Por eso la noche que dormimos en la cima, cuando Tintín regresó al fuselaje y permanecimos descansando para afrontar la escalada final, fue como el arco iris después de la tormenta. Ahí estábamos los dos en medio de la nada, en la cúspide de la inmensa pared de hielo, aquella que durante sesenta y cinco días nos había bloqueado el horizonte. Al anochecer extendimos el saco de dormir, y cuando el sol se escondió detrás de los Andes, que en su etimología aymará significa “las montañas que se iluminan”, estas resplandecieron con el ocaso más maravilloso que he visto jamás. Entonces le dije a Roberto: “Qué extraordinario sería esto si no estuviéramos muertos”. Sentí que él presionaba mi mano. Estaba tan asustado como yo, pero tomados de las manos nos dábamos fuerza, y sabíamos, los dos teníamos la misma convicción, de que íbamos a dar lo mejor de nosotros mismos. Lo mejor de los catorce sobrevivientes que estaban en el fuselaje y lo mejor de los veintinueve que habían muerto.
Fragmento del libro de Pablo Vierci La sociedad de la nieve.
Uruguay, a pesar de su pequeñez territorial y de su escasa población, sobre todo en comparación con nuestros gigantescos vecinos, ha vivido desde sus orígenes algunos episodios excepcionales por lo adversos, que poniendo a prueba su carácter se convirtieron con el tiempo en una enseñanza de vida. Fueron episodios en los que sus protagonistas mostraron poseer no solo un temple excepcional, sino también una fuerte resiliencia ante situaciones extremadamente difíciles. Y esta característica, me atrevo a decir, fue posible gracias a un espontáneo sentimiento de solidaridad, de fe y de fraternidad pocas veces visto.
Así, la llamada tragedia o milagro de los Andes, en el que un grupo de dieciséis jóvenes logró lo que se creía imposible: sobrevivir a la montaña durante 72 días en el helado Valle de las Lágrimas, a cuatro mil metros de altura sobre el nivel del mar, también es una historia de resiliencia, de fe, de comunión. No solo tuvo un gran impacto en los medios de comunicación de aquella época, sino que décadas después la historia sigue interpelando a las nuevas generaciones, que encuentran en esta hazaña una profunda enseñanza. Y probablemente por esa razón la reciente película de Juan Antonio Bayona La sociedad de la nieve, basada en un libro de Pablo Vierci del mismo nombre, que se estrenó en Netflix el pasado 4 de enero, se convirtió en muy pocos días en lo más visto globalmente en la plataforma.
Este hecho no es menor y refleja acaso la riqueza espiritual, filosófica, no de la película que está por cierto muy bien lograda en mi humilde opinión, sino de la historia en sí misma, en la que sus protagonistas se enfrentaron cotidianamente a la muerte durante dos meses.
Porque lo fundamental en este remake es que el foco está en el pacto que tuvieron que realizar los caídos en los Andes para sobrevivir a la montaña, pero también para soportar la partida casi que cotidiana de amigos y familiares. Ese pacto constituyó a modo de cofradía el origen de la Sociedad de la Nieve, sociedad que por cierto todavía perdura.
En definitiva, la película trata de mostrarnos el lazo que estos jóvenes tejieron entre sí para sobrevivir, en primer lugar, y luego para poder salir de ahí.
Expresaba Eduardo Strauch –sobreviviente de los Andes– en una entrevista con La Mañana del 21 de octubre de 2022 que la historia merecía ser contada, porque a medida que fue pasando el tiempo muchos de los sobrevivientes de los Andes fueron tomando conciencia de que podía ayudar a la gente superar sus problemas.
Lamentablemente, en nuestro país algún dirigente político extraviado, que seguramente no pudo escapar de la burbuja de la campaña electoral ni de la dialéctica de la desinformación post navideña, ha querido minimizar en los últimos días el significado de esta historia, expresando que sus protagonistas venían de las clases altas de nuestra sociedad, como si eso fuera ipso facto un impedimento para admitir que allí, en esa historia, había algo importante que valía pena rescatar y transmitir.
Pero quizás lo que este dirigente no ve es que esta historia fue una historia real protagonizada por jóvenes y que, por esa misma razón, causa no solo curiosidad en las nuevas generaciones, sino mejor todavía, despierta en ellos un sentimiento de superación y de gratitud. Teniendo en cuenta la falta de incentivos real o psicológica que sienten muchos de ellos para afrontar la vida cotidiana, el mensaje que trajeron estos dieciséis sobrevivientes de la montaña, sin lugar a duda, impacta. Y a la vez se vuelve necesario.
De hecho, en la primera semana de diciembre salió publicado un trabajo por Paul Ruiz y Ricardo Pautassi, ambos investigadores de la Udelar, titulado, Malestar psicológico y su relación con edad, sexo, trabajo, estudio, zona de residencia, en jóvenes uruguayos. En él los investigadores evidencian –tras realizar una encuesta con variables asociadas al malestar psicológico, aplicada a 1.527 uruguayos de entre dieciocho y treinta años– cómo “aquellos participantes que reportaban una edad de inicio temprana al consumo de alcohol (un reconocido factor de riesgo para el desarrollo de problemas con el alcohol) exhibían niveles más altos de malestar psicológico que los participantes que reportaban un inicio más tardío a dicho consumo”.
Según la medición realizada por los autores mencionados, solo 16,6 por ciento de los jóvenes encuestados tuvo niveles normales de malestar, y un veinticuatro por ciento presentó niveles leves.
Sin embargo, un 21,3 y un 18,7 por ciento presentaron niveles moderados y altos de malestar, respectivamente, lo que evidenció que para cuarenta por ciento de los participantes el malestar era algo importante.
Relacionando estos resultados con el alto consumo de drogas y alcohol, se puede percibir claramente que hay un problema. Y si se suma a esto la altísima tasa de suicidios –las cifras oficiales muestran que, en Uruguay, en 2021 se suicidaron 16,4 adolescentes de entre quince y diecinueve años por cada cien mil habitantes, ubicando al suicidio como la primera causa de muerte en esta franja (MSP, 2022)– podemos además ver que el problema es grave.
Quizás nuestro país se ha dejado llevar demasiado mar adentro por la ola ideologizante de la globalización chatarra que comenzó hace más de quince años y ha descuidado sus propios tesoros. Pero debería comenzar por hacerse algunas preguntas. Porque obviamente los desafíos que le tocan en este tiempo no tienen una respuesta fácil ni unívoca. Y en ese sentido las lecciones que deja la Sociedad de la Nieve no deberían soslayarse.
Porque la Sociedad de la Nieve no es simplemente una historia real. Es un ejemplo de vida. Es vivir de acuerdo con determinados principios que garantizan, en primer lugar, el derecho a la vida, que es en definitiva lo más preciado que tenemos todos los seres humanos, y en segundo lugar garantizan un sentido espiritual, religioso, sin el cual la vida carecería de sentido.
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