Los seres humanos tenemos distintos modos de reaccionar ante diversas impresiones o estímulos internas y externas –pensamientos, presiones, etcétera–. Estas disposiciones fundamentales del alma, se denominan temperamentos. Dicen los que saben que hay cuatro temperamentos puros: colérico, melancólico, sanguíneo y flemático. ¿Por qué importa conocer nuestro temperamento? Para saber trabajar sobre nuestras debilidades de fábrica y aprovechar nuestras fortalezas.
Ante todo, es necesario aclarar que a partir de la roca en bruto de nuestro temperamento de fábrica, con trabajo y esfuerzo, podemos ir forjando nuestro carácter. Es tarea de toda la vida. Debe quedar claro, además, que ningún temperamento se da en estado puro: por lo general vienen mezclados. Para saber cuál es nuestro temperamento dominante necesitamos saber si nos excitamos de inmediato o reaccionamos lentamente ante un pensamiento o estímulo externo; si nos sentimos impulsados a obrar ya, o a esperar pasivamente; y si la excitación nos dura largo tiempo –y si vuelve con el recuerdo– o si nos olvidamos enseguida de lo ocurrido.
El colérico se excita fácilmente ante una impresión y su recuerdo le conduce a nuevas excitaciones. El sanguíneo reacciona como el colérico, pero la impresión se borra fácilmente del alma. El melancólico reacciona lento y se excita poco, pero las impresiones quedan profundamente grabadas en su alma. El flemático ni se excita ni reacciona fácilmente, y las impresiones que recibe en su alma se desvanecen pronto. El colérico y el sanguíneo son temperamentos activos, mientras el melancólico y el flemático son más bien pasivos.
Coléricos y melancólicos son capaces de conmoverse hondamente, a diferencia de los sanguíneos y los flemáticos, que no son apasionados. Además, los coléricos y melancólicos suelen ser muy rencorosos, mientras que los sanguíneos o flemáticos no se ofenden fácilmente. Cada temperamento tiene sus fortalezas y debilidades.
El colérico tiene excelentes virtudes: es apasionado, ambiciona grandes realizaciones materiales y espirituales, y odia la mediocridad. Es generoso, noble, fuerte, perseverante y dominante. Nada lo detiene y no soporta la bajeza. Muchos santos han sido coléricos. Pero sus defectos son odiosos: es soberbio y terco, confía demasiado en sí mismo y por eso es imprudente. No admite ser la causa de sus propios fracasos. A veces es despreciativo y siente profundamente las humillaciones.
El sanguíneo tienden a ser superficial y sensual. Se siente atraído por los placeres exteriores y cree entender todo de entrada. Le cuesta concentrarse, profundizar y conocerse. Es inconstante y contradictorio. Su falta de buen juicio y su optimismo extremo –no mira las dificultades– lo hace muy confiado y emprende iniciativas que con frecuencia fracasan. Es curioso y locuaz y prefiere los trabajos fáciles. Es vanidoso, le gusta ser adulado, y suele ser celoso y envidioso. Le cuesta ser justo e imparcial. Pero no es rencoroso: es alegre, simpático, amable, sensible, dócil, sincero y compasivo.
El melancólico no se excita mucho, pero las impresiones permanecen largo tiempo en su alma, al punto que se arraigan y solidifican. Es analítico, serio, reservado, cauto y reflexivo. Procura entender el obrar humano por sus causas últimas y a menudo se eleva a lo eterno. Ama el silencio, la soledad y la quietud, y suele ser distraído. No aspira a honores y altos cargos, y desprecia las alabanzas. Lo indigna la injusticia, y si se lo ve triste es porque siente nostalgia por la eternidad. Aunque es lento para decidir y actuar, es buen trabajador, siempre que no lo apuren demasiado. Con frecuencia ve las cosas por su lado negativo, se desanima fácilmente y le cuesta terminar lo que empezó. Teme el bochorno, la humillación, el sufrimiento y el esfuerzo interior.
El flemático no se inmuta por nada. No se excita ni reaccionan fácilmente. Las impresiones en su alma se desvanecen rápidamente. Se podría decir que solo le interesa su interior. Es demasiado tranquilo y como es perezoso no es buen trabajador. Todo lo hace despacio y prefiere no pensar mucho. Casi no se irrita cuando insultan, fracasa o padece enfermedades. Es tranquilo, sobrio y desapasionado.
Sobre este tema, recomiendo el libro Los cuatro temperamentos, de Conrado Hock, y el curso Los temperamentos, del P. Javier Olivera Ravasi en Youtube.
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