La Mañana conversó con la princesa que cambió una vida en la nobleza europea por emprender en Uruguay. A sus 83 años disfruta de las cosas de todos los días y divide su tiempo entre Montevideo, Punta del Este, Buenos Aires y Europa. En esta entrevista compartió sus enseñanzas y expresó su percepción sobre nuestro país, que ha adoptado como propio y al que continúa aportando a través de su fundación.
¿En qué circunstancias sucedió su nacimiento en el Líbano?
Fue durante la Segunda Guerra Mundial, en 1941. Mi padre estaba en el Líbano, al frente del quinto regimiento marroquí y mi madre quiso juntarse con él, por lo que se enroló en la Cruz Roja y se fue para allá. No dijo que estaba casada ni esperando un hijo, si no, no se podía ir. Era bastante valiente debo decir. Me tuvo en Brummana, un pueblito chiquitito del norte. Ella iba hacia Siria cuando voló sobre una mina. Me tuvo a los ocho meses. Luego la bajaron de emergencia en Beirut y aalí la pusieron en un barco de animales, el último barco que salía para Francia y me mandaron a casa de mis abuelos porque ella siguió para Marruecos para volver a encontrarse con su marido, que seguía con su regimiento. Yo me quedé con mi tía y mis abuelos en La Roche-Posay, Francia. Pasé toda la guerra ahí. Mi madre perdió a su marido en 1943 en Montecasino y cuando yo tenía siete años se casó con su primo de apellido D’Arenberg, que no pudo tener hijos, así que nos adoptó a mi hermano y a mí.
¿Cuándo vino por primera vez a nuestro país?
Vinimos a América del Sur en 1950-51. Llegamos en diciembre en el barco Conte Grande de la línea C, italiana. Estuvimos acá tres meses y como decían que iba a haber otra guerra en Corea, tuvieron miedo y dijeron: “Si hay guerra nos quedamos en Sudamérica y si no hay volvemos a Europa”. Dicho y hecho, como no hubo guerra volvieron. Iban y venían en barco.
¿En qué momento decidió quedarse definitivamente en Uruguay?
No me acuerdo exactamente la fecha, pero hace más de cuarenta de años. En vez de venir solamente en verano, me dije: “No, acá me quiero quedar”. Me instalé acá, me compré un campo en Florida. Empecé a criar ganado, porque me fascina. Después estuve criando ovejas, lana Merino, carne Aberdeen-Angus. Luego me metí con los caballos, los criollos y los árabes. Estuve trabajando muchísimo. Todo lo que es genética me apasiona. Las Rosas es un gran centro de genética, siempre fue y siempre será. Cuando yo no esté más, no sé lo que va a pasar, pero hoy está mi hijo menor, Guntram, al frente de todo, y le encanta el campo y los animales. Gracias a Dios está chocho con eso. Sus hijos están estudiando en Estados Unidos, en universidades de California, y mi hijo mayor está en Europa. Así está mi vida repartida.
¿De qué forma reparte su tiempo?
Vivo tres meses acá [Maldonado] en verano, voy a Montevideo de vez en cuando porque me encanta volver a mi casita, en Carrasco, y después vuelvo a Punta del Este. Me quedo hasta marzo o abril, luego estoy yendo a Buenos Aires, y después agarro mis valijas en junio y me voy para Europa para estar con mis nietos, los hijos de Segismundo, que tienen vacaciones en julio y agosto. Casi todos están estudiando en Madrid y uno ya está trabajando en Ginebra, entonces si los quiero ver tengo que ir para allá. Me voy con ellos a Italia, alquilo una casa y me instalo. Es un gran descanso y los veo mucho. Acá también paso divino con mi hijo, Guntram. Al otro lo veo un poco menos porque viaja mucho.
¿Por qué razón decidió quedarse en Uruguay?
Porque lo amo. Uruguay tiene todo lo que me gusta. Me dejó construir mi campo como lo quise hacer y soñé tenerlo. Después quería tener Lapataia y la puede comprar. Fueron tantas las cosas que pude realizar en este país, que le debo todo. En Europa no podía decirle a mi familia “Voy a empezar a poner a negocios”. Estuve durante un tiempo, pero no me interesa tanto porque no puedo hacer nada. Voy a ver las asambleas, pero no estoy en el día a día, detrás de cada árbol y de cada cosa. Son propiedades que tienen años en la familia, ¿y qué va a cambiar que yo esté o no esté? No cambia nada. Pero acá sí cambia, porque acá yo puedo aportar algo. Me siento mucho más útil aquí en Uruguay que en Europa. En Europa soy como una más del montón. Lo único que voy a hacer allá es pasar vacaciones e ir a museos, pero si quiero realizarme y hacer algo, tengo que venir a Uruguay, porque acá soy libre de hacer lo que quiero, no tengo que pedirle nada a nadie y me puede juzgar quien quiera, me importa tres pepinos. En Europa tengo a la familia entera encima mío, y tengo una familia enorme. Mi madre tenía seis hermanos, mi padre tenía tres, y mi padre de sangre tenía cuatro, así que imagínate la familia que tengo. Allá me doy baños de familia y acá me doy baños de libertad. Es muy divertido, de setiembre a octubre estoy dando vueltas de un lado al otro, paso con todos ellos y no me da tiempo de aburrirme.
¿Cómo influyó su procedencia noble en su vida?
Nunca me ayudó, nunca me trajo nada. Por donde voy, digo que soy Laetitia D’Arenberg o Laetitia de Hamburgo. Nunca me vas a escuchar decir que soy la princesa Laetitia D’Arenberg. En Europa ya todos saben quién soy, y estoy entre mis primos que también son todos príncipes o duques, y tampoco le damos bola al tema. Entonces a mí nunca me influyó en nada. Pero cuando vas a ciertos países y frecuentás cierta gente a veces o te miran con recelo o te lambetean las patas.
¿Y en su forma de ser?
Soy la antítesis de todo lo que me enseñaron. Yo soy una mujer muy libre en mi manera de pensar y de ser. Yo soy yo, no soy un prototipo de la familia. En cuanto a la educación, no conozco otra, me tengo que comportar así porque es lo que aprendí, no voy a inventar una cosa que no conozco y tampoco lo puedo copiar porque no sé cómo se hace. Pero los valores míos son otros. Yo soy un ser de la naturaleza, tengo valores muy básicos. Es el poder admirar, poder mirar, poder escuchar, poder tocar. Los otros valores son cosas superfluas. Soy una persona muy independiente, me encantan las cosas de todos los días, acostarme tarde, de ver una linda puesta de sol y quedarme despierta de noche escuchando buena música con un buen libro en la terraza.
¿En qué causas o proyectos se encuentra trabajando su fundación en este momento?
Para mí el bienestar animal es vital. Todavía mucha gente no ha entendido que un animal no se trata como un juguete, es un ser que siente, respira, llora; que sonríe, que da amor. Todo animal que tú tratas bien nunca te va a hacer daño, te va a hacer daño si tú le haces daño. También trabajo con los niños del interior que estudian en las escuelas rurales. Los traigo a Montevideo después de sexto grado para que cursen el liceo y trato de convencerlos de que hagan la universidad. Les pago los estudios y la estadía porque muchas veces no tienen plata para vivir allí. Después tengo todo lo que es la protección del medioambiente. Desde los doce años estoy corriendo atrás de los plásticos en las playas. El plástico es una peste. En el interior del país hay muchos ríos que cuando suben con las crecidas dejan las bolsas de plástico de supermercados arriba de los árboles, ¡y es horrible! No sé por qué no le ponen multas a la gente. Lo único que la gente entiende son las multas. ¿Cómo se corrigió al ser humano en Europa? A través de las multas. Si tú tirabas un pucho en el piso te cobraban quince francos suizos. Lo pensabas dos veces porque era mucha plata por un cigarrillo. Cada franco suizo son casi quince dólares.
También preside la Fundación Bienal de Montevideo, ¿por qué es importante para usted apoyar el arte?
El arte es importantísimo. Y más en un país como Uruguay, que es tan chiquitito entre monstruos como Brasil y Argentina, es esencial resaltar a nuestros artistas a nivel internacional. La participación en eventos como la bienal es vital para lograr esta visibilidad. Hoy la percepción externa de un país juega un papel importante, y la proyección internacional a través del arte contribuye a crear esa imagen. En un mundo interconectado, la vida es un constante dar y recibir; la colaboración y reciprocidad entre individuos son fundamentales, ya que la existencia contemporánea no se concibe de manera aislada. La bienal se hace cada dos años y veo el interés que trae a muchísima gente. Además, esta bienal va al interior del país, lo cual es muy importante para que los chicos del interior puedan ver que existe otra cosa que el mundo de ellos, que son cuatro vacas y tres ovejas. También traemos gente de allá para Montevideo. Es importante esto, hay muchos uruguayos increíbles y hay cosas que ni ustedes mismos saben. No sé por qué siempre buscan gente de afuera, si tienen gente de adentro que es fascinante.
¿Cuáles fueron los acontecimientos que más la marcaron en su vida?
Haber tenido hijos y mi casamiento, pero me separé. Viví con otras personas y hace ya 45 años que estoy con un inglés [John Anson]. Mi marido [Leopold Franz Erzherzog] murió de un problema que tenía en el hígado hace casi un año. Yo no creo en los casamientos, creo solamente en la pareja. No es un papel lo que te va a mantener atado a alguien, aunque en nuestra familia sí, se aguanta cualquier cosa porque está mal visto divorciarse, pero yo encuentro horrible la obligación de vivir con una persona que no te importa tres rábanos.
¿Cuál es la enseñanza más importante que tiene para transmitir a las nuevas generaciones?
Que tengan fe en lo que hacen. Hagan lo que sienten, no lo que tienen que hacer porque queda bien. Conozco gente que hace cosas porque sus padres les dijeron, pobre gente, ¡yo prefiero pelearme con todos! Yo agarré mis cosas y me fui, chau. Después me aceptaron pero me costó horrible. Sufrí mucho el estar lejos de toda mi familia, pero hice lo que quise. Yo quería tener un campo y lo tuve. Me costó un imperio hacerlo, pero hoy existe y valió la pena. Todo lo que he hecho, bien o mal, me sirvió.
Siempre dice que es muy feliz, ¿cuál es el secreto de la felicidad para usted?
Que depende de ti y de tomar las cosas como son en realidad y no hacerte una historia en tu cabeza. Creo que la felicidad se construye, se hace y se mantiene; es como el amor, el amor hacia la belleza, hacia las flores, hacia las plantas, querer a otra cosa que a uno mismo. Pero primero hay que empezar por quererse a uno mismo. Si tú no te querés un poco por lo que valés y sos, olvidate, no sabés lo que es querer. Hay que empezar con uno mismo y estar contento con lo que hacés, porque todos sabemos en nuestra conciencia cuando nos equivocamos.
Hay gente que nace sin ver, sin oír, que no tiene piernas, que no pueden hablar… Es un horror. Si tú puedes hacer esas cosas, puedes hablar, caminar, tocar… Ya es tu maravilla todo eso, chico.
¿Cómo mantiene su vitalidad, fuerza, y ganas de vivir a los 83 años?
Hay que querer hacerlo. Todos tenemos nanas. A mí me duele la espalda, la rodilla, la cadera. No me puedo quedar parada tanto como antes, me tengo que sentar, no puedo caminar tanto… pero gracias a Dios todavía puedo hacer algo.
En otras entrevistas ha contado que superó la adicción al alcohol. ¿Qué mensaje tiene para las personas que están atravesando este mismo problema?
Que tienen que decirle que no hasta que puedan controlarse. Yo ahora puedo tomar un vaso de vino, o dos y paro ahí. Pero hay gente que no se puede controlar, que sigue. Tienen que poder decir que no. Yo estuve durante quince años diciendo que no a todo. No y no. Enseguida que me daban ganas de tomar un vaso salía y empezaba a caminar. Ir a caminar, agarrar al perro, buscar un libro… es lo que hacía para controlarme. Sos tú que tienes que poner los límites y buscar las estrategias. Nadie lo puede hacer por ti, depende exclusivamente de ti y de nadie más.
¿Cómo ve el rumbo de Uruguay en los últimos años?
Creo que tienen que abrir cada vez más las fronteras para que los extranjeros vengan a poner plata en el país e inviertan cada vez más, y no poner trabas o hacer las cosas interminablemente largas. Las leyes deberían facilitar que uno pueda llegar a hacer las cosas que quiere, si son lindas, prolijas y se ajustan a Derecho… Creo que estamos en buen camino y este gobierno está tratando de hacer lo imposible para abrir cada vez más puertas, pero no es fácil, se pierde mucho tiempo en cosas superficiales.
¿Qué marca o legado espera dejar en nuestro país?
Que no todos los extranjeros vienen acá a sacar, muchos han venido a poner, y sobre todo a producir. Es algo que mucha gente no ha entendido, y entonces cuando tú sos un extranjero acá y no conoces a la gente, te hacen la vida a cuadritos. Es muy difícil llegar a ser alguien en este país porque son muy cerrados, muy yoístas, y lo saben todo. Es muy triste pero ahora ya está cambiando, la gente está aprendiendo. Con los golpes en la vida se aprende, lamentablemente cuando se dice esto, es así. Por las buenas no aprendes nada, pero por las malas se aprende todo.
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