Luego de haber leído el profundo y excelente artículo del comisario general Gustavo Sánchez Paleo en la última edición de La Mañana quedan muy pocas cosas por agregar. Sin embargo, hay dos aspectos que conviene tener más en cuenta, uno de los cuales fue mencionado en la citada nota, pero quizás sin el énfasis necesario. La lucha contra el microtráfico no sirve, es impotente, para decirlo gráficamente: es como si uno al ser atacado por un enjambre de abejas enfurecidas quisiera matarlas una a una, cuando lo importante es combatir directamente al panal. Y eso no se hace porque no se puede hacer.
Dos o tres años atrás, el periodista argentino Hugo Alconada señaló en un reportaje en el diario El País que el departamento de Artigas era algo así como tierra de nadie, sin controle. Esto molestó a algunos, heridos en su orgullo aldeano. Pero el periodista en cuestión tenía y sigue teniendo razón. Con radares que no cubren todo el país, con una Fuerza Aérea patéticamente reducida a tres o cuatro vetustos aparatos “interceptores” (suponiendo que estén todos a la vez en orden de vuelo) es imposible evitar que las avionetas procedentes de Paraguay y aun de Bolivia aterricen con su mercadería en campos desolados, y no solo de Artigas. Esto resulta por demás obvio, creo.
El otro aspecto importante es darse cuenta de que un allanamiento es en esencia un acto violento, no necesariamente de violencia física, pero sí social, íntima, hay que haberlo vivido alguna vez para entenderlo. A nadie le gusta que ingrese la Policía a su casa para indagar y revolver escritorios, bibliotecas, cajones, placares, etcétera, ya que aun sin tener nada que ocultar sigue siendo una intrusión en la intimidad de las personas. Guste o no, eso es así, independientemente de si los funcionarios actuantes procedan bien, regular o mal y si está el juez presente o no. Y si esto ocurre con los allanamiento diurnos, que son los permitidos, imaginemos lo que sucedería si se realizaran a las dos de la madrugada. ¡Y ni que hablar con una Policía como la de los Maduro y los Ortega!
Dr. César Eduardo Fontana
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