Los grandes maestros de la ingeniería social saben que deben jugar a dos puntas para que el edificio del Nuevo Orden Mundial no se les descalabre del todo: si legalizan el aborto, tarde o temprano deben, necesariamente, legalizar la eutanasia.
Desde que se presentó el primer proyecto de ley de aborto en Uruguay –en plena dictadura–, legislatura tras legislatura, hubo quien promovió proyectos similares. En 2013, lograron aprobarlo.
¿Cuál fue el principal argumento? El riesgo de vida de la madre; aunque también se reclamó el aborto para los casos de violación. Para los colectivos feministas y los legisladores partidarios del aborto, el número de mujeres que moría por abortar de forma clandestina era escandaloso.
Sin embargo, una nota fechada el 8 de febrero de 2010, publicada en la web de la Organización Panamericana de la Salud, informa que “la mortalidad materna en Uruguay bajó de un promedio estable en la década del noventa de 2,3 por cada diez mil embarazos, que equivalían a trece muertes anuales, a 1,5 cada diez mil en 2008, igual a siete decesos, una tasa similar a las que muestran Estados Unidos y algunos países de Europa occidental”. En otras palabras, en Uruguay, el argumento de la alta mortalidad materna nunca fue válido, pues dicho indicador, en nuestro país, antes de que se legalizara el aborto ya era similar al de países que tenían el aborto legalizado.
¿Cuántas mujeres abortaron de 2013 a 2023 por la causal “riesgo de vida”? Sesenta. ¿Cuántas por anomalías fetales incompatibles con la vida? 55. ¿Cuántas por violación? Veinticinco. ¿Cuántas por “la sola voluntad de la mujer” (o bien, porque les dio la gana)? 85.088.
Ello significa que el 99,84 por ciento de los abortos –en diez años de aborto legal– se produjo por la sola voluntad de la mujer, y solo el 0,16% por ciento por otras causas. Son 85.228 niños y niñas impunemente matados al amparo de una ley cuya aprobación se basó en argumentos falsos. Son 85.228 ciudadanos y ciudadanas menos en un país despoblado, que padece un gravísimo “infierno” demográfico.
Los “ingenieros sociales” parecen ser bien conscientes de esta tragedia. Ellos saben que nuestra natalidad viene en picada. Y como no quieren dar un paso atrás en la legalización del aborto ni en la promoción de todo tipo de conductas antiprocreativas –“agenda de derechos”, le llaman– plantean una solución para evitar que la pirámide poblacional se invierta del todo. ¿Cuál es? La legalización de la eutanasia y el suicidio asistido: si baja el número de niños, debe bajar el número de ancianos. De lo contrario, colapsará la seguridad social.
¿Cuál es el principal argumento para legalizar la eutanasia? El sufrimiento insoportable que padecerían algunos enfermos al final de su vida. ¿Qué dicen los médicos paliativistas? Que los avances farmacológicos actuales permiten eliminar el sufrimiento de prácticamente cualquier paciente que se les presente con dolores insoportables.
Una vez más, con base en una casuística que los números no justifican en absoluto, se pretende legalizar una práctica a la que tarde o temprano podrían acceder personas más o menos deprimidas por situaciones de estrés, bullying, etcétera, muy alejadas de las causas que se invocan para aprobar la ley.
No por casualidad, la Asociación Médica Mundial (AMM) estableció en 2019 que “reitera su fuerte compromiso con los principios de la ética médica y con que se debe mantener el máximo respeto por la vida humana. Por lo tanto, la AMM se opone firmemente a la eutanasia y al suicidio con ayuda médica”.
En suma, así como la principal causa de aborto es hoy la sola voluntad de la mujer, si se aprueba la ley de eutanasia, la principal causa de esta práctica podría ser en breve “la sola voluntad del paciente”. Y solo bastará para ejercerla que el paciente no encuentre sentido a su vida. En un país en el que los suicidios de adultos y adolescentes han alcanzado cifras tan escandalosas como preocupantes, aprobar la eutanasia y el suicidio asistido equivale a decirle al que sufre: “Está muy bien que termines con tu vida”.
“¡Eso no va a pasar!”, dirán algunos. Pues fue lo que pasó con el aborto. El 99,84 por ciento de los abortos no tiene nada que ver con los casos de violación o riesgo de vida de la madre. ¿Cómo afirmar que nunca pasará algo análogo con la eutanasia si es evidente que aborto y eutanasia son dos caras de la misma moneda? Para colmo, una moneda acuñada en otras latitudes, cuyas consecuencias pagamos los orientales.
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