Este año cumple 24 como abogado. ¿Qué lo llevó a elegir esa carrera?
Yo tuve en su momento una discusión interna vocacional entre la aviación militar y la abogacía. Después descubrí que hay una intersección de los dos círculos que tiene que ver con los aspectos jurídicos de la seguridad de la aviación. En ese entonces tenía la duda. Siempre digo que, entre tomarme el ómnibus para la Escuela Militar de Aeronáutica, el 7A a Pando, o el 104 a la Facultad de Derecho, vino antes el 104, por eso terminé siendo abogado. Durante la carrera fui descubriendo la vocación por la abogacía, por la docencia en materia jurídica, y ya llevo 22 años dando clases. No siento que me haya equivocado en la decisión, pero sí estoy convencido de que podría haber sido perfectamente un aviador militar y hubiese sido feliz con esa opción profesional.
“Parte de la crisis de seguridad que se vive hoy y el avance del crimen organizado, tienen como factor desencadenante un retroceso del Estado dentro del sistema carcelario”
¿Qué le despertaba el interés en la aviación?
De chico veraneaba en Solymar y por entonces la base aérea militar estaba en Carrasco. En esa época hubo una renovación muy importante de la Fuerza Aérea, cuando vino un primer lote de aviones Cessna A-37 (que vuelan todavía) y yo los veía volando en verano. Eso sumado a una comunidad de intereses con mis dos primos, que también les gusta mucho la aviación. Muchas veces íbamos en bicicleta desde Solymar hasta la cabecera de la pista del Aeropuerto de Carrasco, y veíamos los aviones despegar. Con el tiempo me enteré de que eso mismo lo hacían en aquella época otros que después fueron aviadores y que hoy son jerarcas de la Fuerza Aérea. Yo acostumbraba a reconocer los aviones por el sonido. Recuerdo que un día los vecinos me hicieron una prueba: me vendaron los ojos, esperaron que pasara el primer avión a ver si yo lo reconocía, entonces dije que era un Boeing 707 de Pan Am.
¿Y era ese?
Era ese. Tenía un ruido muy característico, no era muy difícil. Hacía un ruido muy similar a una motoneta.
¿Cómo vive la docencia?
La docencia es un componente muy importante, no desde lo económico, pero sí en lo que tiene que ver con la realización de inquietudes. Esto está relacionado con una historia familiar; mis abuelos eran docentes, mis padres y hermanos lo son, o sea que hay una tradición muy marcada. De chico me gustaban mucho los estudios de historia y al final me terminé especializando en Historia del Derecho y Derecho Romano, es decir, esa vertiente común entre lo histórico y lo jurídico.
¿Cuándo empezó a dar clases?
Empecé siendo estudiante. Antes de terminar la carrera concursé para una primera etapa que en la Facultad de Derecho se llama la aspirantía, que es un ciclo honorario de tres años. Concursé para el grado uno recién recibido y así sucesivamente. Hoy la docencia es un componente importante.
Próximamente, al asumir una tarea que requerirá dedicación total, habrá que ver qué posibilidades voy a tener de realizar algo a nivel docente pero, en cualquier caso, las actividades de estudio e investigación las seguiré haciendo en forma autodidacta.
¿Cómo llegó a ser defensor de oficio?
Trabajé un tiempo en dos estudios jurídicos, Berro y Ferrere, y luego opté por la Defensoría de Oficio en materia penal, porque en ambos estudios había un perfil más volcado hacia el Derecho Civil y yo quería trabajar en lo penal. Me presenté a la Suprema Corte, recuerdo que un ministro miró el currículum y me dijo: “estoy dispuesto a impulsarlo a usted como juez”. Yo le dije: “muchas gracias, mi vocación es la de defensor de oficio”. Al poco tiempo estaba en Treinta y Tres, donde inicié la carrera. En la época de los motines en el Penal de Libertad, años 1999-2001, estaba en San José como el defensor penal para todo el departamento. Fue una etapa muy intensa, de mucho trabajo y sobre todo de mucha experiencia en aquellos motines. Con el tiempo se votó la Ley de Comisionado Parlamentario y concursé con el resultado conocido. Ese fue un período bien importante porque fueron 10 años de trabajo.
¿La Defensoría de Oficio fue lo que empezó a acercarlo a los temas de la seguridad?
Sí, llegué a los temas de seguridad desde lo penitenciario, siendo defensor de oficio, en contacto con la cárcel y con los privados de libertad. Quien conoce de gestión carcelaria termina naturalmente yendo hacia el área de la seguridad pública, porque la administración penitenciaria está directamente vinculada con la gestión de la seguridad, es decir, no puede haber una política de seguridad que descuide lo penitenciario. De hecho, parte de la crisis de seguridad que se vive hoy y el avance del crimen organizado, tienen como factor desencadenante un retroceso del Estado dentro del sistema carcelario.
“El primer deber del Estado es recuperar el dominio operativo en todo el sistema carcelario”
¿Qué puede destacar de su gestión como comisionado parlamentario de cárceles?
El primer desafío era poner en marcha una oficina que no existía. Eso fue extremadamente complejo porque no había línea telefónica, logo, papeles ni personal. No había absolutamente nada. Incluso el primer mes me derivaban los llamados desde el Palacio Legislativo a mi casa porque no tenía asignada la oficina. El comienzo fue difícil. Después, en el año 2009, recibimos la visita de Manfred Nowak, relator de la ONU contra la tortura, que hizo un reconocimiento muy explícito de la tarea de la oficina. A partir de allí la mirada de todo el sistema político, incluyendo el propio Frente Amplio (FA), fue distinta; comenzó a haber una relación de mayor confianza y todo se hizo mucho más fluido.
¿Con qué se encontró en las cárceles?
En los años 2005-2008 había un gran problema de hacinamiento, inadecuación de la infraestructura, debilidad de los sistemas educativos, violencia institucional; era un combo complicado. Luego sobrevino un período interesante de cambios, sobre todo en el ciclo 2012-2014, donde el comando encabezado por Luis Mendoza, entonces director del Instituto Nacional de Rehabilitación, hizo una serie de cambios muy importantes.
Coincidió además con una etapa donde se le dio presupuesto a ese organismo, creado en aquel momento, y parecía que empezaba a andar una reforma penitenciaria. Lamentablemente eso se perdió a partir de 2015 porque el Ministerio del Interior y Presidencia le quitaron la prioridad al sistema carcelario. Lo que se había avanzado con mucha dificultad en su mayoría se perdió y hoy las cárceles están peor que hace 15 años.
¿En qué aspectos ve que han empeorado?
Son mucho más violentas, el crimen organizado ha avanzado y se ha consolidado desde la cárcel, donde trabaja con todas las facilidades. La violencia institucional fue sustituida por otras formas de violencia entre los privados de libertad, asumiendo modos hasta más crueles. La cantidad de muertos y de heridos es mayor y se ha instalado una especie de ley del más fuerte donde predominan los grupos mafiosos.
¿Ha mantenido en estos años contacto con el ámbito carcelario?
Permanentemente. Si bien no he realizado visitas penitenciarias en Uruguay, sí las he hecho en el exterior. También he trabajado como consultor para el extranjero en los sistemas carcelarios y de seguridad, y siempre me he mantenido muy informado de todos los aspectos de la seguridad, incluyendo el penitenciario.
Dice que no hay una política de seguridad que funcione sin una penitenciaria y que hoy estamos peor en materia carcelaria que hace 15 años. ¿Cree que se puede revertir esa situación?
Sí, si se hace correctamente lo que el sentido común indica. El primer deber del Estado es recuperar el dominio operativo en todo el sistema carcelario, es decir, que el Estado gobierne el sistema penitenciario, que tenga el control de la seguridad para poder desarrollar lo esencial, que es la rehabilitación. Si hay un control efectivo del Estado en lugar de un control mafioso y se promueven programas de salud, incluyendo tratamientos de adicciones, educación y trabajo, por allí se empezaría a encaminar una reforma. El primer paso es recuperar un dominio que se ha perdido.
En 2014 renunció al cargo de comisionado para ser asesor en seguridad del presidente electo, Luis Lacalle Pou. ¿Cómo fue tomar esa decisión?
En el año 2011 Luis fue presidente de la Cámara de Diputados. Desde ahí se dio un vínculo que en principio era meramente profesional y luego fue avanzando y se fue generando una simpatía mutua. Con el correr del tiempo se afirmó, al punto tal que decidí acompañarlo. En ese momento, a mediados de 2014, daba la sensación de que se podía pelear la elección.
Finalmente el resultado fue mucho más lejano de lo esperado, pero quedó allí una primera experiencia muy buena, que se consolidó en estos últimos años formando parte de los equipos técnicos. Se reafirmó un vínculo personal no solo con él como líder, sino también con compañeros que han trabajado en otras áreas y que serán parte del gobierno, con quienes tengo una amistad.
¿Esos fueron sus primeros acercamientos a la política partidaria?
Sí. Yo no tenía una tradición de política partidaria, se fue dando. En el período 2011-2014 mantuve una equidistancia absoluta con todos los partidos políticos porque era lo que correspondía como comisionado. Cuando sentí que era el momento de dejar atrás una zona de confort y empezar con otra etapa, fue que decidí renunciar.
¿Tenía una afinidad previa con el Partido Nacional (PN)?
Sí, siempre fui votante del PN.
Ya en 2014 su nombre se manejaba como eventual ministro del Interior en caso de que ganara Lacalle Pou. ¿Le hubiera gustado ejercer ese rol?
En la campaña yo dije que iba a estar donde debiera y no era una frase armada, los hechos lo mostraron. El presidente decidió que yo estuviera en un área estratégica y no operativa y estoy muy contento con esa posibilidad.
¿Qué aprendizajes se llevó como candidato a intendente de Montevideo?
Me tocó jugar de golero de peligro, como cuando no hay un golero y alguien tiene que ir al arco. Fue una experiencia interesante, muy difícil. Para quien aspira a una candidatura por Montevideo, ya sea por el PN o por el Partido Colorado (PC), tiene que saber que es un escenario sumamente adverso porque se ha consolidado el FA desde la década del 90.
Usted fue uno de los que se reunió con Lacalle el día que confirmaron el resultado del balotaje. ¿Cómo lo encontró?
Fue un día muy especial. Fue un encuentro largo, de unas dos horas, donde hablamos de temas que van más allá de lo político y que tienen que ver con lo personal o familiar. Él estaba muy contento, por supuesto, pero sobre todo muy sereno. Esas dos horas estuvieron matizadas por el llamado de presidentes extranjeros. El primero que llamó fue Bolsonaro. Ahí comprobé que el presidente habla muy bien portugués. Recibió muchísimos llamados de presidentes latinoamericanos. Recuerdo una conversación muy afectuosa que tuvo con el presidente de Colombia, porque hay un vínculo preexistente. El haber vivido ese día tan especial en su casa con él y haber presenciado esos diálogos, fue una experiencia bien interesante que se la voy a poder contar a mis nietos.
¿Qué espera para los próximos cinco años?
Espero un buen gobierno, que haga las cosas bien y que todo el equipo trabaje mucho, desde el presidente para abajo, con un respaldo parlamentario sólido. Veo también que puede haber algunas dificultades relacionadas con un contexto económico difícil y con un frente fiscal complicado, pero más allá de eso, estoy seguro de que los resultados van a ser buenos al final del gobierno.
¿Qué expectativas tiene para su rol en la Secretaría de Inteligencia?
La expectativa que tengo es cumplir cabalmente el mandato del presidente, en el sentido de rediseñar y potenciar el sistema de inteligencia y llegar a un salto de calidad, no porque no haya existido inteligencia en Uruguay, sino porque entendemos que ha llegado el momento de darle los recursos y profesionalizar esa actividad que es clave para la toma de decisiones.
Una vocación que traspasa generaciones
Idealista y constante. Con esas palabras se define Álvaro, quien entiende que la perseverancia es una cualidad muy importante en todas las actividades y que debe estar al servicio de los ideales.
Tuvo una infancia “muy feliz”, de la que destaca los veranos en Solymar. En aquel momento era una zona muy arbolada, donde había solamente cuatro o cinco teléfonos: en la comisaría, el cuartel de bomberos, una inmobiliaria y un almacén que se llamaba El Rancho. Para hablar a Montevideo había una demora de unas dos horas. De allí recuerda el bosque, los pinos, la playa y los aviones.
Proviene de una familia de docentes, lo que significó que creciera en un apartamento de unos 80 metros cuadrados, donde convivían cinco personas y había muchos libros y discos por todos lados. Los domingos era el día de la limpieza y se hacía con música clásica, folclórica y hasta francesa. La presencia de la cultura francesa se debía a su madre, que era maestra y trabajaba en el Liceo Francés. Su padre, por su parte, era profesor de filosofía y fue director de un colegio inglés.
Ambos le transmitieron a Álvaro la rectitud, el ser consecuente con las ideas, la capacidad de trabajo y la importancia de la familia. “Son valores con los que ellos han vivido y viven aún con sus 85 y 87 años respectivamente”, cuenta en diálogo con La Mañana.
Además, su hermana Patricia es profesora de literatura y su hermano, el reconocido politólogo Adolfo “Fito” Garcé, es docente de ciencia política.
Con Fito lo une un vínculo recíproco de admiración. Lo considera un gran analista político, aunque en ciertos casos puede no compartir enteramente sus opiniones, lo que suele causar algún tipo de discusión posterior, siempre muy fraterna. “Disfruto mucho el vínculo con él; en todas las etapas de la vida ha sido así”, asegura.
Hoy vive con su esposa Florencia, con quien tiene una hija de 15 meses llamada Máxima. También es padre de Julieta, de 16 años, fruto de un matrimonio anterior. Trata de ser un papá muy presente y muy dedicado, y sobre todo de brindar tiempo de calidad.
En su tiempo libre le gusta hacer deportes, salir a correr y leer. Hace 15 años que no juega al fútbol por una lesión: estaba jugando en la playa y terminó en el quirófano con una rotura del tendón de Aquiles, y prometió que nunca más lo haría. En cuanto a la lectura, disfruta tanto de temas clásicos de historia y derecho, como de la aviación. En los últimos meses, incluso, ha seguido muy de cerca la situación de la Armada y de la Fuerza Aérea, pensando en cómo aportar ideas para una renovación que cree indispensable para el país, por una cuestión de soberanía.