Como bien se sabe, el tradicional modelo económico del Uruguay está centrado en el sector agropecuario. Es allí donde se encuentra la ventaja comparativa del país. Conforme a la ortodoxia académica, y desde el inicio de la época moderna, la especialización en la producción nacional de cultivos y ganados nos ha permitido alcanzar mayores niveles de bienestar mediante el comercio internacional que intentar producir por nuestros medios los productos manufacturados a importar.
Por supuesto que esto es una visión estilizada –como suelen ser los modelos– pero bastante apegada a la realidad. Con tiempo surgieron algunas industrias locales en base a agregar valor a la producción agropecuaria, y otras respondiendo a la protección natural (distancia y costos de transporte) y la protección arancelaria (impuestos a la importación).
Pero dado que la plusvalía (para usar un término marxiano) originaba en el campo, la parte fiscal del modelo centró su interés en las exportaciones como fuente de recaudación para financiar los crecientes gastos urbanos vinculados a la creación de los grandes servicios públicos que fueron formando parte del “estado de bienestar”. Sea mediante impuestos, detracciones, subvaloración de la moneda extranjera o tipos de cambio múltiples, hubo una fuerte redistribución del ingreso del sector hacia la capital y sus habitantes.
El estancamiento
El sistema funcionó bien hasta que sobrevino el gran estancamiento del campo con la caída de los precios de los commodities (cultivos, carnes y lanas) con el cese de fuego en las Coreas (1954). Fue el inicio de la desestabilización macroeconómica del país. El presupuesto no cerraba, se fueron poco a poco las reservas acumuladas en la guerra y en las cajas de jubilaciones. Cada vez mas se recurría a la emisión monetaria (en esa época los mercados financieros no estaban prestando). La secuencia déficit fiscal, emisión, inflación, recesión y devaluación, se repetía en ciclos cada vez más cortos.
Paralelamente, se produjeron dos fuertes corrientes migratorios: uno externo y otro interno. Familias de clase media con integrantes de formación profesional no tuvieron problema en conseguir empleos en el exterior, debido a la calidad de la educación terciaria recibida. Un típico ejemplo de la “fuga de cerebros”. Por el otro lado, muchos residentes del interior del país migraron a la capital en busca de trabajo y mejores ingresos.
Se sucedían los gobiernos pero la gestión macroeconómica enfrentaba los mismos problemas una y otra vez. Ni las crisis financieras, institucionales o de deuda externa llevaron a cuestionar el modelo. Hubo un pequeño respiro a principios de siglo con el superciclo de precios primarios (2005-14), pero el fruto de la bonanza se dilapidó en una fuerte expansión del empleo en el sector público junto a proyectos faraónicos que nunca vieron la luz del día.
El presente
Han pasado 70 años y Uruguay ha quedado relegado económicamente frente al grupo de países avanzados que integraba en la posguerra inmediata. Una parte importante de la responsabilidad yace en habernos quedado atados a un modelo que hace décadas dejo de funcionar como promotor del crecimiento.
El modelo adolece de tres grandes problemas:
- En primer lugar, la dinámica productiva del modelo depende de la demanda percibida, de origen externo. Por los rezagos propios de la actividad, la producción no presenta una tendencia sostenida al crecimiento.
- Las fluctuaciones de demanda y precios –junto a los riesgos asociados a la producción– crean inestabilidad de los ingresos fiscales. La base impositiva del país es muy sensible a los efectos de derrame del sector agropecuario al resto de la economía.
- Las fases ascendentes del ciclo económico tienden a favorecer el otorgamiento de conquistas sociales que luego quedan desfinanciados en la fase contractiva, requiriendo financiamiento vía emisión y/o endeudamiento.
En resumen, consideramos que el modelo actual está agotado y difícilmente proveerá el crecimiento sostenido en los estándares de vida que requiere y reclama la población.
El campo como solución
Obviamente la actividad agropecuaria seguirá siendo uno de los pilares fundamentales de la economía, pero debemos expandir la plataforma productiva del país para incorporar nuevas áreas, productos y servicios. Uruguay necesita mercados para exportación de productos con valor agregado nacional para crear empleos de calidad.
En lugar de ajustes marginales, la economía debe evolucionar hacia un enfoque de transformación estructural a largo plazo que requerirá un fuerte apoyo del Estado en las etapas iniciales de las actividades proyectadas, mediante incentivos financieros, fiscales y de asistencia técnica (especialmente en comercialización). Se trata de crear un espacio virtual común donde concurran la academia, el empresariado y la sociedad civil, con especial apoyo las Pymes.
Un aspecto muy importante debe ser incentivar el retorno al campo como medio habitable para la familia. El Estado debe pensar en crear entornos comunitarios con fácil acceso, buenas comunicaciones, proximidad de escuelas y policlínicas, transportes colectivos y cercanía a los “clusters” de emprendimientos comerciales. Todo ello de forma de atraer familias a recuperar el nexo con la tierra y convivir en un ambiente sano y seguro.
Un nuevo modelo
Sin duda la clave de un modelo nuevo es la educación. Es la base de la investigación y la innovación, y junto a las comunicaciones, la llave al conocimiento. El país tiene que mirar al futuro e identificar oportunidades. No todos los emprendimientos serán exitosos; esa es la naturaleza del mercado. Pero las buenas ideas merecen apoyo. El nuevo modelo deberá crear espacios para que los innovadores puedan juntarse con inversores en las etapas iniciales del emprendimiento para lograr el financiamiento necesario para seguir adelante. De esa forma, el riesgo se reparte, así como las ganancias.
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