Uno de los más funestos errores de nuestra época consiste en creer que el “problema de la producción” se ha resuelto. Esta creencia no está arraigada solamente en la gente que no tiene nada que ver con la producción (y por lo tanto sin contacto profesional con los hechos), sino que también es sostenida virtualmente por todos los expertos, los magnates de la industria, los que dirigen la economía de los gobiernos del mundo, los economistas académicos (y los no tan académicos), por no mencionar a los periodistas económicos. Todos ellos pueden no estar de acuerdo en muchas cosas, pero en lo que sí están de acuerdo es en que el problema de la producción se ha solucionado, en que la especie humana es, por fin, mayor de edad. Para las naciones ricas, dicen, la más importante tarea hoy día es la “educación para el esparcimiento”, mientras que para las naciones pobres lo es la “transferencia de tecnología”.
El surgimiento de este error, tan flagrante como firmemente arraigado, está estrechamente vinculado a los cambios filosóficos, por no decir religiosos, en la actitud del hombre hacia la naturaleza en los últimos tres o cuatro siglos. Tal vez debería decir: la actitud del hombre occidental hacia la naturaleza. Pero dado que todo el mundo está sufriendo un proceso de occidentalización, la afirmación más general parece justificada.
En resumen, podemos decir que el hombre de hoy es demasiado inteligente como para ser capaz de sobrevivir sin sabiduría. Nadie trabaja realmente por la paz, salvo que esté trabajando básicamente por la restauración de la sabiduría. La afirmación de que “lo sucio es útil y lo bello no lo es” es la antítesis de la sabiduría. La esperanza de que la búsqueda de bondad y virtud puede ser pospuesta hasta que hayamos alcanzado la prosperidad universal y que con la búsqueda individual de la riqueza, sin devanarnos los sesos acerca de cuestiones morales y espirituales, podríamos establecer la paz sobre la tierra, es una esperanza irreal, anticientífica e irracional. Cuando el nivel de desarrollo era menor, podíamos temporalmente excluir la sabiduría de la economía, la ciencia y la tecnología, pero ahora que hemos alcanzado un alto nivel de prosperidad, el problema de la verdad espiritual y moral ocupa la posición central.
Desde un punto de vista económico, el concepto principal de la sabiduría es la permanencia. Debemos estudiar la economía de la permanencia. Nada tiene sentido económico salvo que su continuidad a largo plazo pueda ser proyectada sin incurrir en absurdos.
Puede haber “crecimiento” hacia un objetivo limitado, pero no puede haber crecimiento ilimitado, generalizado. Como Gandhi dijo, es más que probable que “la tierra proporcione lo suficiente para satisfacer las necesidades de cada hombre, pero no la codicia de cada hombre”. La permanencia es incompatible con una actitud depredadora que se regocija en el hecho de que “los que eran lujos para nuestros padres han llegado a ser necesidades para nosotros”. El fomento y la expansión de las necesidades es la antítesis de la sabiduría. Es también la antítesis de la libertad y de la paz. Todo incremento en las necesidades tiende a incrementar la dependencia de las fuerzas exteriores sobre las cuales uno no puede ejercer ningún control y, por lo tanto, aumenta el temor existencial. Solo reduciendo las necesidades puede uno lograr una reducción genuina de las tensiones que son la causa última de la contienda y de la guerra.
La economía de la permanencia implica un profundo cambio en la orientación de la ciencia y la tecnología. Estas tienen que abrir sus puertas a la sabiduría y, de hecho, incorporar sabiduría en su estructura misma. “Soluciones” científicas o técnicas que envenenan el medio ambiente o degradan la estructura social y al hombre mismo no son beneficiosas, no importa cuán brillantemente hayan sido concebidas o cuán grande sea su atractivo superficial. Máquinas cada vez más grandes, imponiendo cada vez mayores concentraciones de poder económico y ejerciendo una violencia cada vez mayor sobre el medioambiente no representan progreso, son la negación de la sabiduría. La sabiduría requiere una nueva orientación de la ciencia y de la tecnología hacia lo orgánico, lo amable, lo no violento, lo elegante y lo hermoso. La paz, como a menudo se ha dicho, es indivisible. ¿Cómo podría, entonces, construirse la paz sobre una base hecha de ciencia indiferente y tecnología violenta? Debemos procurar una revolución en la tecnología que nos dé invenciones y maquinarias que inviertan las tendencias destructivas que ahora nos amenazan a todos.
¿Qué es lo que realmente necesitamos de los científicos y tecnólogos? Yo contestaría: necesitamos métodos y equipos que sean:
*suficientemente baratos de modo que estén virtualmente al alcance de todos;
*apropiados para utilizarlos a escala pequeña;
*compatibles con la necesidad creativa del hombre.
De estas tres características nacen la no violencia y una relación entre el hombre y la naturaleza que garantiza la permanencia. Si solo una de estas tres es descuidada, las cosas muy probablemente irán mal. Examinémoslas una por una. Métodos y maquinarias suficientemente baratos como para estar virtualmente al alcance de todos, ¿por qué tenemos que pensar que nuestros científicos y tecnólogos no son capaces de desarrollarlos? Esta fue una preocupación básica de Gandhi: “Yo deseo que los millones de pobres de nuestra tierra sean sanos y felices y los quiero ver crecer espiritualmente… Si sentimos la necesidad de tener máquinas, sin duda las tendremos. Toda máquina que ayuda a un individuo tiene justificado su lugar”, decía, “pero no debiera haber sitio alguno para máquinas que concentran el poder en las manos de unos pocos y tornan a los muchos en meros cuidadores de máquinas, si es que estas no los dejan antes sin trabajo”.
Ernst Friedrich Schumacher fue un economista germano-británico. Su obra Lo pequeño es hermoso, publicada en 1973 y traducida a más de veinte idiomas, es considerada uno de los libros más influyentes de la segunda mitad del siglo XX. Fue experto en el desarrollo de zonas rurales, fue consultor del gobierno de la India y de muchos otros países del Tercer Mundo. Una de sus propuestas fue el fomento de las “tecnologías intermedias”, tecnologías que requieren menor inversión de capital y son menos exigentes en su consumo de materias primas.
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