¡Las vueltas de la vida! A Luján, donde fue ordenado sacerdote allá por diciembre de 1943, Pironio regresa ochenta años después para ser reconocido como beato de la Iglesia, gracias a la curación milagrosa de un niño argentino de un año y medio en la ciudad balnearia de Mar del Plata. Una ceremonia sencilla, que fue acompañada por mucha gente y presidida por el cardenal español Fernando Vérgez, quien fue su secretario durante más de veinte años.
El nombre de Pironio está indisolublemente ligado a las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) que él promovió activamente. En la segunda JMJ, en 1987, propuso como sede a Argentina, y Juan Pablo II celebró la misa en el corazón de Buenos Aires frente a una multitudinaria concentración en la famosa avenida 9 de Julio. Pironio acababa de ser nombrado presidente del Pontificio Consejo para los Laicos por el Papa polaco, quien en aquella ocasión exclamó con su característica poderosa voz: “No más desaparecidos”, en referencia a los crímenes de la dictadura militar.
Me permito aquí, en relación con Pironio, una referencia personal. Al comienzo de mi carrera como periodista tuve que interiorizarme de su vida debido a que colegas más familiarizados con los asuntos vaticanos lo consideraban candidato al papado junto con Baggio, Siri y Pignedoli. Había muerto Pablo VI –de quien Pironio era confesor– y su nombre se repetía en el cuarteto de candidatos a sucederle. Sabemos que después fue elegido el patriarca de Venecia, Albino Luciani, quien tomó el nombre de Juan Pablo I. Poco más de un mes después hubo un nuevo cónclave, y el nombre de Pironio volvió a las crónicas de los vaticanistas, y de la mía entre ellas. También en este caso el Espíritu Santo dispuso otra cosa, y le tocó a un cardenal polaco asumir los honores y las cargas del papado. Juan Pablo II lo inició con un viaje a América Latina, a Puebla (1979), en México, donde estaban reunidos todos los obispos del continente para la tercera conferencia general. Pironio trabajó en su preparación tan intensamente como lo había hecho antes para la cumbre de Medellín (1968), cuando era secretario general del Celam (1967), organismo que luego presidió desde noviembre de 1972. Puebla fue uno de los momentos más altos del aporte de la Iglesia latinoamericana a la Iglesia universal, un momento de asimilación del Concilio Vaticano II, bastante alejado hasta ese entonces de la reflexión eclesial. Pironio, que había sido padre conciliar, participó activamente promoviendo un equipo de reflexión teológico-pastoral en el Celam, una especie de think tank de la Iglesia latinoamericana que retomó con originalidad los temas de la liberación, la Iglesia del pueblo, la religiosidad popular y la misión ad gentes. Pironio asistió también a la asamblea de Santo Domingo, la cuarta, con otro papa, el alemán Josef Ratzinger, pero para entonces su salud ya empezaba a decaer.
Otro momento crucial en la vida de Pironio fue la presidencia del Pontificio Consejo para los Laicos por voluntad de Juan Pablo II, en 1984. Al principio le pareció “que había retrocedido a una posición de segundo nivel” –como dijo en un entrevista–, pero después comprendió que en realidad era una promoción, “porque los laicos son la mayoría del pueblo de Dios”. Eran los años de los movimientos eclesiales y Juan Pablo II veía en ellos un factor importante para la renovación de Iglesia.
Pironio era un hombre de la Acción Católica, pero también entró en relación con los fundadores de otros movimientos. Conoció, por ejemplo, a don Giussani, el fundador de Comunión y Liberación (CL). Es interesante el recuerdo de quien fue primero secretario y luego vicepresidente del organismo vaticano encargado de los laicos durante los años de Pironio. “Pironio fue invitado varias veces –creo que cuatro– a presidir la celebración de la Eucaristía final de los Ejercicios anuales de la Fraternidad”, un evento característico de CL, recuerda Guzmán Carriquiry. “Al principio Pironio desconfiaba un poco de CL, porque él siempre había sido muy cercano a la Acción Católica, pero después llegó a apreciar el movimiento”.
En la década de 1980 fue Pironio quien presidió la etapa misionera de CL. En septiembre de 1984 el papa recibió al Movimiento de Comunión y Liberación en la sala de Nervi y confirmó el camino del movimiento eclesial de don Giussani. Invitó a los miembros de CL a proseguir con empeño el rumbo emprendido, señaló que el método de educación en la fe que proponía don Giussani era una riqueza para toda la Iglesia; por último, amplió la perspectiva a la presencia del movimiento en otros países, que consideró “cada vez más consistente y significativa”. Al final, observa el biógrafo de Giussani, Alberto Savorana, “el pontífice pronunció palabras que tienen todo el peso de un mandato: ‘Vayan por todo el mundo para llevar la verdad, la belleza y la paz que se encuentran en Cristo Redentor’”. Un mandato que Giussani transformó en una consigna muy precisa para los suyos: “Hay que vaciar la bota, hay que poner a Italia patas para arriba y movilizar a todos para que vayan a todo el mundo”. Muchos países latinoamericanos, Argentina entre ellos, conocieron la experiencia de CL en esos años. El decreto de reconocimiento de los Memores Domini de CL, en diciembre de 1988, lleva la firma de Pironio. Fue también Pironio quien invitó en una carta a don Giussani –y con él a su movimiento– a preparar la Jornada Mundial de los Movimientos en Roma para 1998.
Pironio hizo un último aporte a la Iglesia argentina con el nombramiento de Bergoglio en Buenos Aires tras la muerte de Antonio Quarracino, en febrero de 1988. Fue él quien se encargó de proponerlo en el plenario de la Congregación para los Obispos para la sucesión en Buenos Aires. Valiosa resulta una vez más la confidencia de Carriquiry: “Pironio estaba indeciso, conmovido por un lado por la estrecha amistad de Bergoglio con Quarracino, y abrumado por otro debido a las críticas que le dirigían algunos obispos cercanos. Me pronuncié decididamente a favor de Bergoglio. Creo que el cardenal Pironio, inspirado por Dios y reconfortado por el hecho de que la inmensa mayoría de los sacerdotes de la arquidiócesis había apoyado el nombre del obispo auxiliar de Buenos Aires, tuvo la libertad de proponer a Bergoglio como primer candidato para tan importante responsabilidad pastoral”.
La salud de Pironio comenzó a declinar notablemente después de la Jornada Mundial de la Juventud en Denver, en 1993. Falleció en el Vaticano el 5 de febrero de 1998 debido a un tumor en los huesos muy doloroso que lo obligó a guardar cama durante los últimos cinco meses de vida. Con una entereza sorprendente ante el sufrimiento, se mantuvo lúcido hasta el final. Guzmán Carriquiry sigue diciendo: “Soportaba todo con discreción, con ese profundo sentido espiritual que lo caracterizaba y que irradiaba sobre todo en la predicación y la dirección espiritual. Recuerdo que un día me pidió que me ocupara de que el padre Fernando Vérgez, que para él era más un hijo que su secretario personal, permaneciera en nuestro dicasterio. Me emocionó mucho el hecho de que, cuando estaba acompañando al difunto Cardenal en el Palacio del Santo Oficio, el padre Vérgez me pidió que leyera el testamento de Pironio”.
Veinticinco años de su fallecimiento, el padre Fernando Vérgez fue quien tuvo el honor de presidir la ceremonia de beatificación de Pironio en la basílica de Luján el sábado 16 de diciembre.
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