Durante su juventud tuvo una experiencia que marcó su vida para siempre y a raíz de ella experimentó la certeza de la existencia de Dios, que sigue siendo el eje alrededor del cual gira su vida. Pese a que su familia no estaba de acuerdo, decidió formarse en filosofía y teología, y se ha destacado como investigador y docente en esas áreas. En entrevista con La Mañana, Pedro Gaudiano relató sus vivencias en ese vínculo que fue estrechando cada vez más con la Iglesia católica y se refirió también a una faceta poco conocida de Artigas, la de católico.
¿Cuándo comenzó su vínculo con la Iglesia?
Nací en 1961, en una típica familia uruguaya de la época: mamá católica, papá agnóstico, pero tirando a ateo, aunque aceptó que mis dos hermanas y yo fuéramos a colegios católicos. Mi padre nunca iba a misa, a no ser alguna vez en Navidad o Pascua. Recuerdo que siempre me decía: “Mirá, Pedro, para ser católico como tal o cual, que va a misa todos los domingos y todos sabemos cómo vive y lo que roba, prefiero seguir como soy”. Así traducía con sus palabras lo que enseña el Concilio Vaticano II: una de las causas del ateísmo contemporáneo es la vida religiosa, moral y social de muchos creyentes, que más que revelar el auténtico rostro de Dios y la religión, lo velan, lo ocultan.
Desde chico me formé con los salesianos, primero en Maturana y luego en el Juan XXIII. Un amigo, Guillermo Castro, me invitó a unas charlas que daría “un cura redentorista canadiense, que estuvo en la guerra de Vietnam y que tiene el don de sanación”. Por supuesto que yo enseguida me enganché. Era un Seminario de Vida en el Espíritu que daba el padre Denis Paquette. La santidad que irradiaba en esas charlas despertó en mí un deseo irresistible de vivir eso que él vivía y que comunicaba con palabras que yo ya conocía y entendía con mi cabeza, pero no vivía en mi corazón. Aquel seminario terminó con un retiro espiritual, llamado Convivencia con Cristo, que marcó mi vida para siempre. Allí experimenté la certeza absoluta de que Dios existe, me ama, es mi padre y yo soy su hijo. Esa certeza ha sido y sigue siendo el eje alrededor del cual gira toda mi vida. Por eso me gusta decir que soy un “católico convertido en católico”: antes lo era más “de cabeza”, y pasé a serlo más “de corazón”.
¿Cómo surgió su interés por la teología y la historia de la Iglesia? ¿Qué lo llevó a formarse en dichas áreas?
Estando en segundo año de Facultad de Odontología sucedió algo que cambió totalmente mi futuro. En el Hospital Italiano conocí y acompañé a un joven del interior que tenía cáncer de estómago en fase terminal. Se llamaba Nelson. En sus últimos días de vida tuvo un encuentro con Dios que lo transformó. Los médicos no se explicaban cómo no se quejaba, sabiendo los terribles dolores que provocaba ese cáncer. Su madre me contó que él falleció con una sonrisa en los labios, irradiando alrededor una profunda paz, fe y amor a Dios. Esto a mí me conmovió mucho. Yo tenía diecinueve años, la misma edad que Nelson. Al enfrentarme a esa realidad de la muerte me di cuenta de que la odontología no era lo mío. Tardé dos años en juntar fuerzas y anunciar en casa que dejaría la carrera y que quería estudiar filosofía y teología. Eso produjo un revuelo enorme entre mi familia y amigos. Me decían: “¿De qué vas a vivir? Te falta solo un año, terminá la carrera y después hacé lo que se te antoje”. Y yo pensaba: “¿Y si me muero en el camino haciendo lo que otros esperan de mí? Mejor hago lo que yo siento que quiero hacer”. Nunca me arrepentí de haber tomado aquella decisión.
¿Por qué eligió Argentina y luego España para estudiar? ¿Cómo recuerda su paso por ambos países?
Estudié filosofía y luego hice el bachillerato en Teología en el Instituto de Teología del Uruguay “Monseñor Mariano Soler”. Como entonces aún no era facultad, no se podía hacer la licenciatura. Por eso la hice en Buenos Aires, en la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina. Elegí la especialización en Historia de la Iglesia en América Latina y tuve eminentes profesores, a quienes recuerdo con mucho cariño, como Juan Guillermo Durán, Lucio Gera, Néstor Auza, Carlos Galli (actual decano), Mario Poli (hoy cardenal arzobispo emérito de Buenos Aires), Fernando Gil (luego obispo de Salto, ya fallecido) y otros. Allá por 1992 me apasionaba estudiar los inicios de la evangelización en América Latina.
¿Se llegó a plantear el camino al sacerdocio?
En algún momento me lo llegué a plantear seriamente, pero cuando regresé a Montevideo descubrí con claridad que ese no era mi camino. De hecho, en 1995 me ennovié con quien hoy es mi esposa. Mi plan era hacer un doctorado en Historia de la Iglesia en la Universidad Gregoriana y después casarme. Pero ese proyecto cambió. Habíamos ido con mi novia a Buenos Aires, al casamiento de un amigo y Néstor Auza y su esposa nos invitaron a cenar a su casa. Aquel querido profesor me propuso ir a estudiar a España y no a Italia. Me dio tres argumentos muy fuertes que me convencieron: la historia de la Iglesia, desde Italia, sería mucho más eurocéntrica, y mi interés era América Latina; sería mucho más fácil escribir la tesis de doctorado en español que en italiano; sería mucho más corto hacer en España un doctorado en Teología con especialización en Historia de la Iglesia, porque ya tenía una licenciatura. En Roma tenía que hacer la licenciatura en Historia de la Iglesia y luego el doctorado. Además, en la Universidad de Navarra él tenía un amigo, don Josep-Ignasi Saranyana, director del Instituto de Historia de la Iglesia de la Facultad de Teología, que podría avalar todo el tiempo de investigación que yo ya había realizado en Buenos Aires con el mismo Auza. Esto último fue decisivo. Fue una experiencia muy dura separarme de mi novia para viajar a España. Fue muy desafiante mantener el noviazgo a la distancia, pero nos ayudó mucho a crecer y a madurar. El ambiente académico en la Universidad de Navarra era realmente increíble. Para mí fue una época de intensísimo trabajo, pero tenía una potente motivación que me esperaba en Montevideo. Regresé a mediados de 1997 y al año siguiente me casé.
¿Cómo fueron sus experiencias investigando sobre el Archivo Secreto Vaticano y la Biblioteca Apostólica Vaticana?
Estuve varias veces en el Archivo Secreto Vaticano. Mi director de tesis, don Josep-Ignasi Saranyana, en 1997 me envió para investigar sobre monseñor Mariano Soler, primer arzobispo de Montevideo, y el Concilio Plenario Latinoamericano realizado en Roma en 1899. El papa León XIII eligió a Soler para pronunciar el discurso inaugural. Soler es una figura aún poco conocida entre nosotros. Basta decir que reuní más de cuatrocientos títulos escritos por él.
Recuerdo con nitidez aquella primera vez que fui a Roma: visité la basílica de San Pedro y quedé impactado ante aquella magnificencia. El mismo día fui al Archivo Vaticano y me encontré con una gran sorpresa, una religiosa que trabajaba allí me reconoció y me llamó por mi nombre. Muchos años antes había estado en el Colegio El Carmen, en Montevideo, donde habían estudiado mis hermanas. Se había atendido con mi padre, que era dentista, y que tenía el consultorio en casa. Recordaba el nombre de cada integrante de mi familia y me preguntó por cada uno. En el corazón de la Iglesia yo me sentí como en mi casa. Creo que aquella experiencia marcó para siempre mi profundo amor y adhesión a la Iglesia.
Dos años más tarde, en 1999, fui invitado por la Pontificia Comisión para América Latina a un simposio sobre los cien años del Concilio Plenario de América Latina. Allí presenté una bio-bibliografía de los 53 padres conciliares que participaron en aquel evento, que luego fue publicada en las actas del simposio. Fue una experiencia increíble porque me alojaron en la Casa Santa Marta y pude compartir conversaciones con las más altas jerarquías de la Iglesia latinoamericana.
Como profesor de la Universidad Católica del Uruguay (UCU), ¿cómo aborda la enseñanza de Ciencias de la Religión? ¿Qué importancia tiene como parte de la formación de profesionales?
En 1997 regresé de España y al año siguiente comencé a dar clases en la UCU. ¡Ya hace veinticinco años! Empecé dando un curso de Antropología en la Facultad de Empresas, pero después di clases de Fenomenología de la Religión. Entre 2013 y 2018 fui responsable del área Ciencias de la Religión. Actualmente soy profesor de alta dedicación y dirijo la Cátedra de Cristianismo en el Instituto de Sociedad y Religión del Departamento de Humanidades y Comunicación. Tengo a mi cargo el curso CORE Religiones del Mundo, y en la Maestría de Cuidados Paliativos doy el curso Espiritualidad en Cuidados Paliativos.
La UCU desde sus inicios se caracterizó por atender el estudio académico del fenómeno religioso. De ahí el especial interés en ofrecer herramientas a todos los estudiantes para que puedan integrar en sus vidas la apertura a la trascendencia, comprender y respetar la diversidad religiosa, y tener un diálogo más significativo con personas de diferentes creencias. Eso es algo fundamental para su vida personal y profesional. En mi curso Religiones del Mundo propongo tres grandes ejes: presupuestos antropológicos y fenomenológicos de la religión, religiones de Oriente y Occidente, y el itinerario de lo religioso en Uruguay.
¿Qué lo motivó a explorar la relación entre Artigas y la Iglesia, y que concluyó en si libro Artigas católico? ¿Cuáles fueron las conclusiones a las que arribó?
En el año 2000 se conmemoraron los 150 años de la muerte de José Artigas. Se celebró una gran misa en la Plaza Independencia el 22 de setiembre. Para preparar la homilía, el entonces arzobispo Nicolás Cotugno, a mediados de aquel año, me invitó a formar parte de una comisión de historiadores para aportarle documentos históricos acerca de la fe católica del prócer. Le escribí un informe de veinte páginas, pero me entusiasmé, seguí investigando, y en 2002 publiqué el libro Artigas católico. En 2004 salió una segunda edición ampliada con un prólogo de Arturo Ardao y un índice de personas y lugares.
El ideario de Artigas estuvo marcado por su vida de fe. Desde niños, todos los uruguayos hemos repetido una y otra vez frases célebres de Artigas, pero sin tener la más mínima idea de que muchas de esas frases tienen su raíz en la espiritualidad de San Francisco de Asís y, en último término, en el Evangelio de Jesucristo. Por eso a mí me gusta hablar de la “faceta amputada del prócer”.
¿Cómo ve el papel de la Iglesia en la historia de Uruguay, y América Latina en general?
La Iglesia acompaña la historia de nuestro país y de América Latina desde sus mismos orígenes. Siempre digo que Uruguay como Estado nació católico no solo por el Artículo 5° de la Constitución de 1830, sino mucho antes aún, con la figura de Artigas. Hay algunos aspectos esenciales que yo documenté en Artigas, pero que también son esenciales en cualquier católico: el amor a Jesucristo que se hace presente en el sacramento de la eucaristía; el amor y devoción a la Virgen María; la vida de oración, de “conversación con Dios”; el compromiso con la palabra de Dios y su anuncio explícito; el compromiso y la solidaridad especialmente con los más pobres.
¿Qué desafíos enfrenta la Iglesia en la región en la actualidad desde su perspectiva histórica?
La Iglesia en su conjunto, a nivel mundial, regional, local y también de cada fiel cristiano, hoy se enfrenta al gran desafío de mantener el equilibrio entre la “verticalidad” y la “horizontalidad” de la cruz. La cruz tiene un palo vertical que vincula lo bajo y lo alto. Esa dimensión es esencial porque vincula lo inmanente con lo trascendente, lo más profundo e íntimo de cada ser humano con lo más trascendente que es Dios mismo. Pero la cruz también tiene un palo horizontal, que vincula al ser humano con sus semejantes, con las necesidades materiales, afectivas y espirituales de las personas que nos rodean.
El gran riesgo en la historia de la Iglesia y en la vida de los cristianos ha sido huir de la cruz y quedarse solo con aquel “palo” de la cruz con el que uno se siente más cómodo o más identificado. De ahí la tendencia que se puede observar en algunos sectores o personas concretas a un espiritualismo un tanto desencarnado, personas que absolutizan la dimensión vertical pero que se olvidan totalmente de la dimensión horizontal, se centran en la oración, las prácticas y ritos religiosos, pero no se comprometen con la transformación real de situaciones de pobreza, de injusticia, de sufrimiento y quizá incluso no ven con buenos ojos que otros trabajen por el cambio de las estructuras de pecado.
Por otro lado, están aquellos sectores o personas que absolutizan la dimensión horizontal, y tienen un gran compromiso solidario con los demás, tratando de mejorar la calidad de vida de las personas más vulnerables y necesitadas, pero muchas veces lo hacen como si la Iglesia fuera una ONG más, olvidándose totalmente del amor a Dios. Para ser solidario no se necesita ser cristiano, alcanza con ser humano. Pero en una persona cristiana –católica o no–, la solidaridad y la entrega por los más pobres brota de su fe y su amor a Jesucristo. Eso es lo específicamente cristiano.
¿Cómo ve el futuro de la Iglesia en el mundo?
Hoy es posible constatar muchos signos de esperanza, porque en muchos grupos y movimientos juveniles de la Iglesia se tienden a equilibrar los dos palos de la cruz que antes mencionaba: la adoración eucarística, el rezo del rosario, la escucha de la palabra de Dios, intensos momentos de oración tanto personal como comunitaria y, simultáneamente, el compromiso misionero para transformar la realidad concreta de muchas personas que viven en situación de marginalidad, que pasan hambre o frío, que están en las cárceles, que viven en las calles o en asentamientos, que son víctimas de la violencia o de las drogas. La Iglesia uruguaya hoy cuenta con varios modelos de personas y de movimientos en los que se puede constatar esa búsqueda de equilibrio de los dos palos de la cruz. Y todos tenemos un modelo común que es monseñor Jacinto Vera, el padre de la Iglesia uruguaya, el obispo misionero beatificado este año.
La base de la reforma educativa uruguaya
En 2024 se cumplirán 150 años de La educación del pueblo, el libro de José Pedro Varela que fue la base de la reforma educativa en Uruguay. Para conmemorar ese hecho, desde la Fundación Omar Ibargoyen Paiva, integrada por Gaudiano, se organizó un concurso de ensayos académicos cuyo jurado estuvo integrado por Agapo Luis Palomeque, Susana Monreal y Leonardo Guzmán.
El concurso fue declarado de interés nacional por la Presidencia de la República y de interés institucional por el Consejo Directivo Central de la ANEP.
El entrevistado contó que la mitad de los ensayos presentados versaron sobre las mujeres varelianas, “prácticamente olvidadas, aunque fueron las verdaderas obreras de la reforma”. Además, explicó que muchos no saben que la gratuidad de la educación pública en Uruguay es de 1827 y la obligatoriedad aparece incluso en un proyecto de constitución de la época artiguista. “Ambas cosas existían antes de que Varela naciera”, indicó.
El año próximo, la fundación publicará los ensayos ganadores del concurso, que podrán verse en el sitio fundacionoip.org.
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