Cuando se analiza un determinado acontecimiento internacional es bueno atender a los factores internos y externos que movilizan a los actores involucrados. Pueden predominar unos u otros, pero difícilmente respondan únicamente a motivaciones de política doméstica o de geoestrategia.
La guerra, como decía Juan Pablo II, es siempre una derrota para la humanidad. Pero aun frente a este escenario, hay que desentrañar los factores que explican el panorama dado. En medio de una escalada de agresiones entre EE. UU. e Irán, el ataque y asesinato del General iraní Soleimani el pasado 3 de enero por parte de drones norteamericanos elevó a otro nivel el conflicto y el hashtag #Terceraguerramundial se volvió tendencia en las redes sociales.
¿Cuál fue la motivación del gobierno de EE. UU. para dar este paso? Trump alegó que Soleimani tenía previsto un ataque a la embajada de EE. UU. en Bagdad, aunque la oposición demócrata le ha solicitado pruebas que por ahora no aparecen. Para el analista internacional Mariano Caucino, basado en asaltos ocurridos en los últimos meses y con el temor de que se repitiera la humillación de lo que fue la toma de la embajada de EE. UU. en Irán en 1979, Trump habría tomado la decisión de evitar cualquier posibilidad semejante en un año electoral. Además, recuerda Caucino, aquel evento provocó en buena medida que el entonces presidente Jimmy Carter perdiera su reelección con Ronald Reagan.
Por otro lado, el gobierno de Irán, apenas terminadas las honras fúnebres a Soleimani, decidió realizar un ataque convencional con misiles a dos bases de la coalición internacional en Irak. En un principio se temió lo peor, pero con el paso de las horas se difundió que el ataque había sido limitado y anunciado a las autoridades iraquíes, sin voluntad de provocar bajas en filas norteamericanas. No obstante, fue una demostración de fuerza y una advertencia que seguramente no pasó desapercibida y en algún modo hizo acordar a los bombardeos de EE. UU., Gran Bretaña y Francia en abril de 2018 en Siria.
Tras los días de furia vino cierta calma con declaraciones por parte de EE. UU. e Irán que hacen pensar en la posibilidad de una salida negociada de este nivel de conflicto, ya sea a través de un nuevo acuerdo nuclear o con el repliegue de ambos en zonas críticas, como Irak y Siria. Sin embargo, la amenaza de destrucción de patrimonio cultural por parte de Trump así como el derribo de un avión civil ucraniano por parte de Irán muestran que el conflicto puede volverse totalmente irracional y criminal. Y todo puede ser cuestión de un error de cálculo.
La situación está muy difícil internamente para los países más involucrados en este asunto. EE. UU. con su presidente atravesando un juicio político en año electoral, Irán con masivas protestas y una importante crisis económica, Irak con presidente y primer ministro renunciados en medio de una convulsión social, Arabia Saudí con el peso de la condena internacional por el asesinato del periodista Jamal Khashoggi y varios príncipes presos e Israel con un empate político que dificulta la gobernabilidad de un Netanyahu acorralado por denuncias y un procesamiento por corrupción.
Veamos ahora el aspecto vinculado a las geoestrategias. En su discurso del 20 de enero de 2017, Donald Trump inauguró su presidencia anunciando su anhelo de buscar “amistad y buena voluntad con las naciones del mundo en el entendido que es un derecho de todas las naciones poner en primer lugar sus propios intereses”. Durante su conducción, se ha mostrado más respetuoso de los líderes fuertes y por el contrario tuvo gestos de desprecio hacia los gobernantes más sumisos.
Dijo también en aquella ocasión “reforzaremos viejas alianzas, formaremos nuevas y uniremos al mundo civilizado contra el terrorismo islámico radical”. El reforzamiento de las alianzas se dio a través de fuertes presiones comerciales y diplomáticas a socios como México, Canadá, la Unión Europea, Turquía y Corea del Sur. Por otra parte, las nuevas alianzas implican para Trump el fin del sistema de organización multilateral y de gobernanza mundial vigente. Hacia qué nuevo paradigma vamos es la gran incógnita.
Es cierto que Trump no inició el camino de la guerra internacional contra el terrorismo, proclamada por EE. UU. luego de los atentados del 11-s de 2001. Ese proyecto se llevó por delante al Derecho Internacional, generando la multiplicación y extensión del radicalismo por Medio Oriente, África y Asia, y provocando intensas olas migratorias que siguen afectando a Europa. El fortalecimiento del Estado Islámico llegó a ser tal que motivó un entendimiento inesperado entre Rusia, Turquía e Irán que fue clave para derrotarlo en el campo de batalla. Varios expertos internacionales coinciden que desde el derrocamiento de Saddam Hussein en 2003 Irán ha ganado influencia en la región, mientras que la guerra en Siria desatada en 2011 consolidó el papel de Rusia y está empujando a Turquía cada vez más lejos de la OTAN. Tanto Rusia como Turquía además están auspiciando un cese al fuego en Libia, en guerra civil desde 2014 tras el derrocamiento años antes de Muamar Gadafi.
En otras palabras, la guerra contra el terrorismo fue un gran fracaso para la gran estrategia norteamericana, por más que haya sido un lucrativo negocio para algunos particularmente. La revolución energética de EE. UU. de los últimos años, que le permite no solo el autoabastecimiento sino también tener capacidad exportadora, acelera la posibilidad de un repliegue de la zona de Medio Oriente. La cuestión es si el repliegue implica la retirada definitiva, una hipótesis improbable, o el reacomodamiento en esa región en función de las nuevas prioridades que ya no serían tanto la apropiación de los recursos petroleros, sino la regulación del precio a través del control de los puertos y estrechos principales.
En un interesante artículo publicado el 26 de junio de 2019 en el New York Times, el analista Robert Kaplan señaló que “las tensiones actuales son en menor medida sobre Irán y el Golfo Pérsico y más sobre China y el Océano Índico”. Para Kaplan la importancia que tiene el Golfo de Omán es que separa no solo a Omán de Irán sino también a Omán de Pakistán, y es en este último país donde China tiene una importante plataforma en el puerto de Gwadar para la Iniciativa de la Franja y la Ruta. “China ya está en Medio Oriente”, escribió el analista norteamericano, e incluso sería más importante para el país asiático que para EE. UU., por la dependencia energética que sí tiene China.
Además, puede agregarse, la salida de China a las aguas calientes por el Índico es fundamental ante las disputas que existen en el Mar de China. Algo similar pasa con Rusia que, buscando una alternativa a las aguas frías del Báltico, pone gran interés en su salida por el Mediterráneo, donde el estrecho de Kerch es clave y por eso el asunto de Crimea tiene tanta relevancia.