El centenario de la Orden Maronita en Uruguay revela un relato de fe, tradición y resiliencia que ha dejado una profunda huella en la cultura y la sociedad del país. Esta misión libanesa, significativa en la vida nacional, celebra cien años de influencia y legado, marcando un hito en la historia de la comunidad maronita en tierras uruguayas.
Integró el Imperio otomano por más de cuatro siglos, y en sus ciudades aún hay vestigios romanos y fenicios. Se trata de un crisol de culturas en el que el árabe y el cristiano convergen. Jesús caminó por sus tierras y las antiguas escrituras dan testimonio de que eligió el sur para sus planes. Cercano a Tierra Santa, el Líbano es el único país donde el cristianismo florece y, de hecho, lo hace desde hace un buen tiempo. Si bien es cierto que en las últimas décadas la población cristiana pasó del cincuenta al 38 por ciento, se trata de más de dos millones de personas, dentro de los cuales la mayoría son maronitas, es decir, católicos de una iglesia oriental en comunión con la Iglesia Católica Romana, con una tradición de más de 1600 años. Sus seguidores se denominan de esta forma en referencia a San Marón, inspirador del movimiento antioquiano surgido en la zona entre Siria y Turquía, de donde vino esta comunidad que luego se enraizó en el monte Líbano y que en 1635 fundó la Orden Libanesa Maronita.
Pero la segunda mitad del siglo XIX fue dolorosa para los libaneses católicos, quienes sufrieron persecución por su fe, lo que llevó a muchos a decidir emigrar a países de América. En el primer cuarto del siglo pasado, Uruguay recibió la mayor oleada inmigratoria de libaneses, lo que hoy los convierte en la tercera identidad –luego de españoles e italianos– en un país formado por gente descendiente de barcos. En términos aproximados, se estima que la colectividad libanesa está formada hoy por más de setenta mil personas, en su inmensa mayoría de tercera y cuarta generación. Por supuesto, la vida religiosa llegó junto con las nuevas esperanzas y el 10 de marzo de 1924, tras un largo tiempo de solicitudes enviadas por la colectividad y los inmigrantes libaneses maronitas a la arquidiócesis de Montevideo –que estaba en comunicación con la Santa Sede y actuó como puente– desembarcó Jorge Shallita, el primer abad considerado padre de la misión en Uruguay. Fue él quien tuvo el rol de misionero apostólico para atender las necesidades pastorales y educativas de los descendientes de libaneses y a los feligreses maronitas y quien respondió a una solicitud que databa de largos años. En 1888 fue enviada la primera carta de solicitud de un sacerdote maronita a monseñor Yeregui, lo que da una idea de que existía una comunidad considerable de libaneses para entonces.
En 1929 se inauguró la parroquia Nuestra Señora del Líbano. Obra del arquitecto uruguayo Eladio Dieste. El edificio cuenta con los característicos techos autoportantes. El barrio elegido para erigirlo fue Sayago, punto montevideano donde la colectividad era mayor y donde existía una fábrica textil libanesa que daba trabajo a los inmigrantes. Y aunque podría parecer que estos hechos remiten a un pasado extinto, solo se trata de las raíces de un árbol que continúa dando frutos.
Un lugar de puertas abiertas
El pasado domingo fue un día especial para la colectividad libanesa. Por un lado, se celebró el Día del Inmigrante Libanés. Por otro, la Orden Maronita de la Beata Virgen María conmemoró el centenario de su misión en Uruguay, acto para el cual llegó desde el Líbano el padre abad Edmond Rizk, superior general de la orden, para una ceremonia que tuvo lugar en la parroquia Nuestra Señora del Líbano.
Desde el Líbano vino también, aunque desde hace tres años, el padre César Lahoud, misionero y párroco de la parroquia. Cuando llegó, sabía de Uruguay lo obvio: algo de la historia del fútbol y que había una comunidad maronita. Del español manejaba algunas palabras aprendidas por internet y que fortaleció con clases presenciales hasta lograr un español fluido que utilizó para conversar con La Mañana.
“Nuestra parroquia atiende a todos los feligreses del rito de la Iglesia Católica sin discriminación alguna. Los sacramentos se celebran en rito romano y maronita”, describió.
Para el padre Lahoud, la llegada del superior general de la orden es “motivo de alegría y signo de interés de la Orden Maronita en continuar y apoyar esta misión histórica que contribuyó a mantener el contacto y la comunicación entre el Líbano emigrante y el Líbano, siendo puente cultural y lugar de encuentro e intercambio”. Aseguró, además, que es una oportunidad para renovar el compromiso de servir a la Iglesia y a Uruguay según su tradición, carisma y espiritualidad. “A pesar de todos los desafíos, hay que apreciar el espíritu de la paz y tener un gran espíritu de solidaridad que caracteriza al pueblo oriental”, subrayó.
Ser conscientes de vivir una fecha histórica
Al igual que sucede en otras colectividades, mantener esta linealidad tiene sus propios desafíos. “En nuestra colectividad quedan muy pocos oriundos del Líbano. Hay una característica clara que es que nuestros antepasados se mezclaron rápidamente con otras culturas”, explicó a La Mañana Roberto Matta Karam. Sin embargo, en su caso, esto no sucedió así. Su madre había llegado del Líbano con cuatro años, y se casó con su padre, hijo de libaneses, porque eran del mismo barrio.
El legado a transmitir a las nuevas generaciones es valioso porque hay sacrificio detrás. “El libanés forjó casi todo en Uruguay con mucho trabajo. Muchas veces venían y entregaban aquel famoso baúl, que cargaban de mercadería y salían hablando árabe. Nadie se explica cómo se hacían entender, pero iban vendiendo puerta a puerta. Al principio en Montevideo, después en el interior, a caballo, en carreta, muchos murieron porque los asaltaban, los robaban. Es una vida muy compleja la del inmigrante libanés, eso no lo tenemos que olvidar”, resaltó Matta Karam, quien además realizó su primer casamiento en rito maronita y guarda un vínculo íntimo y familiar con la parroquia Nuestra Señora del Líbano. “Estoy muy vinculado a ella, la siento como mía. Me acuerdo de mi familia. Mi mamá era feliz en la parroquia. Creo que no nos damos cuenta aún de lo que nos tocó vivir, cien años es una fecha histórica. Y nos tocó transitarlo nosotros. A medida que seamos más conscientes de esto, cada vez vamos a ponernos más orgullosos de los que han hecho tanto por la misión”.
El orgullo de la sangre joven
En tanto, Jamil Murad forma parte de las nuevas generaciones de descendientes libaneses. Su bisabuelo y su padre llegaron desde Medio Oriente a nuestras tierras. “Tuve la suerte de vivir un tiempo con mis abuelos libaneses que solamente hablaban árabe”, contó en conversación con La Mañana. Gracias a esto, y a la cercanía barrial, su familia participó de forma activa en la actividad parroquial, incluso colaborando en el proceso de inserción de los misioneros que llegaban directamente desde el Líbano sin hablar español. “Compartí muchos momentos en la parroquia. Hoy es mi segunda casa, pero en algunos momentos fue la primera”, dijo. Sin embargo, también recordó la figura de su abuelo que, una vez llegado a Uruguay, y por algunas cuestiones más relacionadas al destino, se radicó en Salto, no pudiendo acceder con tanta facilidad, como los que quedaron en la capital, al culto maronita presencial.
A un centenar de años después del desembarco de Shallita en el Puerto de Montevideo, Murad subraya el orgullo que siente por ser inmigrante libanés. “Con una mano adelante y otra atrás, los primeros inmigrantes se la rebuscaron para sacar a sus familias adelante. Hoy no hay un descendiente que no sepa esto ni lo resalte”, concluyó.
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