argentinos no pueden pagar. Si algo ha resultado en la república hermana son las medidas para fomentar el turismo, que se suman a la desvalorización del peso.
¿Y por casa cómo andamos? El turismo en el litoral siempre ha sido un recurso que ha sostenido la actividad comercial y de servicios. Atraer turistas es ampliar el mercado. Es una inversión altamente redituable: mueve restaurantes, hoteles, comercios y todo tipo de servicios; mueve a la ciudad. Pero en este momento, no se hace casi nada por atraer a los extranjeros y, lo peor, el mercado interno, que tradicionalmente era el que daba vida a los departamentos del litoral, ahora se ve alentado a viajar al exterior con un dólar que cada día perfora su propio piso, sumando así a la competencia argentina la de Europa, el Caribe, y destinos más exóticos y lejanos. En cualquier lugar del mundo (excepto en Suiza) hacer turismo es más barato que en Uruguay.
Las cifras preliminares del censo que acaba de terminar nos dicen que seguimos siendo la misma cantidad de uruguayos y que si algo hemos crecido es solo por la llegada de inmigrantes. Seguimos siendo un mercado chico, muy chico y, por tanto, poco atractivo para los inversores. Poco atractivo para todo, salvo para quienes lo que buscan es paz, descanso, naturaleza incontaminada; en otras palabras, para lo que busca el turista hoy en día. En una época en que el estrés y las tensiones diarias afectan el cuerpo y la mente en las grandes ciudades, Uruguay ofrece un remanso de tranquilidad y seguridad como pocos pueden hacerlo.
Pero el turismo se ha vuelto muy competitivo en el mundo, por lo que significa para la economía de los países. Los gobiernos lo valoran, lo apoyan, lo promueven. Y con políticas en el mismo sentido Uruguay llegó a ser uno de los países que mayor cantidad de turistas recibía en proporción a sus habitantes. Llegamos a duplicar en un año nuestra población. Para alcanzar esas cifras, la visión de gobernantes y operadores turísticos logró desestacionalizar el turismo tradicional de sol y playa, la joya de Uruguay que lamentablemente se reduce a dos meses al año, fomentando la hotelería de calidad y los atractivos en el interior del país, destacándose claramente los departamentos de Paysandú y Salto por sus codiciadas aguas termales. El turismo termal cambió para siempre la vida en esa región y Salto, “la capital termal”, llegó a ser el tercer destino turístico del país, solo detrás de Montevideo y Punta del Este.
Hoy Salto vuelve a estar rezagado. Huérfano de ayuda cuando los argentinos, que eran el cincuenta por ciento de sus turistas, ya no pueden poner ni un pie en nuestro país, y los uruguayos, que conformaban el otro cincuenta por ciento, se van al exterior. Largas colas de autos en el Paso de Frontera desfilan rumbo a los comercios argentinos frente a los ojos impotentes de comerciantes, hoteleros y restauranteros. El mercado salteño desapareció, el mercado uruguayo desapareció. No hay a quien vender, no hay a quien atender, no hay a quien alojar. Ni argentinos ni uruguayos. Todos están allá.
Es frente a esta situación que se reclaman soluciones, aunque sean parciales, pero que ayuden a sobrevivir, porque todo indica que no cambiará en mucho tiempo, sino más bien que en los próximos meses se profundizará la diferencia cambiaria con Argentina.
Si contratar empleados significa una pesada carga de aportes patronales, no se contratará a nadie. Si impuestos como el patrimonio, que están pensados para actividad económica normal, no se adaptan a tiempos de profunda crisis, habrá que hacer una operación bancaria para abonarlo. Pero si los bancos, y especialmente el Banco de la República, exigen balances positivos en estos momentos, no se podrá acceder a ninguna ayuda del “banco de fomento”, el “banco país” . Si para entrar al Uruguay hay que hacer colas de seis y siete horas al rayo del sol, recalentando motores, sin agua, con un solo baño a veces a tres quilómetros de la cola, ningún argentino que haya planeado gastar sus desvalorizados pesos en Uruguay se atreverá a emprender el viaje. Y si llega hasta la frontera, se volverá atrás hacia las termas argentinas, cancelando su viaje a Uruguay, como está ocurriendo repetidamente.
Y así transcurren los días, mientras en los despachos de Montevideo se festejan elogios procedentes de organismos internacionales, que miran números que aun siendo ciertos no reflejan la realidad de buena parte de la población, porque cuando sube la marea, en el promedio de alturas se salvan los más altos, pero se ahogan los más chiquitos. Huérfano, falto de tutor, hoy Salto está ahogándose, y no solo por las inundaciones.
TE PUEDE INTERESAR: