Reseña realizada por Alberto Methol Ferré sobre el libro Las venas abiertas de América Latina, publicada en revista Víspera, n° 28, 1972.
La obra podría tener como frontispicio la sentencia de aquel viejo católico de León Bloy: “El dinero es la sangre del pobre”. Esta es la tesis central de Galeano, que mueve toda su comprensión histórica del proceso de América Latina. La que le da su dramatismo, su dinámica, no solo al nivel de la vida social sino, por supuesto, de las relaciones internacionales con las sucesivas metrópolis: “Es América Latina la región de las venas abiertas. Desde el descubrimiento hasta nuestros días, todo se ha trasmutado siempre en capital europeo o, más tarde, norteamericano, y como tal se ha acumulado y se acumula en los lejanos centros de poder”.
La intención es diáfana: perdimos, otros ganaron. Y ganaron, porque nosotros perdimos: la historia del subdesarrollo de América Latina integra la historia del desarrollo del capitalismo mundial desde el siglo XVI. Por eso el libro ofrece una “historia del saqueo y a la vez cuenta cómo funcionan los mecanismos de despojo” (de ayer y de hoy). Una mera historia de saqueo caería en la repetición melodramática, sin salida. Una historia de la formación de los diversos mecanismos de saqueo, nos da una articulación de la realidad, que desborda la mera denuncia.
La obra quiere conjugar el conocimiento histórico concreto con el develamiento de dinámicas estructurales, sin caer ni en la acumulación anecdótica, ni en el manipuleo de estructuras abstractas, sin historia, como es hoy vulgar en América Latina. La vida de la estructura es la anécdota y sólo la anécdota, la significación de la anécdota nos hace configurar las estructuras. La una sin la otra, son irreales. Allí reside el valor del libro, su energía comunicativa.
La verdad, sin embargo, es que, en las primeras decenas de páginas, nos había causado cierta fatiga un tono demasiado sostenido, uniforme, de indignación, que ni siquiera un buen estilo como el de Galeano puede sobrellevar. Por fortuna, esa tensión de una sola carrera, ese recorrido sostenido en la miseria humana, con cierta elegancia y toques de humor metafóricos, va dibujando poco a poco claros perfiles “estructurales” en esa misma historia, dentro de ella y no yuxtapuesto a ella, como ilustración, y así cuando el tono de Galeano abatía nuestro interés, la arquitectura de la obra se nos imponía, y nos hacía proseguir renovados. Quizá sea esto una diferencia de sensibilidad, más que un reparo objetivo. También la historia mundial se puede escribir, desde el pecado original, con indignación. Lo sabemos, pero no nos basta, no agota esto la realidad de esa vida histórica.
La arquitectura de la obra es casi perfecta, y en ella reside su originalidad. Primero, la secuencia histórica toma como base las “materias” básicas a partir de las cuales se configura América Latina como dependiente. En primer lugar, la secuencia del oro y la plata, en los orígenes, desde la conquista, el Potosí, hasta Ouro Preto. Un corte unificador de la parte española y la parte lusitana de América. Luego le siguen otras secuencias: la del azúcar, desde el nordeste brasilero a las islas del Caribe, hasta la Cuba de hoy. Luego el caucho, el cacao, el algodón, el café, la ganadería, el salitre, el estaño, el hierro, el petróleo. De tal modo, estos “cortes” que podrían desmembrar la historia global de América Latina sirven sin embargo para anudarla mejor en su unidad. Es un conjunto de secuencias, que enlazan todo por encima de las divisiones administrativas y estatales, sin perder jamás su ritmo histórico propio, desde el comienzo al fin. Y enlazándose las unas con las otras, en ese vaivén que impone la obra, del ayer al hoy, en cada uno de sus “sectores”, de modo que éstos van marcando la marcha de la totalización. Esto está admirablemente logrado. Cada materia básica tiene su historia global propia, sus etapas, y así, en esta conjugación de perspectivas, al modo de ciertos cuadros cubistas, surge un orden claramente inteligible.
La segunda parte de la obra tiene otro ritmo distinto: no es ya la historia de la dinámica “extractiva” sino que parte desde la fracasada independencia al iniciarse el siglo XIX, y nos hace la historia de la “muerte temprana” de los esfuerzos de desarrollo propio, industrial. Así, la secuencia tiene otra lógica, la de las frustraciones de Lucas Alamán, de Artigas y Rosas, de los López, y la expansión imperialista en el siglo XIX. Con los intentos unificadores y proteccionistas latinoamericanos, surge la comparación obligada con el desarrollo norteamericano.
Esta segunda secuencia culmina en “la estructura contemporánea del despojo”, y en la variación que implica el pasaje de la dominación inglesa a la norteamericana en sus derroteros actuales: a la balcanización antigua, le sigue ahora la tendencia a la integración a través de la banca, los monopolios, el control de las industrias básicas, la tecnología, etcétera. Ahora, la unidad de América Latina aparece impulsada por el propio imperialismo.
Tal, en síntesis, este vasto fresco. Nos permitiremos algunas breves apreciaciones finales. Pocas, pues nuestros reparos exigirían otro libro, ya que suponen otra visión global de la realidad.
Nos parece que la obra se cierra con una singular contradicción. Primero nos señala cómo la balcanización latinoamericana se funda en la dependencia, es un fruto de esa dependencia. Luego, apreciando la dimensión de los Estados actuales de América Latina, señala que Brasil es “el país llamado a constituir el eje de la liberación o de la servidumbre de América Latina”. Es probable que así sea, pero no es ninguna certidumbre. Galeano no fundamenta tal afirmación. Pero luego nos dice otra cosa relativamente diferente: “La causa nacional latinoamericana es, ante todo, una causa social: para que América Latina pueda nacer de nuevo, habrá que empezar a derribar a sus dueños, país por país”. O sea, que la lucha de liberación primero se cierra en cada uno de los veinte Estados, y esta es otra afirmación no fundamentada. Sin duda que, la lucha es en cada país, pero no sólo en cada país. Los países no son todos lo mismo. No hay una homogeneidad e identidad en importancia. Y esto parece conducir a “localizar” las luchas en cada uno de los Estados, y luego, ya libres, ir a la unión. Así por lo menos se insinúa la dirección de esta precisión. No es clara, cuando debía ser clara. Y mucho más cuando la estructura de la obra se hace al margen de los Estados por sí mismos, justamente para mostrar la “unidad” de América Latina: por tanto, ellos no pueden reaparecer de sopetón en la última línea, como caídos del cielo, sin el análisis de sus reales posibilidades.
En suma, Galeano no sabe cómo terminar su obra: la arquitectura carece de remate. El fin llega como en ascuas. Esto nos parece fruto de dos cosas: Primero, la de una cierta desesperanza subyacente en el tono mismo de esa obra. Hay como una obsesión de la derrota. Segundo, y eso es quizás posible por ese trasfondo existencial, porque así como Galeano sintió la necesidad de enlazar los intentos nacionales de construcción al abrir la segunda parte, no consideró –y bien merecía un capítulo aparte- todos los signos convergentes desde la generación del 900 a nuestra actualidad, que se mueven en pos de la unidad de América Latina, en una lucha incansable por la liberación. La obra de Galeano misma no podría entenderse sin ese avance nacional latinoamericano. Y no haber historiado ese crecimiento, en diversos planos, es lo que la coloca de cara al abismo: de la pura derrota, sin mirar la dinámica secundaria pero pujante, dialéctica, de un crecimiento latinoamericano, no puede saltar en la última línea hacia ningún camino de victoria, fundamentado históricamente. De ahí el tono final: “Nunca seremos dichosos, nunca”, había profetizado Bolívar. Yo diría, haciendo una metáfora cristiana Galeano tiene –bajo forma secularizada- sólo una teología de la Cruz. Uno, como católico –y de modo no secularizado- tiene a la vez una teología de la Cruz y de la Gloria. Hay en nosotros una esperanza, una afirmación última del ser, aún en sus gérmenes más frustrados, que nos permitirían quizá escribir una muy otra historia de América Latina sin escamotear nada de lo que afirma Galeano.
Una observación sobre la frase final: “Hay quienes creen que el destino descansa en las rodillas de los dioses, pero la verdad es que trabaja, como un desafío candente, sobre la conciencia de los hombres”. También lo creemos nosotros, porque nuestra fe es el único Dios, libertad de los hombres en Cristo. Y por quien detestamos a todos los dioses, lo de ayer y los de hoy. La historia que nos cuenta Galeano, que es humana, demasiado humana, muestra que el hombre como medida es cualquier medida y cualquier miseria. Puedo interpretar su última frase del “destino”, como la ley divina y la gracia, que siempre mueven al hombre a la esperanza, al desafío, a pesar de todo.
El libro de Galeano es muy significativo. En el Uruguay, su patria, señala un momento de nuestra conciencia. Marca la ruptura de un “localismo” puramente uruguayo, y la capacidad para elevarse a una visión global de América Latina. Ya había otros antecedentes, en la década anterior, en la obra de Zum Felde o los escritos de Real de Azúa. Una visión global histórica. Y al nivel de América Latina, la obra se inscribe en una nueva dimensión de la conciencia nacional latinoamericana: señala la hora de la autoconsciencia histórica de América Latina. Así se conjuga con otras perspectivas –de diferente valor por cierto, pero no menos indicativas- como la de Jorge Abelardo Ramos, la de Halperin, la de Darcy Ribeiro, la de Dussel (respecto de la Iglesia) y que superan el ya antiguo estilo “cepaliano”, que abarca tanto a sociólogos como a economistas (o a “materialistas históricos” que no saben historia latinoamericana). A la verdad estábamos aburridos de tantos “estructuralismo” latinoamericanos sin historia, ya por cobardía, ya por ignorancia. Nunca entendimos que podían saber economistas o sociólogos ayunos de historia nacional, es decir, latinoamericana. Galeano será útil para todos. Bienvenido el conocimiento viviente de la Patria Grande. Bienvenida la historia. Se puede saber de “modelos”, sin amor. Pero sin él, nadie puede saber historia.
TE PUEDE INTERESAR: