“Cuán abarcadora y a la vez fugitiva es la idea de Occidente”.
Horacio González en Página 12, 11 de enero de 2015.
En su discurso ante la Duma el pasado 29 de febrero, el presidente ruso Vladimir Putin dijo, en otras palabras, que los países occidentales exponían al mundo a la devastación de una guerra nuclear. Pocas semanas antes, en Davos, el presidente Milei había dicho que “Occidente está en peligro dado el avance de las ideas socialistas”.
Cuando un dirigente político alude a Occidente, ¿a qué se refiere específicamente?
A lo largo de la historia, el término Occidente ha ido adquiriendo diversos significados políticos, más allá de sus alcances geográficos. La palabra, y sobre todo el concepto dentro de ella, ha ido evolucionando según fueran los intereses en juego y el ángulo ideológico desde el que se la considerara. Felipe II podía vanagloriarse de que su imperio trascendía el Occidente, ya que en él no se ponía el sol. Spengler, al terminar la primera guerra mundial, se refería a la declinación del Occidente europeo-americano, una de una de las ocho altas culturas que había identificado en la historia universal
También hoy la noción de Occidente se presta a interrogantes que van mucho más allá de una referencia puramente geográfica. ¿Qué es o qué puede ser Occidente? ¿Qué no es o no será nunca Occidente? ¿Quienes quieren o no ser parte de Occidente? Y, en todos los casos, ¿qué intereses están en juego en torno del concepto?
Estas preguntas pueden tener tantas respuestas como lugares geográficos o ideológicos existen.
El ex presidente uruguayo Sanguinetti se refirió a Israel como “la primera trinchera de la estabilidad de Occidente” en La Nación del 4 de enero de este año.
Julio Algañaraz, en Clarín del 2 de febrero pasado, informaba que en Rusia, el secretario del Consejo de Seguridad, Nikolay Patrushev “exhortaba a sus oyentes a prepararse para una larga guerra con Occidente”.
Sergio Berensztein escribía ese mismo día en La Nación: “Milei se considera un punto de inflexión en nuestro recorrido histórico, basado (entre otras cosas) en un alineamiento con lo que él define como ‘Occidente’, que en la práctica implica Estados Unidos y sus aliados, en especial Israel”.
Lortis Zanatta, en un artículo de La Nación el 24 de enero, decía: “Milei quiere ‘defender los valores de Occidente’. Muy bien. ¿Cuáles? Democracia, pluralismo, derechos humanos, libertades civiles, laicidad, respeto a las minorías: no mencionó ninguno. Solo la ‘libre empresa’”.
En todo caso, Occidente es parte también de la fragilidad del actual sistema internacional, que se caracteriza por la guerra en etapas que padece el mundo contemporáneo en la descripción del papa Francisco. En Occidente nació y desde Occidente se usó la bomba atómica contra Japón. Occidente coexiste con los conflictos no resueltos o la inestabilidad que se verifica en Afganistán, el Alto Karabaj entre Armenia y Azerbaiyán, Irak, Israel y los territorios ocupados en Palestina, Líbano, Libia, Siria, Sudán, Kosovo y partes de la antigua Yugoslavia.
En este penoso contexto descuella por su número de víctimas, su extensión y potencial expansión, la actual guerra producida por la criminal invasión rusa a Ucrania.
A estos dramas se suma la creciente presión de procesos migratorios internacionales a gran escala. No se logra encontrar soluciones ni en su origen ni en su destino. Se produce una dramática pérdida de vidas humanas en el intento desesperado por huir del mal en el no-Occidente y alcanzar un ideado oasis de paz en un Occidente que se niega a recibirlos.
Todo este horror, que no ha podido ser previsto y evitado por las Naciones Unidas y sus instituciones, nos obliga a pasar por el tamiz de la crítica la noción de Occidente.
En todo caso, los países que se consideran orientados por los valores de un Occidente ideal tienen la responsabilidad histórica de ser ejemplares en la vigencia efectiva y simultánea de los valores de justicia, libertad y paz, junto con el imperio del derecho y la vigencia de la democracia.
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