Hasta el 12 de diciembre se celebra en Dubái la COP28, evento que cada año reúne autoridades de distintos países y organismos internacionales para coordinar políticas contra el calentamiento global. En el marco de este llamado casi admonitorio por parte de algunos actores de la comunidad internacional, hay quienes olvidan que esta gesta medioambiental cobró fuerza desde el inicio de las hostilidades en el Este de Europa. Y está claro que pretende mezclar intereses geopolíticos, económicos y ambientales.
Nadie habría imaginado al comienzo de la revolución industrial en Inglaterra, en el siglo XVIII, que se produciría en tan poco tiempo uno de los cambios más importantes de nuestra civilización occidental que terminaría por poner en jaque su propio espacio vital.
No solo se alteraron –en un proceso muy acelerado– los modos de producir y generar riquezas, sino también los comportamientos, las formas de sociales y las instituciones políticas. En el corazón de las ciudades –que no paraban de crecer alrededor de una naciente industria y de un comercio que comenzaba a globalizarse a través de la navegación intercontinental– nacía una nueva forma de vivir, signada principalmente por el avance tecnológico y la búsqueda riquezas.
Como se sabe, un mundo nuevo nace de las cenizas del viejo, y eso nos lleva a reflexionar más profundamente acerca de la actualidad.
Seguramente muy pocos recuerden que el Londres del siglo XVIII había renacido de sus cenizas, ya que en 1666 un enorme incendio había destruido la mayor parte de la ciudad, dejando a alrededor de cien mil personas sin hogar. Los trabajos de reconstrucción demandaron una serie de proyectos urbanísticos con el objetivo erigir un nuevo Londres preparado para entrar en la modernidad. Es curioso cómo, a través de esta circunstancia que podría haber sido devastadora, la ciudad renació como nuevo emblema, con la Revolución Industrial a la cabeza, pero también con la creación del nuevo sistema financiero, que tuvo como uno de sus protagonistas al Banco de Inglaterra fundado en 1694. Porque tampoco hay que olvidar que con el gran incendio también surgió la primera compañía de seguros.
No obstante, el lado oscuro de esta ampliación del quehacer humano por medio del avance técnico provocó que los ejecutantes de oficios antiguos y los viejos artesanos tuvieran que trasladarse del centro de la capital a los barrios de las afueras, donde también se instalaron quienes abandonaban el campo. Pero en Londres como en otras ciudades –esta es una historia repetida– no había trabajo para todos. En aquella época los servicios públicos eran insuficientes, especialmente en las zonas marginales, por lo que “no había agua corriente, ni alcantarillado. Las epidemias eran constantes. Y la miseria y la desesperación causaron problemas de violencia, alcoholismo, delincuencia…” (C. Dickens, Historia de dos ciudades).
Así nace la peripecia del hombre moderno. Es evidente que con la modernidad comienza un cambio cultural: desaparecen los talleres, los pequeños productores y comienza la expansión de las grandes superficies y conglomerados económicos. Al mismo tiempo, la revolución industrial fue el primer paso en una dirección que favorecería el vaciamiento rural en favor de las ciudades. Pero en ellas no solo nace la marginalidad social y psicológica, sino también los primeros daños medioambientales.
A esta inclinación por lo material le sucedió una desafección por lo religioso y lo espiritual, siendo la modernidad la primera etapa en la historia de la humanidad en que los caminos de la razón ardieron en la voracidad no solo de nuevos apetitos y placeres, sino también de nuevas experiencias y empresas en las que no existía límite moral y mucho menos religioso.
Este desequilibrio fue decisivo para que en muy poco tiempo los daños fueran fácilmente perceptibles. Por ejemplo, la Compañía Británica de las Indias Orientales contribuyó a la destrucción de las robustas industrias textiles indias, forzando cada vez más gente a la agricultura. Esto hizo que la economía de India fuera más dependiente de los caprichos vientos monzones estacionales: en un periodo de sequía sucedióla hambruna de Orissa de 1866, que acabó con la vida de alrededor un millón de personas.
El cambio climático desde la perspectiva del Sur Global
Para muchas naciones del Sur Global que desde el siglo XIX han visto las potencias europeas en pleno apogeo del imperialismo saquear sus recursos, dejando a su paso un daño medioambiental y social que aún persiste, las acciones contra el cambio climático que desde las tribunas de Dubái los líderes de la Unión Europea proponen se parecen mucho a una retórica meramente proselitista, basada en la misma dicotomía de siempre: “Estás con nosotros, o contra nosotros”.
En definitiva, esta clase de eventos se ha constituido en un sitio ideal para tomar de rehén a algún país tercermundista, a través de la firma de un acuerdo, cuyas condiciones a futuro no fueron del todo analizadas por la incauta autoridad del país en cuestión, encargada del negocio. De hecho, Uruguay ya viene haciendo esta experiencia. Adrián Peña, cuando fue ministro de Ambiente, participó de la COP26 en Glasgow. Allí se comprometió a que Uruguay reduzca treinta por ciento sus emisiones de metano hacia 2030. La ciudadanía aún no tiene del todo claro el alcance de lo firmado. Pero lo cierto fue que el ministro de ganadería Fernando Mattos, que venía siguiendo el tema de cerca en aquel momento, llegó a declarar, palabras más, palabras menos, que aceptar esas condiciones era como pegarse un tiro en el pie.
Más allá de los aspectos reales y tangibles del calentamiento global, es evidente que se maquillan otras intenciones detrás del tema. Así vemos cómo se relaciona de un modo arbitrario la agenda de la ideología género e identidad sexual con el carbono que se libera a la atmósfera. Por lo que surge la pregunta: ¿se pretende verdaderamente defender al medioambiente por medio de las alternativas presentadas como viables?
La respuesta parece obvia para algunos países que saben internamente que no pueden cumplir realmente con las metas de la COP28. Así lo había expresado su propio presidente, el sultán Al Jaber, además ministro de industria de Emiratos Árabes Unidos, cuando el 21 de noviembre (nueve días antes de arrancar la COP28) expresó que no existía “ciencia” que respaldara que para evitar lo peor del calentamiento global se debieran eliminar progresivamente los combustibles fósiles, con lo que instaló la polémica.
También sucedió con Brasil. Lula da Silva, en su discurso acusó a los países ricos de Occidente de incumplir sus propias metas, afirmando que “el planeta está harto de acuerdos climáticos incumplidos”. Añadiendo que “solo el año pasado, el mundo gastó más de dos billones y 224 millones de dólares en armas. Esta cantidad podría haberse invertido en la lucha contra el hambre y el cambio climático”, concluyó. Al mismo tiempo, Brasilno ocultó su interés por los combustibles fósiles durante la conferencia de Dubái. Y para mayor sorpresa, Lula da Silva aceptó la invitación de unirse a la OPEP+, el grupo ampliado de países exportadores de petróleo, compuesto hasta ahora por los trece miembros de la OPEP y otros diez países, entre ellos Rusia.
Además, se supo que Petrobras está a punto de crear una filial en Oriente Medio: Petrobras Arabia. El presidente de Petrobras, Jean Paul Prates, ante la insistencia de los medios sobre el tema, afirmó que Petrobras Arabia no se dedicará al petróleo, sino que operará de forma integrada con algunos países de la región en el área de los fertilizantes, explicando que la idea es hacer “inversiones cruzadas” entre Brasil y el país donde se instalará Petrobras Arabia. Citando a Lula, Prates respondió: “Tenemos potasio que Arabia Saudita no tiene y Arabia Saudita tiene nitratos que nosotros no tenemos. Además, tiene gas más barato que el nuestro. Así que podríamos igualar internamente los valores de estas materias primas entre nosotros”.
Algunas paradojas para tener en cuenta
En conclusión, podemos decir que las metas globales que la COP28 trata de imponer y los medios que propone para alcanzarlas parecen insuficientes. Principalmente porque la respuesta a los actuales problemas medioambientales no es cambiar la matriz energética sin cambiar los patrones de consumo. A fin de cuentas, el problema es económico y cultural, y está íntimamente relacionado con los procesos globalizadores que han instalado una red piramidal en las relaciones entre países de primer orden y países de segunda y tercera clase.
Resulta al menos esperanzador que desde la región Brasil esté dando un importante mensaje a la comunidad internacional, en el que la defensa del medioambiente pasa por el fortalecimiento regional. De hecho, en el nuevo Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC) que presentó el Ejecutivo brasilero, hay un interés político y económico en invertir en la construcción de los quinientos quilómetros restantes del gasoducto Néstor Kirchner, desde la región de Vaca Muerta, en la Patagonia argentina hasta Santa Fe.
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