Vittorio Messori (1941) es un escritor y periodista italiano especializado en catolicismo. Esa vocación temática no le fue precisamente heredada.
Nacido en la tierra de don Camilo y de Peppone, sus padres se inclinaban por el alcalde comunista y no por el sacerdote católico. Él mismo lo cuenta en una entrevista que le realizara el sacerdote y escritor José Ramón Pérez Aragüena, de ineludible consulta. Relata Messori que sus padres le inculcaron la aversión a la Iglesia, si bien lo habían bautizado “como si fuera una especie de rito supersticioso, sociológico”. Su niñez en Turín, “cuna del marxismo italiano”, transcurrió en un colegio público “donde no se hablaba de religión más que para inculcarnos el desprecio teórico hacia ella”. Sumada a la prédica paterna, “la escuela llovió sobre mojado al enseñarme la cultura del iluminismo, del liberal-marxismo”.
Es así como en su juventud formó parte de esa legión de individuos que “rechazan el cristianismo sin tomarse la molestia de conocerlo”, argumentando que se trataba de supersticiones del pasado que el hombre de su siglo no podía tomar en serio. Tenía una Biblia en su biblioteca, pero nunca la había abierto. No deseaba gastar sus preciosas energías en leyendas orientales. La praxis del mundo lo reclamaba fuertemente.
Sin embargo, era amigo de otro escritor y periodista francés, un caballero que había vivido, como muchos otros afortunados, su propia iluminación.
Se trataba de André Frossard (1915-1995).
Camino de Damasco
Saulo de Tarso estaba próximo a Damasco, a donde se dirigía a capturar cristianos, cuando “se vio rodeado de una luz del cielo y cayendo a tierra oyó una voz que decía: ‘¿Saulo, Saulo, por qué me persigues?’ Él contestó: ‘¿Quién eres, Señor?’ Y Él: ‘Yo soy Jesús a quien tú persigues. Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que has de hacer’” (Hechos 9-6).
Frossard era hijo del secretario general del Partido Comunista Francés. Es de asumir que no recibió una educación muy distinta a la de Messori. Un día de julio de 1935 Frossard había ido a acompañar a un amigo a una iglesia. Lo aguardaba en el exterior y como el hombre demoraba demasiado para su gusto, entró a buscarlo.
Así lo relató: “El fondo de la capilla está vivamente iluminado. Sobre el altar mayor, revestido de blanco, hay un gran aparato de plantas, candelabros y adornos. Todo está dominado por una gran cruz de metal labrado, que lleva en el centro un disco de un blanco mate. He entrado en iglesias, por amor al arte, pero nunca he visto una custodia e ignoro que estoy ante el Santísimo Sacramento. Mi mirada pasa de la sombra a la luz, va de los fieles a las religiosas inmóviles, de las religiosas al altar. Luego, ignoro por qué, se fija en el segundo cirio que arde a la izquierda de la cruz. Entonces, se desencadena bruscamente la serie de prodigios, cuya inexorable violencia va a desmantelar en un instante el ser absurdo que soy y va a traer al mundo, deslumbrado, al niño que jamás he sido… No digo que el cielo se abre; no se abre, se eleva, se alza de pronto en fulguración silenciosa… Es un cristal indestructible, de una transparencia infinita, de una luminosidad casi insostenible (un grado más me aniquilaría), un mundo distinto, de un resplandor y de una densidad que despiden al nuestro a las sombras frágiles de los sueños incompletos. Él es la realidad, la verdad, la veo desde la rivera oscura donde aún estoy retenido. Hay un orden en el universo y en su vértice, más allá de este velo de bruma resplandeciente, la evidencia de Dios…”.
Itinerarium
Cada cual tiene su propio intinerarium mentis in Deum. En Messori fue “un encuentro directo con la misteriosa figura de Jesús, a través de las palabras griegas del Nuevo Testamento… La lectura de aquel texto cambió mi vida, obligándome a darme cuenta de que allí había un misterio, al que valía la pena dedicar la vida”. Aceptó la Iglesia porque “sin la mediación de un grupo humano, en el fondo no tomaríamos en serio la mediación de Jesús”. Se convirtió en un referente en esa temática.
Es a él a quien se le presenta la ocasión de realizar la primera larga entrevista a un papa. En octubre de 1993 se cumplían los quince años del pontificado de Juan Pablo II. La RAI lo había invitado a una entrevista y el papa había accedido, por lo que desde el Canal contactaron a Messori. Se trataba de un hecho que no tenía antecedentes y el periodista, sin experiencia televisiva, estaba con algunas dudas de por qué se le había concedido amplia libertad en la elección de las preguntas. Mantuvo con el papa una conversación en Castelgandolfo en la que realizó una serie de preguntas, pero al final, por razones de agenda del pontífice, el programa televisivo no se llevó a cabo. Pasaron los meses y le sorprendió recibir un sobre del papa conteniendo las reflexiones que le habían generado las preguntas. Dice Messori que su trabajo fue “introducir nuevas preguntas donde el texto lo pedía”. Editado en 1994, el libro llevó por título Juan Pablo II. Cruzando el umbral de la esperanza.
El papa habla de todo y dentro de esa amplitud no podía faltar la referencia al comunismo, experiencia que, desgraciadamente, el santo padre había sufrido personalmente. Por cierto, esa circunstancia le permitía hablar con conocimiento de causa. Messori le plantea el tema de la intervención de la Providencia en la caída del marxismo ateo. Dice que allí puede percibirse con claridad el digitus Dei, “después de setenta años de un poder que parecía que iba a durar siglos”.
Anti-itinerario
La respuesta papal es precisa. Dice que el cristianismo no es solo una religión de la contemplación de “la acción de Dios y de la acción del hombre”. Aunque “conviene evitar una simplificación excesiva”. Recuerda que, si bien se inició como una protesta contra la injusticia, “la medicina puede ser peor que la enfermedad”, dice citando León XIII. Alude después a los pastorcitos de Fátima y las revelaciones de la Virgen. Al atentado de Ali Agca, el aniversario de la primera aparición de Fátima. “Sería sencillísimo decir que ha sido la Divina Providencia la que ha hecho caer al comunismo… Pero se ha caído solo, por su propia debilidad interna”.
Y agrega: “La civilización europea ha dado origen al comunismo […] Una civilización que […] ha cometido una gran cantidad de errores, abusos […], que se reviste de estructuras de fuerza […] para imponer a la humanidad entera tales errores y abusos”. El responsable de las diferencias que existen en el mundo, “es la lucha contra Dios […]. El colectivismo marxista no es más que una versión empeorada de este programa. Se puede decir que hoy semejante programa se está manifestando en toda su peligrosidad y, al mismo tiempo, con toda su debilidad”.
Y termina con estas palabras que estamos leyendo treinta años después: “Quizás la humanidad se vaya haciendo poco a poco más sencilla, vaya abriendo de nuevo los oídos, para escuchar la palabra con la que Dios lo ha dicho todo al hombre. Y en todo esto no habrá nada de humillante; el hombre puede aprender de sus propios errores. También la humanidad puede hacerlo, en cuanto Dios la conduzca a lo largo de los tortuosos caminos de su historia; y Dios no cesa de obrar de ese modo”.
Dice el refrán: “A Dios rogando y con el mazo dando”. Esto no significa orar y, a la vez, hacer daño, sino: a la Providencia hay que ayudarla. Es el camino para honrar la Palabra.
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