LA NOVEDAD
Si bien el Premio Nobel de Literatura es habitualmente objeto de polémica, pocas veces un autor despertó tanto encono. Una decena de países, desde Croacia hasta Albania y Afganistán, sumaron sus voces críticas al veredicto. Quizás pocos autores europeos sintetizan tanto las contradicciones de una Europa que se presenta como el faro de la civilización pero que sigue desgarrada por sus demonios que generación tras generación siguen omnipresentes.
Nacido en 1942 en Austria, criado en Alemania, su familia escapa del lado oriental en 1948 siendo su lengua materna el esloveno. Handke centra su obra en una premisa: las identidades nacionales habitualmente se construyen alrededor de mentiras pero la vida en comunidad es necesaria, solo la verdad hará viable esa comunidad.
Es así que, por ejemplo, fue el férreo opositor de Kurt Waldheim cuando se descubrió su pasado como alto oficial nazi, elevó su voz contra los bombardeos de la OTAN en los Balcanes y asistió al funeral del dirigente serbio Milosevic, acusado por el Tribunal de la Haya de crímenes de guerra y exonerado una década más tarde de su fallecimiento en el juicio.
Esos son algunos antecedentes para acercarnos a una obra signada por el debate filosófico y político pero, sin embargo, clara y concisa. En esa línea, “El miedo del portero al penalti” es un buen ejemplo: la historia de un golero que deja atrás su pasión por el juego por un rutinario trabajo de mecánico del cual es despedido. La inexorable caída del protagonista hacia el abismo, en un paralelismo interesante con “Desgracia” de Coetzee, es narrado con un estilo que permite avizorar en primera fila todas las perspectivas de la tragedia. El derrumbe del protagonista Joseph Bloch hacia el crimen es en cámara lenta, y el lector puede sumergirse en el torrente de la conciencia del golero que ve desdibujarse su mundo, permaneciendo en pie solo su mítico pasado deportivo.
En síntesis, una novela emblemática que nos permite acercarnos a un intelectual clave en el debate contemporáneo.
EL HALLAZGO
En tiempos de papa noel omnipresente, escasos pesebres y el Día de Reyes crecientemente invisibilizado, es bueno recuperar esta decena de conferencias brindadas por el Arzobispo Mariano Soler a fines del siglo XIX.
En aquel contexto de creciente glorificación de todo lo sajón, plantea cuáles fueron las reales causas de la Reforma, señalando con sagacidad lo escasamente teológicas que eran y cómo primaron ambiciones económicas y terrenales.
Lutero “enseñó a los pueblos la máxima más inmoral y subversiva del orden social; la fe justifica sin las obras, esto es, la moralidad consiste en la sola creencia aunque se obre contra la razón”. Recupera asimismo el testimonio de un pastor que retorna al seno del Catolicismo, M. Nerins: “el protestantismo en todas sus formas…. es un absurdo miserable. Sus primeros innovadores fueron frailes, que rompieron sus votos, reyes que querían llegar a la poligamia por el divorcio, prelados ambiciosos y nobles llenos de codicia. … se llamaban perseguidos, y en cuanto tenían fuerza eran perseguidores, negaban la supremacía del Papa, y reconocían la supremacía de los Reyes, autores de todas las rebeliones, no soportaron jamás la menor resistencia…”.
Pero es en la octava conferencia que se aborda un tema recurrente en la sociología, en su versión weberiana (la ética protestante cuasi ascética sería la clave del desarrollo capitalista): la relación de la confesión religiosa con la prosperidad y bienestar material de los pueblos. La tesis de Soler es clara: el relativismo moral lleva a la glorificación del dinero por el dinero: “Que si para amontonar oro es útil envenenar provincias enteras con opio, se envenenan con tal de ganar oro: si es útil fomentar la idolatría más vil y degradante, se erigen fábricas inmensas de ídolos monstruosos y se llenan y conducen navíos cargados de esa mercancía infame. Si para la prosperidad de las manufacturas propias es útil el exterminio de las que existen en otros países, se pagan revoluciones y se arrojan teas incendiarias entre los pueblos para que la desolación de reinos enteros sirva de auge a las riquezas propias. Así lo han hecho Inglaterra y Holanda…”