Como ya puede considerarse costumbre, se viene el tiempo de las propuestas melifluas, las promesas vacuas y el discurso melindroso.
En nuestro caso ya fuimos víctimas de todo esto y, a pesar de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, Dios mediante, ya agotamos nuestra credulidad y no nos volverán a tomar por tontos.
Todos, de una u otra manera, sea por acción u omisión, hemos sido responsables de engrosar la base electoral de tirios o troyanos. Alternativamente, las tiendas de las colectividades fundacionales acariciaron los oídos incautos con cantos de sirena que atraían a las ideas de abuelos y padres. La emotividad de los hechos históricos, la enumeración de conquistas pasadas, el enarbolar viejas banderas, todo lo que apela a los afectos y la emoción tuvo gran peso en aquellas decisiones. Para otros muchos, el error provino de su entusiasmo por un cambio asaz factible, por las proclamas progresistas, al parecer consistentes y modernas –luego se pudo comprobar que seguían siendo decimonónicas– y una interminable catarata de pronunciamientos falaces, eufemismos y, en definitiva, apenas una melodía de flauta para los crédulos e inocentes, embaucados por esos sátrapas falsarios que usaron la necesidad de los más humildes para llevar agua a su molino.
En suma, unos y otros nos dicen la verdad en voz baja y fuera de micrófonos: no se puede gobernar con los programas y menos con quienes los redactaron, puesto que son demasiado idealistas y “la política es el arte de lo posible”; el pragmatismo termina pasando por encima de las promesas realizadas y anhelos del pueblo, que deben quedar atados a la realidad. Lo que en buen romance quiere decir atados a las necesidades e intereses del partido, de los grupos de presión e interés –que sí saben hacer lobby e influir en el gobierno– y de ese statu quo tan repugnante y vil que no podemos ni debemos aceptar, aún menos soportar, al menos mientras tengamos libertad.
Por todo ello, optamos por un sendero más angosto, prometedor y rebelde, tal vez incluso revolucionario. Por tanto, resulta explicable que puedan producirse derrapes, resbalones, aparentes salidas del camino. En el acierto o en el error, esos gafes son lógicos en la medida en que son la excepción que confirma la regla. Podrá haber discrepancias, algunas voces se alzarán molestas, habrá discusión sobre ciertos temas o actitudes, pero todas van en un mismo sentido, absolutamente todas siguen el ideario artiguista, todos detrás de las más prístinas banderas del jefe de los orientales, del comandante magnánimo en Las Piedras, del general del pueblo que marchó al frente de todos en el Éxodo, del legislador de las Instrucciones del Año XIII, del gobernante de 1815 y del político de miras amplias y visionario del Congreso de Oriente, en el Arroyo de la China, en Concepción del Uruguay. Allí, aunque muchos recién se opongan y apenas unos pocos estudiosos –la propia historiografía moderna argentina– comiencen a verlo, fue redactada la primera Declaratoria de Independencia, aunque hayan desaparecido sospechosamente hasta las copias de las actas. Si los intereses de siempre no hubieran intervenido, quizás allí, y no en Tucumán un par de años después, habría surgido la Constitución de la Liga Federal. Esos esfuerzos no hacen más que reconocer a nuestro Artigas como el influyente prohombre y político federal del Río de la Plata. Y para comprobarlo basta cruzar el río Uruguay y constatar cómo en Corrientes, Entre Ríos, Santa Fe e incluso Córdoba y Misiones, se reconoce al caudillo y padre de la orientalidad y aún flamean los colores de la primera bandera artiguista, los mismos que utilizamos en nuestra colectividad.
Pero volvamos al trillo. Libres e independientes de todo poder extranjero, pretendemos defender la soberanía nacional y sustraernos a la orquestación exógena de agendas y planes concebidos no se sabe exactamente por quiénes y menos con qué ulteriores y terribles objetivos y resultancias. Por lo tanto, sin ataduras a foros, organismos o cortes ni a sus dictámenes, sus resoluciones y sentencias, tan imperativas e intrusivas como abusivas, fundamentadas en el derecho internacional, que según nuestro entender no puede, y menos debe, prevalecer sobre nuestro derecho positivo vigente, según la doctrina kelseniana.
Una de las temáticas que más nos interesa está, como consecuencia de nuestras ideas, relacionada con los más infelices, dado que deberán ser los más privilegiados. Así, cada vez que nos es posible planteamos respecto al personal policial que se optimice su reclutamiento, capacitación, distribución, ascenso y retiro. Hemos reiterado la imperiosa necesidad de mejorar la selección de los postulantes con la más diligente intervención de psicólogos y psiquiatras, en atención a los asuntos de salud ocupacional y a la salud mental. Sabido es cómo nos afecta por las carencias preexistentes el muy elevado índice de suicidios de policías.
Estábamos abocados a escribir esta columna cuando nos sorprendió la mala nueva de otro policía abatido, no solo por un proyectil, sino por un conjunto concatenado de asuntos, referidos a los cuales el Estado está omiso por la miopía de sucesivos gobiernos que mucho declaran y muy poco efectivizan.
Por otra parte, hemos insistido en reformar el nefasto sistema de selección del personal policial, que resulta no solo pernicioso, sino injusto, arbitrario y excesivamente politizado. Ha desmotivado a una mayoría obligadamente silenciosa que ha caído en el burn out y, estancada, solo aguarda a cumplir los años para irse. La única esperanza es concretar la vuelta al sistema de antigüedad calificada y, en todo caso, a la mixtura con el concurso de oposición y méritos que permitiría premiar la excelencia sin someter las carreras administrativas al capricho del jerarca.
Huelga repetir que, respecto a la información y las operaciones, todos los esfuerzos hechos son aplaudidos, pero aún son insuficientes. Se entiende insoslayable multiplicar geométricamente la inversión en tecnología de punta –sin repetir malgastos de anteriores administraciones– y hoy parece que al fin se bloquearán las comunicaciones de los malhechores desde las cárceles para estafar, dar directivas de violencia o muerte, así como para amenazar y extorsionar. A su vez aplaudimos la implementación del sistema de triangulación (shotspotter) contra los disparos de armas de fuego, a pesar de que nos oponemos a que se publicite –como botín electoral–, dando chance a su destrucción por las pandillas de microtraficantes que luchan por prevalecer en territorio.
Insistimos en referencia al tan manido allanamiento nocturno –apenas será una medida más– que nunca será la panacea de nada o “la bala de plata”, como ha dicho ingenuamente algún aspirante a experto en seguridad. Será preciso, primero, desplegar completamente a la Guardia Republicana para que llegue a todo el país –falta infraestructura en importantes zonas–, además de adquirir no pocas decenas, sino cientos de visores nocturnos, sustituir las armas de puño de todos los efectivos en intervención, controlar la fecha de vencimiento de los chalecos antibala –no importa su procedencia tanto como su caducidad–, así como proveer de una flotilla de drones artillados con munición no letal y provistos de cámaras de visión adecuada a la nocturnidad. De no atenderse a estos extremos, en apariencia banales, la herramienta se convertirá en una trampa mortal, será la boca del lobo y el costo no solo será en heridos y muertos, sino de índole social y político y ya sabemos quién pagará los terribles costos.
No hemos de insistir en lo logístico porque ya fue esbozado en relación con lo anterior, mas sí lo haremos en referencia a una política de Policía de cercanía, que en nuestro instituto comenzó a aplicarse a fines de los años noventa y principios de 2000. Luego, fue dejada de lado de manera poco inteligente, del mismo modo que la gestión de calidad por la que en 2011 el Ministerio de Interior premiara a su gestor canario, el ahora comisario mayor (retirado) Alejandro Aznárez, y que en lugar de que se extendiera a todo el país, se redujo al territorio de Canelones por parte de ciertos personajes que no merecen siquiera que se les recuerde, a pesar de que continúan pontificando sabihondos.
Ideas hay, tanto como proyectos elaborados. Son parte del futuro Programa 2025 de Cabildo Abierto. Las esperanzas de implementarlos existen en la medida en que suponemos que nadie es tan tonto para querer permitir que nuestro Uruguay se convierta de la noche a la mañana en alguno de esos países latinoamericanos a seiscientos y pocos kilómetros y a menos de ocho horas por carretera, o bien a poco más de seis mil kilómetros, donde el crimen organizado transnacional pretende liberar zonas y convertir esos países en Estados fallidos.
Aún estamos a tiempo, este año será crucial y un nuevo compromiso con el país ha de convocar a todos en bien de la nación y la patria.
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