Los cristianos occidentales a menudo desesperan al mirar la realidad de esta parte del planeta: piensan que es imposible revertir la apostasía y el ateísmo reinantes. ¿Es así? ¿Están perdidas la batalla cultural y la guerra espiritual? Algunos creen que sí. Europa del Este demuestra que no…
El padre de Viktor Orban, presidente de Hungría, era un ferviente comunista. Gracias a su esposa católica, Viktor, que nunca recibió educación religiosa tras su bautismo, retomó el contacto con sus raíces calvinistas. Hoy está librando una batalla cultural en defensa de los intereses de Hungría y en contra del pensamiento único de los burócratas de Bruselas. Apenas asumió, reformó la Constitución y estableció que el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer; reconoció los derechos de los no nacidos y los vínculos de la nación húngara con el cristianismo y, tras décadas de educación atea, reintrodujo la educación religiosa en las escuelas públicas.
También implementó políticas de familia como exoneración vitalicia del impuesto a la renta a familias con cuatro hijos o más; subvenciones a familias numerosas para comprar vehículos; créditos blandos para vivienda a familias con dos hijos o más; créditos blandos a mujeres a punto de casarse; bonificación a los abuelos que cuidan a sus nietos mientras sus padres trabajan… Además, creó veintiún mil nuevas plazas en guarderías y dispuso que las mujeres que acuden a practicarse un aborto escuchen antes el latido del corazón de sus hijos.
Hungría ha demostrado que sus políticas de familia funcionan. Entre 2010 y 2020, la tasa de fertilidad aumentó un veinticuatro por ciento, los nacimientos un 2,1 por ciento, los matrimonios un noventa por ciento, el empleo femenino un doce por ciento y los niños nacidos dentro del matrimonio un diecisiete por ciento. Por su parte, los abortos y los divorcios se redujeron un 36 por ciento.
En Croacia, el porcentaje de personas que creen en Dios aumentó del 39 por ciento en 1989 al 88 por ciento en 2014. Y si bien la población ha disminuido a causa de la alta emigración, desde 1991, el número de jóvenes que entran al seminario oscila entre cuatrocientos y quinientos por año. En 2013, los católicos croatas juntaron setecientas mil firmas para establecer en la Constitución –referéndum mediante– que el matrimonio es entre un hombre y una mujer. El 65 por ciento de la población apoyó la enmienda.
En noviembre de 2016 los obispos católicos polacos, el presidente Andreiz Duda y el pueblo católico reconocieron oficialmente a Jesucristo como Rey de Polonia y le pidieron que gobernara sobre su nación. En diversas celebraciones se incluyeron letanías como: “¡En nuestros corazones, gobiérnanos, Cristo! ¡En nuestras familias, gobiérnanos, Cristo! ¡En nuestras escuelas y universidades, gobiérnanos, Cristo! ¡Por la nación polaca, gobiérnanos, Cristo!”
En Georgia, luego de una campaña organizada por los obispos, la tasa de natalidad –que era la menor de Europa– pasó a ser una de las más altas entre los países poscomunistas. Tras décadas de educación laicista, se reinstituyó la educación ortodoxa oriental en las escuelas públicas: hoy se exhiben en ellas íconos y cruces ortodoxas.
En Rusia, tras la caída del comunismo, se reconstruyeron más de quince mil iglesias. Putin incluyó en el Código Penal una disposición que pena con hasta tres años de cárcel el “insulto a los sentimientos de los creyentes cristianos”. Está prohibida la “propaganda LGBT” y los anuncios sobre el aborto. La ley de aborto se restringió a las primeras doce semanas de embarazo y la Iglesia Ortodoxa Rusa está procurando su prohibición total.
La realidad de estas naciones demuestra que la historia de la secularización y del progresismo ideológico ni es inexorable ni responde a un determinismo absoluto. También demuestra que cuando los Estados abrazan la ley natural y el derecho natural, y las iglesias cristianas abrazan la fe sin componendas ni rebajas, las naciones pueden volver a crecer y a desarrollarse de forma integral.
Dios no ha muerto ni en Europa ni el mundo. Más tarde o más temprano, el totalitarismo ideológico que pretenden imponer los “dueños del mundo” a través de la ONU y demás instituciones globalistas caerá. Veremos un despertar religioso y un despertar político más respetuoso de la naturaleza humana. Los totalitarismos no duran para siempre, porque ninguna empresa humana dura para siempre. Quizá muchos no veamos la caída. Pero no tenemos la más mínima duda de que va a ocurrir.
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