La cultura de la cancelación, que consiste en retirar el apoyo, ya sea moral, financiero, digital e incluso social, a aquellas personas que fueron acusadas de haber realizado algún acto o expresión ofensiva –como se ve últimamente casi diariamente– también podría ser aplicable a lo que les sucede a determinados grupos sociales que terminan siendo marginados por el sistema social institucionalizado hasta ser invisibilizados. De hecho, si se observa con atención lo que está sucediendo en gran parte del mundo occidental, puede verse claramente cómo hay problemáticas que trascienden fronteras: el aumento de la gente sin techo, de personas con depresión o adicciones, o el incremento del endeudamiento privado, especialmente en personas de bajos y medios recursos. De esa forma, no solo son cancelados aquellos que transgreden la moral de la nueva agenda global progresista, sino también aquellos que por diversas situaciones –carencia educativa, problemas económicos, salud mental, etcétera– terminan fracasando en su inserción social.
Es evidente que nuestra cultura occidental está teniendo serios inconvenientes para lidiar con estos problemas. Y no nos referimos a los problemas pseudo morales, sino más bien a los económico-sociales. Parece un comportamiento paradigmático de nuestra época elegir no ver las anomalías que terminan por menoscabar el propio funcionamiento de nuestro sistema social. Así, se han venido practicando recetas edulcoradas, especialmente económicas, en distintos países, por algunos gobiernos que aplican la famosa teoría del derrame, otros la muy mentada distribución de recursos y los planes sociales, pero ninguno ha tenido éxito en revertir una situación que tiende a acentuarse. Y que de algún modo le abre las puertas a otras formas de cohesión social, como pueden ser las organizaciones criminales que operan dominando un territorio en el que el Estado tiene poca o nula presencia.
Culpabilidad del deudor
El problema del endeudamiento privado –que estaba invisibilizado en el Uruguay hasta que Cabildo Abierto puso el tema en discusión a nivel político– tiene muchas aristas que están obviamente relacionadas a problemas psicológicos, como depresión, suicidio, adicciones, etcétera, pero también a problemas sociales, como conflictos intrafamiliares. Además, en la medida en que una persona queda fuera del sistema financiero formal, surge como una posibilidad la economía informal, sustentada por organizaciones criminales, lo que termina incidiendo también en la seguridad pública.
Sin embargo, cuando se visibilizó esta situación –a diferencia de lo que se esperaba– el sistema financiero y la mayor parte del espectro político se decantaron por descubrir las bondades de la educación financiera, pretendiendo obviar que habían pasado casi dos décadas desde que se habían instalado las financieras que otorgan créditos ultrarrápidos –y que han sido el origen del problema–, optando por concluir que el deudor es culpable de no cumplir un contrato que firmó por más injusto que haya sido.
No obstante, este tema ya ha sido analizado por la academia en distintos países, algunos cercanos, como es el caso de Chile que desde 2012 produce papers académicos al respecto.
“Durante los últimos años Chile ha experimentado una gran expansión en el crédito de los hogares. Las tasas de deuda sobre ingreso han aumentado cerca de un 56 por ciento entre el 2003 y el 2009 (Fuenzalida y Ruiz-Tagle, 2009). Uno de los elementos más importantes en este aumento del crédito corresponde a la expansión del sector no bancario, como las casas comerciales. Estas han aumentado el acceso al crédito para un sector importante de la población que antes estaba restringido (Montero y Tarjizán, 2010). Sin embargo, este sector ha mantenido consistentemente peores condiciones crediticias, a saber, tasas de interés muy altas, tasas de maduración pequeñas, y persecución constante sobre los deudores (Matus et al., 2010). (Álvaro Miranda, ¿Nos deprimen las deudas? Análisis del impacto de las deudas sobre el bienestar subjetivo).
En este trabajo, que estudia la relación existente entre la deuda y el bienestar de los individuos, se analiza cómo el estar endeudado, especialmente con los llamados créditos rápidos, genera mayores posibilidades de tener depresión u otros problemas relacionados con la salud mental. Pero, además, nos permite apreciar la globalidad del problema, porque fue justamente a principios del siglo XXI cuando desembarcaron en el mercado, de manera masiva, las financieras no bancarias, en España, en Uruguay, en Chile, y otros tantos países, dándole origen a la situación actual.
De hecho, la llegada de estas financieras significó el acceso al crédito a un enorme porcentaje de la población que no tenía posibilidades de acceder a otra forma de financiamiento. Y por medio de un enorme e intenso lobby publicitario se incentivó en la población un cambio de hábito que hizo posible que miles de uruguayos aceptaran la posibilidad de pedir y recibir dinero de forma casi instantánea y casi sin condiciones por parte de estas financieras. Paradójicamente, en ningún momento salió el Banco Central del Uruguay a realizar una campaña de concientización sobre la importancia de la educación financiera, ni tampoco el Ministerio de Economía y Finanzas del momento propuso abordar una política de comunicación en ese sentido.
Es más, parecería haberse preferido cancelar o, mejor dicho, no prestar atención deliberadamente, invisibilizando los impactos que el estrés financiero pueda tener en la salud mental de las personas, que no solo ocasiona un sentimiento de culpa y malestar en el endeudado, sino también le genera un sentimiento de estancamiento vital, pues esa situación financiera limita su libertad de acción.
Entonces, si uno analiza simplemente la situación que viven los ochocientos mil deudores irrecuperables del Banco Central del Uruguay, uno podría estimar cuántas de estas personas padecen algunos de los problemas enumerados, y cómo buscar una solución a su situación podría ser algo vital, sobre todo, teniendo en cuenta lo desdibujado que está nuestro entramado social.
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