En su edición del 28 de febrero pasado, La Mañana publicó una entrevista con Lucía Curbelo, presidenta del Instituto Nacional de Inclusión Social Adolescente (Inisa), en la que se daba cuenta de la apuesta por la formación de los funcionarios por parte de la institución. En ese marco, el lunes pasado la conferencia magistral de Germán Aller “El incremento de la utilización de jóvenes en el crimen organizado y el narcotráfico” fue una oportunidad única para todos los interesados en el tema de la minoridad infractora.
El penalista y criminólogo Germán Aller, doctorado en Derecho por la Universidad de la República, es el actual director del Instituto de Derecho Penal y Criminología de la Facultad de Derecho. Su extenso currículum incluye su condición de miembro de academias de Derecho y Ciencias Sociales en México, España y Argentina, así como la autoría de diversos libros y artículos sobre la materia. Aller ha sido distinguido como caballero de la Orden del Corpus Christi de Toledo.
Aller comenzó su exposición con una aclaración y una advertencia. “No soy un experto en estas cuestiones, simplemente puedo aportar un conocimiento relativo desde el punto de vista criminológico y de derecho penal, pero no es el derecho penal el que resuelve este tipo de conflictos”, explicó el especialista, puesto que la problemática de los menores infractores es un fenómeno más complejo. “Cuando entramos en este terreno vinculado a lo punitivo encontramos zonas grises y oscuras, son pocas las alegrías. La realidad no es blanco y negro, los matices son opacos”, advirtió.
A continuación, Aller planteó la dimensión epistemológica del problema: “¿Quién es menor en relación con qué?, ¿cuándo se deja de ser niño? La definición ha ido cambiando, el legislador la puede cambiar de un plumazo. Y aunque el conocimiento científico sea tanto o más acertado que el del legislador, no es derecho, por lo tanto, tiene un valor relativo. ¿Es mayor de edad una persona de veintiún, veintidós años? Depende de en qué contexto, de la educación, de qué lugar provenga, qué ambiciones tenga, qué propósitos. Es decir, lo que nos hace mayores es poseer ciertas definiciones de vida, haber tomado decisiones que dan la pauta de que se ha entrado en una adultez, tal vez no psicológica pero sí fáctica”. Como se verá, esta definición permite entender el proceso por el que el menor de edad se visualiza a sí mismo como delincuente y, sobre todo, se forma como tal.
Un problema generalizado
En varias ocasiones, Aller hizo énfasis en que no se está ante una problemática puntual de nuestro tiempo o nuestro país. “En la actualidad parecemos convencidos, no solo en Uruguay, sino en muchas partes del mundo, de que es novedad que los menores sean utilizados para cometer delitos, hoy especialmente en el narcotráfico. Pero siempre hubo menores comprometidos en el delito por muchas razones: porque le sirve al que pergeña, al que está detrás, porque es mano de obra barata, porque así el adulto se arriesga menos. Esto ha sido siempre así. Los menores, por su parte, siempre encontraron en esos adultos un mundo en el que potencialmente, a su manera de verlo, se sentían más libres y que podían hacer cosas inimaginables desde su perspectiva acotada”.
En cuanto a la historicidad del fenómeno, el jurista expuso una preocupación por los niños que ha atravesado siglos: “Hoy nos toca volver a hablar de los niños porque estamos ante personas muy maleables, cuya labilidad puede mutar, cuyos aspectos de resiliencia pueden tener cambios estructurales muy rápidos. Las razones de ese interés son obvias. No solo abarcan aspectos sensibles y humanos de solidaridad, sino también pragmáticos u objetivos: saber que allí tenemos el futuro de la criminalidad. Así como tendremos entre esos niños a los futuros legisladores, empresarios, etcétera, también tenemos a los futuros criminales”.
Un primer plano del problema tiene que ver con la naturaleza del adolescente. Dijo al respecto Aller: “Los niños y adolescentes se involucran en el ámbito de la criminalidad o de la transgresión buscando algo que en principio no pueden conseguir de otra manera. Nadie nace con vocación de delincuente. Siempre se ha buscado una aproximación científica pero nunca se encontró nada. Cualquiera de nosotros, con otra educación, en otras circunstancias, con otros parámetros sería diferente. Los valores los aprendemos. Nadie nació para ejercer una profesión o una actividad. Nos vamos forjando”.
El delito debe comprenderse como un fenómeno cultural, producto de relaciones sociales y culturales antes que de características intrínsecas del individuo. En ese sentido, Aller destacó un cambio fundamental en nuestras sociedades: las exigencias sociales son cada vez más fuertes, lo que aumenta el grado de marginalidad y exclusión. Durante décadas vivimos en un esquema de inclusión que implicó condiciones y exigencias al individuo a cambio de su integración en la sociedad, hasta que nos transformamos en una sociedad de exclusión, que expulsa, en la que cada vez es más difícil mantenerse integrado.
“Tenemos la capacidad social de absorber distintos grupos humanos, pero los que no están en esos grupos quedan fuera de la sociedad. Los perdedores de la marginalidad son los más vulnerables. Tenemos que trabajar para disminuir esa vulnerabilidad, pero es un trabajo quimérico si no damos condiciones para que esa persona vulnerable pueda desarrollarse por sí misma”, explicó Aller y puso el ejemplo de José Irureta Goyena, quien fuera un infantojuvenil, pero que, gracias a la intervención de un religioso que encontró en él un muchacho con buena madera, se convirtió a través del estudio en unos de los primeros catedráticos de fuste del derecho penal en nuestro país.
La subcultura criminal
“El delito no se hereda, se aprende en la interacción humana como aprendemos a caminar o el lenguaje. Es un pensamiento adquirido. La buena noticia es que lo que se aprende se puede desaprender”, dijo Aller.
“Los grupos criminales siempre han buscado ese tipo de mano de obra que aprende fácil, rápido, cuyos horizontes de libertad pueden maquillarse. Ese niño se siente libre cuando empuña un arma o forma parte de un grupo criminal porque cree que toma ciertas decisiones. Aunque la realidad es que esas vidas suelen ser muy breves, esos grupos dan identidad a los menores”.
El delito se aprende durante la juventud, así lo señalan los estudios: “Allí está la matriz”. Una vez que se ha comenzado con la carrera delictiva el individuo aprende no solo el razonamiento, sino también la técnica y sobrevienen mecanismos de neutralización y justificación. “No es necesariamente un razonamiento, es un pensamiento fáctico, de sobrevivencia en un mundo hostil”.
La mayor parte del delito es cultural, producto de subculturas, insistió Aller. No es un fenómeno individual, se expresa en bandas de menores aglutinados por la frustración común. Tampoco puede hablarse de determinismo social: la mayoría de las personas criadas en contextos vulnerables no incursiona en el delito, sí las personas con mayor labilidad.
Normalmente hay un proceso que lleva a un menor a convertirse en delincuente y asumir ese rol, durante el cual pasa por instancias intermedias en las que es posible intervenir. Se comienza con tropelías de menor entidad por parte de una persona joven, rebelde, sin horizonte claro que tarde o temprano se ve enfrentado a la autoridad carcelaria o judicial. Esa persona es internada, pero fuera de excepciones, pasa a ocupar un lugar subalterno en un ambiente vertical y de reglas muy estrictas como es el de los internos. Ese menor actuará según esas reglas y tendrá todas las contras y ningún beneficio de ser delincuente. Pero este razonamiento no lo hace, solo es un mecanismo de adaptación social, de sobrevivencia.
El individuo llega a la cárcel siendo un ignorante y allí aprende las técnicas para delinquir, a adaptarse y también aprende a aceptar que le puede volver a tocar estar preso; por lo tanto, también de alguna manera, consciente o inconscientemente, se prepara para ello.
Detrás de todo esto, señaló Aller, está constantemente la droga. La gente que recurre al negocio de la droga busca menores porque son campo fértil, para una actividad que cumple todos los requisitos: trabajo seguro, cierto poder barrial, grupo subcultural. Los jóvenes son bien recibidos. Primero y principalmente, se va a vender droga a jóvenes, por eso son necesarios otros jóvenes para hacerlo.
El narcotráfico utiliza niños por la misma razón que lo hacían los delincuentes romanos, egipcios o griegos: se puede forjar la personalidad de un niño más fácilmente.
Por eso nuestro gran problema es la educación. Con ella es como se atacan los problemas de criminalidad, además de la acción policial.
“La pauta moral, los valores morales que se aprenden en la casa son los primeros y más potentes inhibidores del delito, los más seguros. Ese valor hoy está menguado en muchos sectores y no solo bajos y medios”, concluyó el experto
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