Uruguay durante los años setenta. La semana anterior contábamos la primera parte de esta historia. Un hombre va a ver un partido de fútbol y no regresa a su casa. Su mujer telefonea a su suegra y a un compañero de trabajo de su esposo, pero nadie sabe sobre el paradero del desaparecido.
Alicia se quedó dormida sobre el teléfono. El sábado a las diez de la mañana hizo la denuncia policial. Doña María y Roberto llamaban cada hora. A las once consiguió el teléfono del jefe, pero se había ido para el este, qué vidurria el jefe. ¿Y ahora qué hago?
Al mediodía, recordó que su prima estaba casada con un oficial. “¡Ay, te agradezco tanto lo que me puedas averiguar! ¿Quién? ¿Raúl? No. ¿En política? Que yo sepa… ¿Te parece? ¡Te agradezco tanto lo que puedas hacer! ¿A los hospitales? Sí, tenés razón”.
“Sí, María, no, no tengo novedades”. Lloraba. “No llore, María. No, yo tampoco. Un beso”. Así transcurrió el fin de semana más largo en la vida de Alicia.
A las ocho en punto de la mañana del lunes, cuando Alicia culminó sus oraciones al Sagrado Corazón de Jesús, apareció Raúl.
Alicia se estremecía, sollozando entre los brazos del hombre.
–Ya está, mi amor, ya está, ya volví.
–Pero ¿dónde estabas? ¡Tu madre está desesperada! La voy a llamar.
–Dejá, la llamo yo. Hola, mamá, estoy bien, estoy bien, después te cuento.
La mujer, agotada por el estrés, se sentó en el sofá. Un rayito de sol, entrando furtivo por la cortina entreabierta, le iluminaba el rostro con un toque angélico.
–Parecés una pintura de la escuela flamenca –dijo Raúl.
–¿Me podés explicar? – casi suplicó Alicia.
–Mirá. Esto que te voy a decir, ni a la vieja se lo repitas y menos a alguna de tus amigas, porque no nos conviene. Si trasciende quedamos quemados para el resto de la cosecha: me llevaron las Fuerzas Conjuntas.
–¿Cómo que te llevaron las Fuerzas Conjuntas?
–Salí del trabajo. ¿Viste que cobramos el aguinaldo? Bueno, iba para el estadio y paró una camioneta. Se bajaron dos tipos, me apuntaron con una pistola, me subieron al auto y me pusieron una capucha.
–¿Era una camioneta o un auto?
–Bueno, no sé, lo mismo da.
– ¿Y?
–Me llevaron a un lugar que no sé dónde era porque estaba encapuchado. Y me largaron hace un rato a dos cuadras de acá.
–Pero ¿te hicieron algo?
–No.
–¿Y para qué te llevaron?
–¡Yo qué sé! Se quedaron con la guita.
–La plata es lo de menos. ¿No te preguntaron nada?
–Sí, me preguntaron si conocía a un tal García.
–¿García? Pero conocemos varios. Mirá: Alfredo García, Roberto García, Juan José…
–Y bueno, y después me largaron.
–Pero ¿tres días para preguntarte si conocés a García?
–Y… vos sabés cómo son los milicos.
–No, la verdad es que no sé. ¿Qué hacés?
–Me voy a bañar y me voy al trabajo. ¿Cómo salió Peñarol?
Al otro día:
–Vieja, hola, Alicia, pero che, estos teléfonos cada vez andan peor, hola, sí, yo, mirá que es el cumpleaños del jefe y vamos a salir a tomar algo con los muchachos. No, no llego tarde. Un beso. Chau.
No había terminado Alicia de colgar el teléfono cuando la llamó la prima, que iba para ahí.
–Mirá, Cristina, a vos te lo puedo decir. Raúl me dijo que no dijera nada. Pero a vos te lo puedo decir: se lo llevaron las Fuerzas Conjuntas.
Cristina habló con el marido:
–Dice Alicia que a Raúl se lo llevaron las Fuerzas Conjuntas, a ver si podés averiguar algo.
El militar esbozó una ligera sonrisa.
–Vos sabés algo, viejo.
–No. Es posible… Hay muchos comandos operando individualmente. Puede ser que alguno lo haya detenido. Pero no hay forma de saberlo. Además, si lo largaron es porque no le encontraron nada. Dejalo así.
Esa misma tarde en su despacho, el oficial repasaba el parte especial de información que le habían pasado sobre el asunto de Raúl. “Así que las Fuerzas Conjuntas. Eso le dijo. ¡Qué careta!”
Raúl salió del trabajo un poco antes. Cuando llegó a la intersección de Sarandí y Zabala, a las 19.00 horas, fue interceptado por dos personas vestidas de particular que lo introdujeron en un coche bajo amenaza de armas de fuego. Encapuchado, fue conducido a un lugar que no pudo identificar, para ser interrogado.
–¿Qué relación tenés con Silvia Beatriz Glamis Pineda? ¿Qué hacías en el Gran Hotel Argentino en Buenos Aires desde la noche del viernes hasta la madrugada del lunes pasado?
Raúl no lo podía creer. Después de la patraña que le había contado a su mujer, efectivamente lo habían detenido las Fuerzas Conjuntas.
–Es una mina, que co… conocí en el estadio. De casualidad. Salí un par de veces con ella. Y la invité a ir a Buenos Aires a pasar el fin de semana.
–No te hagás el gil porque cobrás. ¿No sabés que es una terrorista? ¡Cantá! ¿Qué contacto fueron a hacer a Buenos Aires?
–¡Le juro que ningún contacto! ¡Yo voté a Pacheco! ¡No sabía que era de izquierda! Casi no la conozco. ¡Por favor no me peguen!
– ¿Lo reventamos? Parece que nos está mintiendo. Mire, se orinó.
A las 23.00 horas del mismo día, Raúl recuperó su libertad. Lo dejaron en Nueva Palmira y Cufré, cerca de Forestier Pose.
Cuando llegó a su casa, afortunadamente Alicia dormía. Se sacó la ropa, guardó el pantalón mojado en una bolsa y se acostó sin hacer ruido para no despertarla. No podía conciliar el sueño. Temblaba. ¡Qué lástima, está buena Silvia!
Ese fin de semana se jugaba el clásico.
–¿No vas al estadio? ¡Qué raro! ¿Te sentís bien?
–Creo que me estoy por resfriar. Además, el fútbol me tiene un poco cansado. Me voy a quedar en casa y de paso, te arreglo ese enchufe de la cocina que no funciona bien.
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