En un encuentro marcado por la sensibilidad, la introspección y el llamado a la búsqueda de uno mismo, el escultor Pablo Atchugarry concedió una entrevista a La Mañana a pasos de su taller, en medio de su trabajo, en un entorno lleno por el sonido de los pájaros y la naturaleza mezclada con el arte. Perspectiva y paz fueron parte de las experiencias de este encuentro, que condujo a la reflexión sobre nuestra vocación, la relación con los demás y los legados recibidos y transmitidos.
El artista se manifestó emocionado con la entrada de las familias al museo mientras la entrevista transcurría, con la alegría de ser hogar de otros y sentir que valió la pena.
¿Qué significa este lugar para usted? ¿Piensa que será su legado?
Creo que siempre, de alguna manera, recibimos algún legado y lo transmitimos, eso hace que la vida sea una continuación, un cumplimiento de lo que recibimos, para que nuestro pasaje deje algo. En mi caso recuerdo que mi madre siempre decía que las artes se tienen que tocar, ayudarse, porque todas las artes están relacionadas. Tal vez ese concepto suyo lo vuelco en la Fundación Atchugarry, en el Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry, donde están presentes todas las manifestaciones artísticas: música, ballet, teatro, cine y artes visuales.
Sus padres siempre lo motivaron a desarrollase en el arte. Su primera obra fue un caballo en cemento porque era el material que había en su casa. ¿Somos modelados por el entorno en el que nos criamos?
Creo que sí. Tuve la suerte de crecer en un ambiente familiar con padres que estaban muy cercanos al arte y me estimularon. Encontré ese humus familiar que era muy estimulante para mi crecimiento. Respecto a la primera escultura, ¿por qué la arena y el portland? Porque mi padre trabajaba en una empresa de construcción y esos materiales eran familiares, y ya desde los ocho años en vez de hacer el castillo de arena en el mar, lo hacía en casa con tierra y cemento. Esas cosas simples a las que uno puede acceder y practicar luego se transforman en parte importante del recorrido. Yo tenía un caballo que era toda una aventura, me gustaban mucho los animales y lo que hice fue homenajearlo.
¿Eso tiene que ver por el lugar en el que se crio y el contacto con la naturaleza? El Prado en esa época era una zona rural, y además de las vacaciones en el campo…
Pienso que sí. Recuerdo que vivíamos en Millán y Espinillo, y era una casa con un fondo donde cultivaba. Era pequeño, plantaba el maíz y cuando veía que luego de una lluvia salía la varita de la planta era una alegría enorme, y así con todas las plantaciones. Fueron momentos muy lindos y completos en los que pude descubrir la naturaleza. También los animales de corral, como gallinas y patos, cuando tenían pollitos o encubaban los huevos. Todo eso fue una gran maestra de vida, que es la naturaleza, en definitiva.
En el último censo de Uruguay se muestra que la despoblación rural es una tendencia y las personas optan por vivir en centros urbanizados, ¿lo ve como una pérdida?
Creo que no solo sucede en Uruguay. A veces las ciudades encandilan con sus luces, entonces uno piensa que allí encontrará todo, y no se da cuenta de lo que se pierde el ser humano cuando se aleja de la naturaleza. Considero que es básico no alejarse ni suplantar la naturaleza por las ciudades. Es lógico que con los crecimientos demográficos que tiene la población mundial no podemos imaginar que todos vivan en la campaña, pero sí creo que habrá siempre un retorno mayor a esos ciclos de la naturaleza.
Vivo en Italia gran parte del año y los jóvenes de allí no pueden relacionar que los huevos que compran en el supermercado vienen de una ganilla que sigue un ciclo para que eso pase. Respecto a esto de los ciclos, recuerdo que cuando se moría algún animal lloraba por la pérdida, pero así fui también aprendiendo que nos hay vida sin muerte, ni muerte sin vida, entonces esas enseñanzas a quien vive en la campaña lo enriquecen con una experiencia diferente.
En la película Los hijos de la montaña, el padre Marino contó cómo fue el nacimiento de su versión de La Piedad, en la que María tiene a su hijo luego de pasar por la muerte en la cruz. ¿Incidió esta obra en una profundización espiritual?
Esa obra, la Via Crucis y un rostro de Cristo que ahora será colocado en la catedral de Lecco en el Lago de Como, son obras juveniles: La Piedad es de los años 82-83 y el rostro es de 1987. Creo que si aparece esa imagen, el artista, de alguna manera, la está buscando, busca la experiencia, tan difícil desde el punto de vista humano, que es la crucifixión de un hijo. Es una temática muy fuerte. Pienso que en la parte espiritual nos va llevando a tratar de descubrir o acercarnos a ciertas experiencias.
Fue una experiencia espiritual. Trabajé diez meses y dos meses fueron de búsqueda del bloque, entonces abarcó un año de mi vida, y creo que esa convivencia con la misma temática conllevó un proceso de acercamiento. Cuando se elige una temática, tal vez, es porque se necesita profundizar en ella.
En un momento de la película se emocionó al contar lo que dijo el artista Juan Lorenzo Bernini cuando tuvo parálisis del lado de su brazo hábil, ¿por qué?
Una de las tantas problemáticas del ser humano es cómo atravesar el período de la vejez. En mi caso soy una persona activa que trabaja doce horas, que está todavía con sus fuerzas para poder realizar su trabajo y sus sueños, pero no sabemos en qué condiciones vamos a llegar. Hay dos ejemplos, uno es el de Bernini, que justamente los últimos tiempos no logró trabajar por su condición física, y otro es el ejemplo de Miguel Ángel, que tuvo esa gracia de poder trabajar hasta cuatro días antes de morir. Recordemos que vivó 89 años y en pleno renacimiento esto era de una longevidad insospechada. Son modelos que uno nunca sabe si su destino se parecerá a alguno de ellos.
¿Qué reflexión hizo viendo su película como espectador?
Siempre me emociono cuando la veo porque es muy actual, por más que se rodó durante cuatro años, pero tiene una esencia muy actual y transparente de mi vida, entonces me conmueve. Por ejemplo, el MACA ahora ya está construido y es una realidad, pero si pienso, hace unos pocos años atrás estaba en plena construcción, aunque ahora parezca que siempre hubiera estado ahí.
Cuanto más siente que se expande, ¿necesita más apoyo e involucrarse con otros? ¿O es más bien independiente?
La libertad es total porque esto [la fundación y el museo] fue hecho “picando mármol”. Lo que siempre pensé, no solamente del museo, sino de la fundación y otros aspectos de la vida, es que esto tiene que ser una coralidad, algo independiente de mi propia vida, porque la experiencia humana está limitada y, sin embargo, la experiencia de una institución está pensada para durar mucho tiempo. Entonces, mi gran temática es, primero, mantener el ciclo vital del museo y la fundación, que haya muestras, conciertos, todo ese contenido por el cual nació el museo.
Por otro lado, está la durabilidad en el tiempo, y tengo que pensar en qué pasa si vivo diecinueve años más y llego a la edad de Miguel Ángel, y si no lo hago, también. Dentro de unos ochenta años la fundación pasará a manos del Ministerio de Educación y Cultura para que sea patrimonio del Estado, el asunto es qué pasa en el ínterin, cómo se puede mantener y ser autónomo de mi propia vida. Hoy lo mantengo con mi trabajo, y ahora se empiezan a acercar empresas, privados, entonces siento que la sociedad empieza a descubrir que es un proyecto importante para el país.
¿El título de la película Los hijos de la montaña refiere al material, a sus esculturas o a usted como hijo?
Muy buena pregunta. Todos somos hijos biológicamente y somos hijos también de la naturaleza, y cuando veo los Alpes Apuanos, las montañas de Carrara y esas paredes que están formadas por los bloques de mármol que duermen allí desde hace millones de años, digo: “Ahí están los hijos, los hijos de la montaña”. De alguna manera, después, el escultor es como la partera que ayuda a nacer al niño, pero el niño ya estaba ahí, ya era un hijo de la naturaleza.
¿Dónde se puede ver la película?
Está en cines, hay también una gira nacional en todos los departamentos del país, incluso en lugares muy alejados, y en el MACA se reproduce todos los días a las 18:00 horas de forma libre y gratuita.
Recién hablaba de las esculturas que ayuda a nacer, de esos hijos que han nacido de sus manos, ¿hay uno por el que sienta un afecto particular o que tenga una importancia diferente?
Digo que son todos hijos y no hay que hacer diferencias entre ellos. Ahora bien, por ejemplo, hay una obra que nació de un bloque de 56 toneladas, que es la más grande que he hecho en mármol y tiene 8,60 metros. Está por ser embarcada desde Italia en un transporte excepcional y se llama Abrazo cósmico, referido a siempre tratar de abrazar el cosmos y todo lo que siente el ser humano. Es un abrazo al mundo y al más allá. A esa obra estoy particularmente ligado porque trabajé durante ocho años, o sea que conviví con ese hijo de la montaña durante todo ese tiempo y está en mi taller de Italia finalizado hace más de una década. La traigo para la fundación como traje La Piedad, un Via Crucis y ciertas obras emblemáticas que trato de que queden como legado para Uruguay.
Para el futuro vendrá una obra que hice para el Teatro del Silenzio de Toscana, provincia de Pisa, para dos espectáculos de Andrea Bocelli llamados Mariposa. Esa obra la donaré a Uruguay y estará puesta en la rotonda entre la ruta 10 en Maldonado y la ruta 104 que lleva el nombre de mi hermano Alejandro, entonces es, en parte, un homenaje a él.
¿Cómo fue ese proceso de que la calle con el nombre de su hermano sea la puerta de entrada a la fundación?
Después de cinco años del fallecimiento de Alejandro lo propusieron, fue algo que no lo busqué, pero me dio mucha alegría que, de alguna forma, estuviera aquí, en este terreno que lo eligió él con Marcos, mi otro hermano, porque yo estaba en Italia y le encargué a ellos la tarea de buscar un sitio alejado. El nombre de esa calle cierra un círculo.
En la muestra de Joaquín Torres García por los 150 años tiene gran relevancia la obra de Nuestro Norte es el Sur, ¿se siente continuador de la idea de que nuestra América del Sur sea nuestro norte?
Sí, porque Uruguay fue un país formado por emigrantes y productor de migrantes, pero también es un ida y vuelta en el mundo contemporáneo. Por ejemplo, en mi caso, sigo viviendo en Italia, sin embargo, cada vez paso más tiempo en Uruguay. Nuestro país tiene mucho para ofrecer, mucha naturaleza, personas amables y educadas, por algo los turistas se quedan maravillados y les genera ganas de quedarse o volver. Considero que no es casual, que Uruguay tiene mucho para ofrecer y las personas se sienten libres, son valores que tenemos que evidenciar.
¿Cómo describe a la fundación y el MACA para alguien que no ha venido?
Comenzó siendo un sueño chiquito que creció hasta transformarse en uno grande. Al principio fue para pasar un poco más de tiempo en mi país, si no venía unos diez o quince días y volvía a Italia a trabajar. Fui trayendo las piedritas y ahora me puedo quedar más tiempo. Describo a este lugar como un proyecto que tiene dieciocho años, en el que se fue agrandando el terreno y contamos con cuarenta hectáreas.
Cada cosa dialoga con otra, como parte fundamental de la experiencia del MACA. Cuando veo todos los atardeceres, llenos de gente, de carritos con los niños, mascotas, familias enteras, es una gran alegría, y quiere decir que estamos necesitando el contacto con la naturaleza. No solamente el museo, que es el gran proyecto de Carlos Ott, que dejó este legado arquitectónico con esta obra, no son solo los edificios de otros arquitectos, hay un diálogo de diferentes arquitecturas.
Ahora vamos a hacer un teatro y siguen apareciendo reconversiones de edificios para nuevas funciones. Todo el año se dan clases de cine y teatro, entonces cada vez se completa con la energía de otras personas. Estoy en Italia y ni sé qué obra están preparando, y me gusta volver para descubrirlo. Que esto sea una experiencia completa.
¿Es una manera de devolver aquella primera experiencia suya cuando era niño?
Los niños vienen y hacemos la experiencia que elijan, que opten por su bloque de mármol, lo mismo que hago yo, pero en la cantera de Italia. Esto comienza a fomentar la imaginación de los niños y a descubrir dónde es Carrara, dónde es Italia, se descubre un estímulo diferente.
Hacemos una experiencia con la orientación artística de los liceos, desde que se creó los acompañamos con una experiencia que implica traer a un estudiante de cada departamento con un profesor y durante tres días invitamos a artistas y los ayudamos a que los jóvenes desarrollen sus ideas y proyectos. Luego, los trabajos son expuestos en el mismo nivel que los de profesionales en la Bienal Nacional de Jóvenes Creadores.
Quienes buscan los caminos artísticos a veces están muy solos en su elección, y acá se encuentran con más chicos de su edad que hicieron la misma elección, por lo que todo se fortalece. Ya hay algunos de los adolescentes que hoy son adultos que tomaron el camino de las artes visuales.
Somos animales sociales, gregarios, sin embargo, a veces se define al artista como a un ser solitario.
Sí, porque en el fondo la creatividad necesita su silencio, introspección, entonces el artista está solo, pero sí es un ser social y necesita también la confrontación de su obra. Cuando la obra sale del taller del artista ya no le pertenece más, pasa a ser del mundo y se empieza a relacionar con él, el artista también la ve desde otra perspectiva. Cuando los jóvenes hacen el proyecto viven exactamente esa experiencia que ayuda a fomentar su autoestima.
Le han hecho varias entrevistas, ¿pero qué pregunta nadie le hizo y le gustaría responder?
Pienso que tengo una vida muy transparente, donde siempre mi interés más grande es por la obra, por el legado, pero la pregunta tal vez puede ser quién soy. Soy esto, soy lo que vivo intensamente para dejar un legado que, en el fondo, me representa y marca mi pasaje por la vida.
La unión familiar y el respeto por el otro
Atchugarry relató que si bien en la película no se aclara, cuando su abuelo tenía cáncer terminal y estaba en el hospital le dio la noticia de que iba a dejar de estudiar y dedicarse al arte. “Mi abuela me dijo que no, y mi abuelo le respondió: ‘No, Catalina, si él eligió ser artista, que lo haga’. Siempre estimuló la elección”, aseguró y afirmó que fue una lección de vida que recibió. Cuando decidió ser artista en Uruguay no había un mercado de arte, “era difícil, debías ser artista y algo más”, recordó. Es por esto por lo que desde siempre intenta transmitir a los jóvenes que sigan sus sueños, “y después la vida se encargará de ver cómo uno viaja por ella”, agregó el artista.
Los hijos de Atchugarry están involucrados en su trabajo en la fundación y el museo. “Piero y Catherine, cada vez más”, sostuvo. También sus sobrinos Federico, Mariana y Gastón son parte del proyecto. “Toda la familia estuvo involucrada en varios momentos de la construcción. Me llevo bien con todos, busco siempre tratar de comprender la otra parte, no medir siempre con mi propio concepto de vida, hay que aprender a que hay otras posiciones, por lo tanto, aceptarlas”, puntualizó.
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