El 2024 será un año de comicios electorales, no solo para nuestro país sino también para varios países que tienen un peso decisivo en el concierto global. Entre las elecciones más determinantes se encuentra la de Estados Unidos y la de la Unión Europea (UE), en que los votantes de los 27 países miembros de la UE elegirán a sus representantes en el Parlamento Europeo (la única institución del bloque elegida democráticamente).
Quizás lo relevante, en esta ocasión, esté más bien referido al comportamiento del electorado. Según los sondeos europeos, un enorme porcentaje de la ciudadanía dirigiría su voto a candidatos pertenecientes a partido euroescépticos.
Desde la opinión pública europea, descreer de los postulados de Bruselas parece casi una herejía, y cada uno de los partidos políticos que manifiesta una oposición a la Agenda 2030 o al Pacto Verde de la UE suelen ser tildados de populistas y hasta de extrema derecha. Sin embargo, muchos han olvidado que lo que hoy desde los organismos de la UE se establece como una verdad absoluta poco tiene que ver con los ideales que tuvieron sus fundadores, como Konrad Adenauer, quien no eludía la importancia de la familia y de la tradición cristiana para el verdadero desarrollo de una economía.
Finalizada la Guerra Fría, con la caída de la URSS y la consagración hegemonía estadounidense en el mundo entero, el movimiento progresista fue ganando terreno en Estados Unidos y Europa, al punto de convertirse a lo largo del siglo XXI en la fuerza ideológica y política más fuerte a nivel global. El movimiento woke en Norteamérica, y el Partido Popular Europeo al que pertenece Úrsula von der Leyen por ejemplo, no solo constituyen una opción política, sino que parecen querer configurar frente a la opinión pública global la idea de pertenecer al bando correcto de la historia.
Los movimientos sociales que se iniciaron con el Mayo francés en 1968, configuraron la nueva postura que tendría la izquierda europea, buscando a partir de entonces desmarcarse del socialismo real de la URSS. De esa manera, nació el progresismo como una ideología edulcorada que pretendía ser una opción media entre liberales y comunistas ortodoxos.
Los principales postulados de la corriente progresista referían básicamente a la profundización del Estado de Bienestar, teniendo como eje la libertad del individuo. En ese sentido, el feminismo, el ecologismo, la libertad sexual, el vegetarianismo, el antirracismo y el anti-tradicionalismo configuraron sus principales banderas a partir de la década de los años setenta.
Pero no solo eso, sino que, en procura de defender esa supuesta libertad, comenzó a desarrollarse una campaña publicitaria en la que no solo se disolvía el lugar de la familia como institución social, sino que también se fomentaba una visión negativa de la maternidad y la paternidad entre los jóvenes, fomentándose la legalización del aborto, por ejemplo.
Esta campaña tuvo como resultado que hoy en día los principales países desarrollados tengan problemas de natalidad y al mismo tiempo sufran un estancamiento económico. También problemas asociados a la soledad y a la salud mental.
Sin embargo, el panorama político de Alemania de cara a las próximas elecciones parece evidenciar las señales de descontento que tiene la ciudadanía del viejo continente en relación con los lineamientos ideológicos y económicos de la UE. No se trata únicamente de insatisfacción con la política económica –aunque seguramente tenga una influencia significativa–, sino también de malestar cultural, en el sentido de la expresión de un cansancio moral provocado por las nuevas tendencias ideológicas.
Porque más allá de cómo se ha manejado la guerra entre Rusia y Ucrania, y su consecuente crisis energética, la explosión de los precios y los signos de declive de la economía alemana, la ciudadanía percibe cómo las políticas dirigidas desde Bruselas continúan ganando terreno, avasallando en muchos casos la soberanía regional, tan propia de varias regiones de Europa.
Además, parte de la impopularidad del canciller Olaf Scholz está relacionada al pobre papel que ha interpretado como líder europeo, a diferencia de Emanuel Macron, quien ha sabido realizar a la perfección ese rol protagónico, convirtiéndose en un referente indiscutido del bloque.
No obstante, el tema de fondo que comienza a generar mayor grado de resistencia está relacionado con la propaganda de la UE en referencia a lo políticamente correcto, basándose en las nuevas tendencias, ideologías basadas en género e identidades minoritarias, como también en la nueva publicidad neoambientalista. Según una encuesta realizada por Financial Times, en España “el 44 por ciento de los hombres cree que se ha avanzado tanto en la igualdad de género que ahora son ellos los discriminados. Entre los jóvenes de entre dieciséis y veinticuatro años el porcentaje roza el 52 por ciento. También lo considera así una de cada tres mujeres” (El País, 4-2-24). En un menor porcentaje, aunque con una tendencia al alza, sucede esto mismo en Alemania y en otros países europeos.
De esa forma, en detrimento de la coalición que gobierna actualmente, para el próximo escenario electoral cada vez cobra más fuerza el partido de derechas Alternative für Deutschland (AfD), fundado en 2013. En su programa hay un explícito rechazo a las políticas de la UE y reivindica fortalecimiento de la soberanía de Alemania con respecto al bloque europeo. Al mismo tiempo, plantea rever la actual política de inmigración, como también todo lo referente a la nueva agenda de derechos.
Pero como contrapartida, ha surgido también un nuevo partido escindido del tradicional partido de izquierda Die Linke, liderado por la mediática Sahra Wegenknecht, llamado Alianza, y subtitulado Razón y Justicia (BSW), que levanta las mismas banderas de la AfD. Dentro de sus principales postulados también se encuentra volver a establecer lazos comerciales con Rusia, terminar con el apoyo a Kiev y no proseguir con la transformación de la matriz energética. Según los sondeos, la recién nacida BSW se sitúa con el siete por ciento de apoyos en el ámbito federal.
En definitiva, y he aquí lo interesante del caso, es que ambos partidos políticos se disputan el mismo botín electoral desde veredas encontradas. Y es una evidencia del estado social en el que se encuentra la clase media y trabajadora europea tras la pandemia, agobiada por conflictos bélicos que no percibe como suyos. En esa línea, los agricultores alemanes, franceses, griegos, y españoles se están manifestando contra el Pacto Verde de la UE. Porque consideran que las políticas ambientalistas actuales son estrategias decrecientes para el agro. Ya se habla de una pérdida de volúmenes de producción en torno 15% en la Unión Europea.
¿Será que estamos frente aquello que Arnold Toynbee veía a mediados de siglo pasado, cuando afirmaba que el gran problema de la posmodernidad era el futuro de la clase media?
No hay que olvidar que el crecimiento económico que produjo un notable cambio en nuestras formas de vida a lo largo del siglo XX estuvo ligado al desarrollo que tuvo la clase media durante este período. No solo constituyó un motor de la economía a través de la creación de empleo, aumento del consumo y de la productividad mediante la innovación y el emprendedurismo, sino también garantizando cierta estabilidad política y configurándose como una pieza esencial del correcto funcionamiento de la democracia.
Sin embargo, en las últimas décadas –sobre todo desde la crisis del 2008– el nivel de vida –cultural y económico– de la clase media ha menguado o bien demanda mayores esfuerzos para mantener el mismo nivel que años atrás, aun en países desarrollados. Y en esa línea, lo que suceda en las urnas en la UE y en Estados Unidos seguramente tendrá que ver con el descontento de las clases medias y trabajadoras con el progresismo decimonónico (tal como sucedió en Argentina).
En Uruguay esta tendencia probablemente se replique, aunque obviamente, hay que saber canalizar electoralmente el sentir de esta porción de la ciudadanía, tal como lo hizo Cabildo Abierto en las elecciones de 2019. Y aunque para el establishment progresista toda oposición es populista, es al cansancio de la clase media al que estratégicamente habría que apelar.
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