Ciclón es una compañía de teatro independiente creada en 2019 por jóvenes uruguayos. La Mañana conversó con tres de sus miembros, Valentina Pereyra, Bernardo Scorzo y Federico Martínez, este último responsable de la dirección y dramaturgia de la obra Hambrientos de infinito, su última puesta en escena, sobre el poeta uruguayo Julio Inverso.
¿Cómo surgió Ciclón?
Egresamos en 2019 de la Escuela del Actor con la esperanza de crear juntos. Teníamos el sentimiento de que acá nadie nos iba a llamar para hacer nada, entonces nos propusimos hacerlo nosotros. Ese fue el puntapié inicial. Empezamos con Sueño de una noche de verano, pero el primer proyecto como Ciclón fue La tierra baldía. Después seguimos con De los héroes que no aterrizan en las islas de los cuentos, que ganó tres premios Florencio. Fue lindo, fue una sorpresa también. Nos sentíamos muy nuevos dentro del teatro uruguayo, que es medio cerrado. Es un reconocimiento, pero tampoco es que nos creamos más o menos por eso. Sentimos que nos sirvió para poder pararnos, hacer otra temporada y aprovechamos la publicidad que da eso.
¿Cuál es el diferencial de Ciclón en el ámbito cultural de nuestro país?
Somos como nómades dentro del teatro independiente. Creo que el cambio también nos caracteriza, como un teatro que cambia y que se cambia a sí mismo. Los diferentes proyectos que hemos hecho tienen en común que no son parecidos entre sí. También el hecho de que somos jóvenes. Todos tenemos alrededor de treinta años en promedio y eso me parece que acompaña la estética de las obras, de lo que se habla también y la impronta o energía arriba del escenario. Acá ves que hay sudor, hay lágrimas, hay pelea. Además hay una búsqueda de integrar otras áreas del arte para que aporten a una creación más genuina.
Pasa mucho que acá se hacen obras de extranjeros, pero a veces no van a lo nuestro, a un pibe como era [Julio] Inverso, un tipo que recorrió el mismo 18 de Julio que vos, entonces es mucho más cercano y eso atrae a los jóvenes. También tocar puntos del pasado atrae gente, precisamente, del pasado y es como encontrar puentes. Marosa [di Giorgio], por ejemplo, tiene algo que es muy universal y Julio también. Leés cosas de ellos y decís: “Esta perfectamente puede ser la mentalidad de alguien de veinticinco años ahora”. Y lo escribió hace treinta, cuarenta, cincuenta años una persona con otra crianza, en otro mundo. Encontrar esos cruces es alucinante, que haya algo que atraviesa el tiempo y llega a todas las juventudes en distintos momentos y épocas.
¿Cómo desarrollan los proyectos teatrales?
Todos tocamos un poco de todo, somos medio multitaskers. Eso es algo muy propio del teatro independiente: sos actor, pero a la vez sos director y productor o hacés otra cosa además de la actuación y eso también te nutre como artista. Cada proyecto tiene un impulso muy personal, siempre hay una inquietud individual que es el puntapié inicial. Después está todo el tema del financiamiento. Lo que hacemos es presentarnos a fondos como Cofonte [Fondo Nacional de Teatro], Fortalecimiento de las Artes o Nuestra [Festival de Artes Escénicas]. A veces los proyectos se financian en parte por algo que obtengamos, por ejemplo, Marosa ganó el Nuestra, que es un festival de dramaturgia nueva que financia obras, autores viejos o jóvenes, siempre que sean uruguayos. Hambrientos de infinito es la obra que más apoyo económico tuvo, ya que ganó el concurso de Fortalecimiento de las Artes, que es el gran premio de financiamiento en Uruguay y el que más dinero ofrece. Eso nos dio otra cintura para hacer la obra de otra forma, pero antes de eso nos financiamos con otros fondos que son mucho más chicos, como Cofonte, que te da cuarenta mil pesos, pero con eso no hacés una obra de teatro.
¿Qué significa el teatro para ustedes?
Valentina: El teatro es una forma de resistencia. No tanto resistencia política, sino resistencia a la vida diaria que uno tiene, que a veces es compleja. Capaz que no quiero estar nueve horas diarias en una oficina, pero estoy. Sin embargo, después de eso me voy a ensayar tres horas más y llego a las 23:30 a mi casa y salí a las 8 de la mañana. Entonces es una forma de resistir a ese adoctrinamiento o a esa manera de estar dormido. Yo siento que si solo hiciera las cosas que no me llenan, estaría dormida. Esta es la forma en que tengo de sentirme viva.
Bernardo: También hay algo del encuentro con la gente, del convivio, que creo que solo se genera cuando estás en una sala de teatro. Si vas al cine no está eso, porque estás intercambiando con una pantalla, pero acá hay una comunión muy única que implica salir a una región inexplorada y meterte en ese mundo con otra gente. Sentís que estás con la piel expuesta y eso te cambia. Es imposible que no te transforme de alguna manera.
Sobre Hambrientos de infinito, la obra inspirada en el poeta Julio Inverso, ¿qué los llevó a esta realización?
Julio Inverso fue más que un poeta, fue un artista multidisciplinario. Grababa cintas y hacía collages con oros, se sacaba fotos, grafiteaba… tenía un abanico artístico amplio. Estuvo muy presente durante la época postdictadura hasta 1999, cuando se suicidó. La obra toma todos esos años y mezcla ficción y verdad, está bastante desordenada pero hay una lógica que invita a trasladarse a otra época de Uruguay, a un Montevideo de mucha revolución en la juventud y en el arte. Lo que tiene de genial es que lo que escribió Inverso entre 1985 y 1999 se relaciona con lo que estamos viviendo hoy, al conflicto del artista, por ejemplo, que piensa: “Quiero vivir de esto, pero no puedo. ¿Me tengo que ir de acá para hacerlo?”. Creo que es una pregunta que cualquier persona que haya querido hacer algo artístico acá se la ha hecho, que nos sigamos preguntando esto cuarenta años después es medio loco.
¿A qué se debe la elección de narrar la historia desde la hija ficticia de Inverso?
Federico: Como iba a ficcionar la historia tomé cosas de la vida de Julio, pero después inventé otras. Inventé una hija que no tuvo –tuvo un hijo– y que esta hija encuentra una valija de sus padres y empieza a investigar sobre ellos. Esa es la trama. También quería tratar el tema del suicidio y cómo muchas veces el suicidio no se puede nombrar, no se puede decir, no lo podés contar. Si tu pareja, el padre de tu hija se suicidó, no le decís a tu hija: “Tu padre se suicidó”, porque es muy duro, muy fuerte, entonces ahí entra en juego la mentira y los cuentos que nos contamos. Para mí Inverso es un creador, un contador de cuentos, un payador, lo que quieras, entonces la hija tiene que adoptar ese rol para contarse una historia y entender su vida.
¿Qué piensan ustedes de esta obra?
Valentina: Amo esta obra. Creo que es de las cosas que más me ha gustado interpretar. Primero, porque Julio Inverso es una referencia y es un amor. Siento que lo quiero mucho, cuando lo leí por primera vez me brotó como una euforia, sentí amor por esta persona que no conocí. Después, interpretar a la hija y a la vez a la pareja fue difícil, pero actoralmente está de más que te propongan desafíos, probar cosas y transformarse.
Bernardo: Para mí fue un regalo. Julio es una persona que desde que la conocí me despertó mucha admiración, mucha motivación por ser artista, por vivir la vida de una forma muy pasional, muy joven, muy como si se terminara todo mañana. Poder interpretarlo es muy reconfortante, parece muy cercano por las condiciones en las que se crio, digamos que por su contexto social uruguayo y por el tipo de persona que era, siento como si fuera un amigo. Para mí es alguien que merece ser leído y que merece ser conocido.
Federico: Para nosotros fue tomar el legado de alguien que significó algo y darle un cuerpo, como un pase de antorcha. Lo que quería hacer él es que vos sacaras al poeta que tenías en vos. Para él, el poeta era el señor que barre la calle o el que corta las papas de tal manera, todo era material de poesía, y a mí me genera eso, entonces si lo puedo contagiar a otro es como estar pasando realmente la posta.
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